Miércoles 3 de Mayo. 2:00 a.m. Av. Santa Fe. -7º
Aunque estaba anunciado que una ola polar iba a azotar la provincia de Buenos Aires, Bruno se quejaba por no haber elegido una campera más abrigada. El frío hacía que tenga las manos congeladas y le temblara la boca, los ojos le pesaban y caminar hasta la parada del 67 era todo un desafío. Todavía faltaban algunas largas cuadras hasta el metro bus que se le hacían imposibles. Poco a poco sentía como ni siquiera los bolsillos servían para nada y un sentimiento extraño lo invadía. Hasta que del otro lado de la avenida, diviso un extraño cartel con letras rojas brillantes.
"Biblioteca 24hs" leyó. La curiosidad le pico más que las lágrimas heladas. Aunque por extraño que parecía, hacía un rato que no veía auto, bondi o persona en las calles, decidió cruzar lo más rápido posible. Efectivamente, aquel lugar era raro. La puerta era de madera con una pequeña ventana que dejaba ver un estante lleno de libros. La fachada estaba impecable, con ladrillos rojos pero sin ventanas.
"Esto tiene que ser alguna broma" pensó mientras trataba de ver si en el lugar había alguien. Lo llamaba la atención que de todas las veces que había caminado esas calles, nunca había visto ese lugar.
Su celular sonó e hizo que dejara de espiar por la ventanita. Lo sacó, desbloqueó. En la pantalla se mostraba que un mensaje había llegado de un número desconocido. "No entres."
-¿Qué no entré?- preguntó, extrañado.
Antes de que pudiera pensar en responder, una luz, brillante y abrasadora iluminó las nubes y las gotas empezaron a caer acompañadas de un viento violento. La lluvia era gruesa y parecía granizo, pegaba contra sus hombros y le producía cierto dolor molesto. Sin pensarlo más de la cuenta, abrió la puerta, internándose en aquel lugar.
Se sorprendió al ver que en vez de luces, toda la biblioteca estaba iluminada por centenares de velas. Más fue su asombro cuando vio que, si bien de afuera parecía un lugar chico, largos pasillos de estantes se extendían hasta donde alcanzaba la vista, tallados en madera y repletos de libros. Había escaleras al costado de la puerta que descendían varios escalones. No había ni un solo foco, sin embargo, todo parecía demasiado limpio y conservado.
Caminó lentamente hacía un mostrador con una pila de libros. En el centro exacto del mostrador había un cuaderno abierto, con una pluma entre medio de las páginas y un tintero al costado.
"Siempre son dos, un Bibliotecario y un Ayudante. Ha sido así desde los tiempos de mi tátara abuelo y mantuvimos la tradición, pero esto sal..." antes de que pudiera terminar de leer, Bruno escuchó pasos subiendo desde la escalera, seguido de un silbido leve. Cayó en que ya no sentía frío, el lugar era cálido y a medida que el silbido se hacía más fuerte, un sentimiento incomodo lo invadía. Recordó el mensaje y se estremeció, pensó en salir de nuevo a la frívola y violenta tormenta que resonaba como estruendos de guerra, pero antes de que pudiera llegar a la puerta, una chica, pelo largo y castaño, ojos marrones, vestida con un largo vestido lo observaba. Ambos se miraron en silencio, Bruno estaba asustado y pensaba que se había metido en un problema, pero la tensión se rompió cuando los ojos de ella parecieron brillar entre las velas.
-¡Bienvenido!- dijo, sonriendo – ¿estás hace mucho?
Un nudo en la garganta le impedía hablar. A su parecer, esa chica era hermosa y le era imposible vocalizar algo.
-¿Estas bien?- preguntó –pareces algo pálido.
-Eh, sí, estoy bien- respondió rápido y casi diciendo las palabras juntas –no estoy hace mucho, un par de minutos creo.
La chica se acercó hasta él, paso por al lado suyo y dio vuelta hasta quedar atrás del mostrador. Agarró el cuaderno y lo cerró con delicadeza.
-¿Estas buscando algún libro en particular?, tenemos todo lo que se te pueda imaginar, ficción, miedo, suspenso, política, cocina.
-No... de hecho- paró, su celular volvió a sonar –hay una tormenta afuera y hace demasiado frío, disculpa que me haya metido, necesitaba un refugio.
-Oh... bueno, está bien. No viene nadie desde hace...
-¡Elizabeth, rápido, los dragones se escapan!- una voz proveniente de abajo la interrumpió -¡Vení, por favor, están incendiando la biblioteca subterránea!
Sin responder, Elizabeth salió del mostrador casi corriendo. Bruno la observó marcharse y aunque podía cruzar la puerta e irse, una fuerza mayor lo llamaba a bajar la escalera, a seguirla y explorar más el lugar. Cualquier cosa era mejor que sufrir la helada del exterior. Lentamente, bajó los escalones y siguió haciéndolo por un rato, le sorprendía que no pudiera ver a la chica. "¿Tan rápido iba a correr?" pensó mientras aceleraba el paso. Cada tanto, había pequeñas plataformas con una puerta al costado y distintas leyendas en latín. "Draco" "Diligitis" "Noctis" "Vita et mors" y seguían apareciendo hasta que al final de la larga escalera, había una puerta con la leyenda "Cor meum, donde nacen las historias". Algunos susurros se escuchaban del otro lado. Antes de que pudiera hacer algo, la puerta se abrió y un olor a libro quemado hizo que respirara por la boca. Elizabeth parecía exhausta y con un gesto, lo invitó a pasar. El cuarto era enorme, con varios sillones y velas sobre platos de bronce, en el centro había una mesa llena de cuadernos abiertos, algunos desparramados, otros cerrados y en la punta, un señor de avanzada lo observaba con la mirada fría.
-¿Quién es nuestro invitado, Elizabeth?- preguntó con una voz ronca y gastada.
-Bruno- contestó el chico adelantándose.
-Esta acá por qué dice que hay una tormenta afuera.
-¿Tormenta?- preguntó, llevándose una pipa a la boca –oh, tormenta... esto es bueno.
El hombre se levantó con dificultad de un sillón rojo carmesí, llevaba un traje arrugado marrón y el pelo canoso, corto. Elizabeth se acercó para ayudarlo a ponerse derecho y con una mano en su espalda, lo acompañó hasta Bruno que los observaba sin saber qué decir.
-¿Bruno, no?- preguntó el viejo.
-Si...
-Yo soy Guido. Supongo que ya conociste a mi nieta, Elizabeth.
-Un... ¿gusto?- respondió tratando de sonar lo menos desconcertado posible.
-Acompáñanos.
Guido pasó por su lado, dejando un fino olor a tabaco y adelantándose para subir las escaleras. Elizabeth con un gesto dulce le indicó que la siguiera. Bruno quería preguntar qué era lo que estaba pasando.
-Este lugar- comenzó a hablar el viejo, sintiendo la duda del chico –tiene muchos nombres. Hubo un tiempo en el que fue conocida como "La cúspide del libro", después, "El Laberinto de las letras"...
-Y ahora... ¿Biblioteca 24hs?- interrumpió Bruno y se sintió demasiado mal educado.
-Sí- respondió Elizabeth –fue mi idea, antes se llamaba "El Bibliotecario", pero...
-Pero esos tiempos se terminaron, o están por terminarse- interrumpió Guido –ahora solo queda la falsa esperanza de que otro tomé ese lugar- finalizó de una forma decaída.
-¿Qué lugar?- preguntó Bruno con la voz baja.
-Haces muchas preguntas, pibe, todo a su tiempo.
El celular volvió a sonar cuando quería retrucarle la respuesta, pero decidió callarse y seguirlos.
Con cada escalón que subían, un sentimiento desconcertante lo iba dominando. Hacía un tiempo estaba sufriendo una helada descomunal y ahora, con toda la situación, todo eso parecía haber pasado hace mucho, le resultaba lejano y se sentía más y más atraído por seguir a aquellas personas. En silencio, volvieron a la planta principal; Guido cruzó el mostrador y se sentó en un banco. La chica se paró a su lado y, con mucho cuidado, el viejo abrió el cuaderno justo donde estaba escrito, tomó la pluma y mojó la punta en tinta. Escribió un poco, concentrado en el papel. Luego se levantó, empezando a caminar hacía los estantes, internándose.
Elizabeth suspiró y se dejó caer contra la pared. El chico le hubiera preguntado qué estaba pasando, pero un llanto leve lo llamaba desde los estantes. Otra vez, el sentimiento de querer seguir a ese hombre lo dominó y sin avisar, empezó a caminar por los largos pasillos decorados con portadas de todos los colores. Paseaba sus manos a través de los nombres, quería saber que era lo había escrito en cada página de esos libros.
Caminó y caminó, doblando, retrocediendo, deteniéndose en el más mínimo detalle que encontraba interesante. En cierto momento, salió del laberinto de estantes a una sala chica, con una mesa, un cuaderno y una silla. Atraído como rata a la trampera, abrió su portada y recorrió cada hoja hasta que rompiendo el transe, su celular volvió a sonar, parándolo, trayéndolo de nuevo a la realidad. Sin embargo, la hoja en la que había quedado le llamo la atención.
"Siempre son dos, un Bibliotecario y un Ayudante. Ha sido así desde los tiempos de mi tátara abuelo y mantuvimos la tradición, pero esto salió mal. Mi heredero, el encargado de seguir mi legado, ya no se encuentra entre nosotros, perdido entre los laberintos de algún libro por querer escaparse. Siempre es necesario que haya un Bibliotecario para que las historias sigan naciendo acá y en caso de que no hubiera uno, todo se remontaría al caos y la desesperación. Porque ese es el deber de un Bibliotecario, poder resguardar en las finas paginas las cosas horribles que en ellas se escriben, para que no nos consuman, para que no consuma todo. Mi tiempo se termina y Elizabeth, la Ayudante, necesita de una guía, sino... ¿Quién atenderá estos libros?".
Una mano lo agarró fuerte del hombro y Bruno se giró con brusquedad, asustado. El viejo Guido estaba sonriéndole, pero parecía muy triste.
-¿Ahora entendes, no?
-Estas muriendo, ¿por eso fui atraído a este lugar, no?
-No, que hayas llegado acá fue una casualidad. O capaz que si, no sabría decirlo, este lugar es fantástico y tenebroso, dependiendo de quién tome el puesto.
-Si morís, ¿qué le pasara a todo esto?
Guido se sentó, cerró el cuaderno y se lo entregó al chico.
-Todo se perdería, pero ahora me puedo ir tranquilo. Nunca te olvides de esto, Bruno: siempre son dos, un Bibliotecario y un Ayudante. El Ayudante tiene que servir como soporte al Bibliotecario y este, tiene que mantener este lugar. Si falta uno, el otro se pierde. Este lugar piensa lo que vos pienses y...
Antes de que siguiera hablando, dejó caer la cabeza sobre la mesa. Algunas velas se apagaron y el viejo empezó a desaparecer, a convertirse en polvo.
Ahora, Bruno estaba en una encrucijada interna. Sentía miedo y fascinación, odio y felicidad, incertidumbre y un poco de ansiedad. Podía abandonar ese lugar, dejar atrás a Elizabeth, apenas los había conocido, no tenía necesidad de quedarse. Por otra parte, sentía atracción por quedarse, por recorrer y leer cada libro, por escribir sus propias historias. Fue entonces que recordó su celular. Tres mensajes, el mismo "desconocido"
"No hables con ella, ándate ahora que tenes tiempo".
"No, no los sigas, cuando subas no dudes y cruza la puerta".
"Idiota, te dije que no entraras, ahora siempre estarás ligado a ese lugar, nunca vas a poder escapar, ahora tu deber es ser el próximo Bibliotecario".
Quién era ese "Desconocido" al chico no le importó. Quizá era el hijo de Guido tratando de que escapara, si él se quiso ir de ese lugar por algo habrá sido. Pero no, no le importaba, sabía lo que tenía que hacer.
Elizabeth vio como Bruno volvía, ella había estado esperando todo el tiempo, en el mismo lugar. Con cada paso que el chico daba, una vela se apagaba. Un frío había empezado a hacerse presente en el lugar. Ella lo vio y sonrió, su abuelo estaba muerto pero no tenía necesidad de estar triste, su deber como Ayudante era claro. Ahora, "Biblioteca 24hs" tenía un nuevo Bibliotecario.N/A: dedicado a Nacho, gracias por la idea esa tarde en Gesell.
