El honor de un caballero

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En una tierra muy lejana, cuyo nombre ya he olvidado, pero sé muy bien que están en donde ahora llaman Alemania

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En una tierra muy lejana, cuyo nombre ya he olvidado, pero sé muy bien que están en donde ahora llaman Alemania. Hace ya mucho mucho tiempo vivía un valiente caballero. Blandía su espada audazmente por la justicia. La patria y el amor eran su escudo. Fuerte, valiente, e intrépido, quien sagazmente protegía a su querido reino de los enemigos; pero la más pequeña flor enternecía su corazón, y la melodía de las aves y la luz de la tarde lo hacían suspirar dulcemente. Soñador, aventurero y muy noble, más valeroso que cualquier príncipe; el caballero Letzel.

De ojos verdes y de amable corazón Letzel cuidaba a todos en el reino con su espada y escudo, todos le admiraban con fervor, pero el caballero no era hombre soberbio y ni el ego ni el orgullo nublaban su juicio. Letzel amaba todo del reino, desde el canto de las aves, los vastos pastizales pintados del naranja y el rosado cielo de la tarde, el dulce aroma de las rosas y a su patria, pero en especial a su amada Drossel.

Los ojos del caballero siempre brillaban al ver a la hermosa princesa en su balcón, suspiraba y soñaba con un día tomarle de la mano y poder besarla para despertarla de su sufrimiento. Pero aquello no era posible, porque lo suyo era amor prohibido.

- ¡Drossel!

Le habló el caballero desde debajo del castillo, y la princesa lo miró sorprendido desde su balcón.

- ¿Qué luz atraviesa aquella ventana?, ¡Es el oriente, mi bella Drossel es el sol!...

Drossel lo miró con una expresión de desagrado y rabia, cerrando las cortinas con fuerza ignorando de nuevo a Letzel.

- Algún día...

Letzel sabía muy bien que a la princesa no le era indiferente, pero ella no quería demostrarlo, por los problemas que podría causar. Pero como la gota que cae sobre las rocas del mar hasta volverlas lisas, él seguiría intentando hasta que ella aceptara su amor.

En el campo de batalla el sonido de las espadas se escuchaba sin cesar, cientos de caballeros entrenaban arduamente para lo que pronto se avecinaría.

- ¡Tienen que ser más rápidos y más fuertes!, vamos muchachos, pronto tendrán que blandir sus espadas en cualquier momento.

Les gritaba fuertemente su maestro, y era verdad. El reino estaba por ser atacado, si lograban ganar la batalla decapitarían a la hermosa princesa, o peor, la obligarían a casarse con ella.

- Ah...

La sangre de Letzel ardía al pensar que otro hombre se acercara a su amada, pensando fervientemente en aquello sostenía su espada contra su oponente, derribando a un chico de cabello azul.

- ¡Increíble Letzel! No te ha tomado ni 20 minutos derribar a Kyle.―Le dijo el instructor.

- ¡Asombroso Letz!, eres mejor cada día―admirando su mejor amigo Kyle.

- Gracias, pero solo soy un hombre más de esta armada.

Después del entrenamiento, Letzel y Kyle caminaron juntos.

- ¿Qué te sucede Letz? Pareces distraído.

- Estoy preocupado por la guerra...si algo le pasara a Drossel yo...

- Entiendo, pero si tu vinieras a la batalla el reino no correría peligro.

- No quiero que ella se quede sola.

- ¿Eh?

- Las guerras son largas querido amigo, yo no quiero estar lejos de ella por tantos meses, estaría muy preocupado y deseoso de escuchar su voz.

Kyle hizo una mirada extraña hacia el joven caballero, y le tocó el hombro.

- Debes tranquilizarte, Drossel es una mujer fuerte. Ella estará bien y podrá administrar el reino sola, no tienes que preocuparte.

- Tengo que pensarlo.

El caballero fue hacia una colina, pues quería ver el crepúsculo desde lo alto de su amada tierra, entonces con sus botas cansadas y cuando al fin llegó respiró profundamente aquella tranquilidad que solo llega con alejarse en el horizonte.

- Yo no puedo dejar que este bello pastizal sea conquistado...pero si otro enemigo nos atacase, o si una catástrofe llegara yo estaría lejos de ella y sería impotente e inútil sin saberlo. Dios, ¿Pero qué debo hacer?

Entre sus lamentos sintió el ultimo rayo de sol de la tarde y miró al sol ocultarse, y al este comenzó a ver la luna.

- Mi Drossel, al fin haz llegado.

Letzel, por alguna extraña razón, al ver la luna él siempre se acordaba de su amada Drossel. Será la blancura de su piel, lo elegante de su presencia, lo sereno de su mirar o lo protegido que se sentía el caballero bajo su bella luz en la oscuridad. Letzel miró detenidamente el cielo de la noche lleno de estrellas, mirando como la luna se robaba toda la escena y sonrió.

- Pero la luna, incluso con toda su belleza y esplendor, siente celos cuando mi querida Drossel me sonríe.

Perdiéndose en el resplandor de las estrellas se sentó un momento, y se quedó mirando mucho tiempo. Solo podía pensar en ir o no a la guerra, los pensamientos atormentaban su cabeza, pensar en dejar a Drossel sola era imperdonable, pero era aún más desgarrador pensar dejar a su ejército solo y por aquello perder la guerra. Si eso pasaba capturarían a su amada, obligándola a casarse.

- Creo que está decidido.

Letzel se levantó y así blandió su espada y sosteniendo el collar de cruz de su pecho y dijo:

- Por ti mi amada Drossel, iré a la guerra.

El Caballero Letzel y la Princesa DrosselDonde viven las historias. Descúbrelo ahora