Parte sin título 18

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«Zelena, necesito que me ayudes a resolver un problema»

«¿Quién diría que un hombre poderoso como el senador del estado me necesitaría?» dijo ella, esbozando una sonrisa torcida «¿Tia Cora sabe que estás aquí?»

«Nadie lo sabe y espero que no seas lo bastante estúpida como para decir algo»

«¡Estúpida es la puta que te parió! ¡Mide tus palabras cuando estés en mi casa!»

«¡Casa que fue comprada con mi dinero!» exclamó Henry, agarrándola por el pelo «Es más, todo lo que tienes hoy es gracias a mí, no olvides eso» añadió, empujándola lejos de él.

«Muy bien...¿en qué puedo ayudarlo, señor senador?» preguntó. Su tono de voz cargado de ironía

«Quiero que te las ingenies para que le hagas a creer a Regina que tú y Emma estáis liadas» dijo él, y en respuesta, Zelena estalló en una estruendosa carcajada.

«¡Querido, América entera ya sabe que mi primita ha salido del armario! Así que, ¿qué diferencia hay si está con su ex guardaespaldas o con otra cualquiera?»

«¡No me importa!» gritó él, atrayéndola hacia sí «Quiero a mi hija lejos de aquella muerta de hambre y es mejor que no me decepciones» añadió, y enseguida, le dio un beso en la boca.


Esbozando una sonrisa forzada, Zelena cerró la puerta tras la marcha del senador y finalmente dejó aparecer la expresión de asco en su cara. Convertirse en la amante de Henry Mills le había traído muchos beneficios, entre ellos, su aproximación con Regina que acabó dando por resultado el descubrimiento de su verdadera sexualidad, y gracias a eso, una buena cuantía le fue dada por las fotos en la que su prima aparecía besándose con su ex guardaespaldas.

«Viejo asqueroso...no creas que haré eso solo porque me lo has ordenado tú. Lo haré porque detesto a la zorra de tu hija» murmuró, perdida en sus pensamientos.


Llevando solo su fino y delicado camisón de seda, Regina se paró frente al marco de la puerta, y tras exhibir un sonrisita, la cerró, se acercó a Emma y la empujó hacia la cama.

«No te sientes» le avisó, y sin decir nada, Emma obedeció

Mordiéndose la sonrosada lengua entre sus dientes, y sonriéndole a Emma, se puso de rodillas mientras sus manos le iban quitando el cinturón.

«Quítate la camisa» ordenó, y sin quejarse, Emma obedeció una vez más.

Soltando un jadeo, Emma sintió cómo las piernas le fallaban cuando la lengua de Regina se deslizó por su abdomen, al mismo tiempo que sus manos le bajaban los vaqueros, junto con las bragas.

«Maldición Regina...ven aquí y bésame» gruñó Emma, casi estallando de excitación.

Regina se alzó para encararla, con los labios abiertos y la respiración entrecortada; enfiló su lengua en su boca. Emma la agarró por la cintura, completamente sin aliento y sintiendo el corazón apretarse en su propio pecho. El beso que se daban era de todo menos corto y discreto. Los labios de Regina se deslizaban sobre los de ella, pellizcándole el labio inferior, haciendo que Emma soltara la respiración en un gemido.

Aunque no fuera la primera vez que se besaban, para Emma la boca de Regina era irreal: labios firmes con una combinación perfecta de suavidad y dulzura, entregando y pidiendo. Sus manos ansiosas se sumergieron en los cortos cabellos de ella y enseguida, descendieron por los hombros y bajaron las asillas del camisón, dejando a la vista los pechos, irresistiblemente excitados.

La hija del senadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora