Era el fin del mundo, pero no se terminaba de decidir si así lo sentía por estar en Ushuaia o en la situación en la que se encontraba. Mientras desde la cama le decían - Ven, acuéstate aquí conmigo- ella recordó como había terminado allí.
Camila era oriunda de Azul, una ciudad del interior de Buenos Aires. Hija única de un matrimonio devoto al cristianismo, fue estrictamente educada con los ideales eclesiásticos. Y aunque ella no era fielmente creyente, obedecía todas las normas.
El primer recuerdo que la inquieto fue cuando al cumplir sus ocho años, se había empecinado en querer una Barbie. Aquella muñeca le parecía increíblemente bella. El brillo de su suave pelo y su simpática mirada la convirtieron en su muñeca favorita. A partir de entonces, hasta los doce años, su colección de muñecas y accesorios había ido en aumento. Una vez la madre le regaló un muñeco, - para formar la parejita- le había dicho. Sin embargo, ella jamás jugó con él.
Luego, un segundo recuerdo la llevo nuevamente a pensar lo que no quería. A los trece años, fue de campamento con sus compañeras de escuela. Cuando fueron a meterse en una laguna que había en las inmediaciones del camping, una extraña sensación le invadió de repente. Sus compañeras, con sus apretados y pequeños bikinis de moda, jugando en el agua, la habían puesto nerviosa. Sin saber por qué, se sentía un poco ruborizada.
Otro recuerdo la acosó. A sus diecisiete, tuvo su primera experiencia sexual con un noviecito. Algo aburrido y desabrido. Pensaba que seguramente, era culpa de él. Su noviazgo no duro más de un mes. Ella prefería estar con sus amigas. Desde entonces vez, salió con diversos hombres, sin que ninguno llegara a seducirla. Un día, charlando con su mejor amiga, esta le pregunto - ¿No serás que sos lesbiana?-. Camila jamás podría aceptar algo así. Tan solo pensarlo estaba mal, así se lo habían enseñado sus padres. Se negó completamente ante tal pensamiento. A partir de ese día, no le prestó más atención a ningún tipo de relación amorosa, prefiriendo vivir inmersa en los estudios.
En la universidad de Azul, había comenzado a estudiar el profesorado de Biología. Ahí fue donde conoció a Mariel. Una chica que le hizo dudar su religión, sus ideales y todo en lo que creía. Al punto tal, que debió huir de aquella pequeña ciudad, huir del pecado. Su destino fue Ushuaia, tierra de oportunidades. Al menos así le había dicho su mejor amiga. No dudo en dejar el nido, tras comprobar que allí podría seguir con sus estudios. Y con la excusa de ampliar sus horizontes, un día de verano, se fue junto con su amiga.
Pasó de estar en la comodidad de su casa, con su reducida familia, a un hostal pequeño, siempre acompañada de diferentes personas, con distintos orígenes y diversas ideologías. De tener las estaciones bien marcadas con sus correspondientes temperaturas, a un clima histéricamente cambiante. Llovía, salía el sol y nevaba, todo en un mismo día, sin importar la época del año. También pasó de solamente tener que estudiar, a buscar un trabajo de lo que fuere, que al no tener contactos, más dificultoso se le volvió. Antes, en su horizonte había casas y edificios, ahora tenía montañas que la maravillaban. Pero el cambio más radical que tuvo, fue aprender a valerse por sí misma.
Al fin cuando consiguió un empleo, en un comercio de recuerdos, su mejor amiga decidió volver a su ciudad natal. Para entonces Camila ya se había anotado en el profesorado para continuar con sus estudios, aprovechando la disponibilidad horaria que le brindaba su trabajo y no pensaba volverse. Desde un principio se había ido con el solo fin, de luchar contra la tentación que en Azul le deparaba. Mariel. Con solo su nombre le bastaba para ponerse nerviosa.
Aproximadamente dos meses después, consiguió alquilar un departamento a precios exorbitantes, que más tarde se le harían normales en Tierra del Fuego. Poco a poco, se iba acomodando más en su nuevo estilo de vida. Era independiente al fin, y esa misma libertad comenzó a dar frutos dentro de su cabeza. Ya no había quien le dijera que estaba bien y que mal.
Una noche, decidió salir sola a un famoso bar irlandés. Allí conoció a Geraldine, una alemana que hablaba bastante bien español. Su rubio y brillante pelo le recordó a sus muñecas de la infancia. Geraldine estaba con un grupo de alemanes que se iría en el día siguiente a la Antártida. Comenzaron a charlar mientras bebían la cerveza que honra al canal Beagle. Una tirada rubia, una roja y después una negra. Así fue probando todas las cervezas, mientras amenamente conversaban. La alemana, viendo su estado de ebriedad, le sugirió acompañarla hasta su casa. Camila, gustosamente aceptó la ayuda. Su departamento estaba en la calle Rivadavia, casi esquina Maipú. Llegaron luego de caminar unas pocas cuadras. Subieron hasta el segundo piso sin decir nada, tan solo riendo juntas. Camila estaba contenta con el hecho de que la chica alemana no la dejara sola, sin embargo, eso mismo también la preocupaba. Ni bien estuvo cerrada la puerta, Geraldine le dio un gran y apasionado beso a Camila, quien no se resistió en lo mas mínimo. Sus labios, dulces y suaves. El aroma de su cuerpo. Los rubios cabellos entrelazándose en sus dedos. Y de pronto todas las normas eclesiásticas cayeron sobre su mente, obligándola a separarse. Torpemente le pidió disculpas a Geraldine y fue al baño. Se lavo la cara enérgicamente, como queriéndose quitar el pecado y salió nuevamente.
Geraldine estaba recostada en la cama y la excitación que le crecía a Camila, era la confirmación que no buscaba. Sabía que no lo podía negar más. Siempre lo supo.
Ahora estaba en el fin del mundo, su mundo. Ya no podía seguir siendo la misma. Y mientras aceptaba su identidad sexual, sentía la invisible mirada acusadora de la sociedad sobre ella.
Camila fue hasta la cama y se acostó junto a Geraldine, quien la abrazó tiernamente. Su miedo a lo desconocido y la culpa por pecar, fueron desapareciendo, dando lugar al creciente libido. Los tímidos besos se transformaron en profundos y apasionados, mientras sus cuerpos se fundían. La alemana recorría su cuerpo entre besos y caricias, mientras Camila se dejaba guiar por su instinto carnal. Al momento de máximo placer, descubrió lo que se había estado perdiendo al negar su sexualidad.
Por la mañana, Geraldine se tuvo que ir. La esperaban sus compañeros para embarcarse camino a la Antártida. Camila lamentó su partida, y a su vez se sintió aliviada. Al irse no quedarían huellas de lo sucedido, más que en su recuerdo.
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Jamás un Ken
RomanceTras huir de una realidad que se negaba, Camila llega a Ushuaia, la ciudad fin del mundo. Allí emprenderá el camino a la crítica y autorreflexión, en búsqueda de conocerse a sí misma y aceptarse tal cual es.