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Era otoño, por tanto faltaba mucho para que el año acabara y se decidiera todo. Tenía el vicio del cigarro impregnado en las manos y como noche de viento salió a refrescar los pulmones de viento y humo.

No estaba solo, se tenía a él (en trozos) y eso le bastaba, algunos días, el perro de su hermana y el gato de su abuela, aunque a veces estaban. No eran como el dicho, ellos se llevaban bien.

La casa donde dormía estaba retirada de la entrada principal, en una pequeña colina, al lado de la entrada había un pequeño bosque, poco frondoso por la estación y una banca le daba las espaldas al pequeño bosque.

No existe una hora definida para matarse, por lo tanto le era relativo la hora de salir de la casa a fumar.

Miedo al VicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora