Prólogo.

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Le observé sin que se diera cuenta, mientras él caminaba de un lado para otro por mi habitación como un torbellino. No podía creer que estuviese allí. Es un loco, creo que por eso le amo tanto.

Hizo una pausa en su diligente labor y fijó sus ojos en mí. Embozó una sonrisa ligera y su mirada era la de un niño que esconde un secreto que le emociona.

Caminó hacía la cama. Yo me incorporé, mientras frotaba mis ojos con los puños. Me di cuenta de que toda la habitación estaba repleta de globos violetas que colgaban del techo y pequeñas notitas de colores distribuidas por las paredes.

Él se agachó y besó mi frente.

-¡Feliz cumpleaños pequeña! - musitó. Me abalancé sobre él, tumbándolo en la cama y le abracé hasta que comenzó a quejarse -¡Suéltame! - chilló mientras intentaba zafarse para hacerme cosquillas.

-Nop- repliqué -¡Tú eres mi mejor regalo de cumpleaños! - chillé como una niña pequeña.

Forcejeamos un poco sin hacernos daño y Ed me dio vuelta hasta quedar sobre mí.

-No podrás escaparte pequeña- dijo fingiendo un tono amenazante, y cuando estaba a punto de hacerme cosquillas, Ana y Marina entrón a la habitación, sosteniendo un pastel de chocolate.

¡Salvada por la campana! Suspiré.

-¡Feliz cumpleaños Tess! - exclamaron las dos al unísono.

Ed se levantó y yo me incorporé. Los tres comenzaron a cantar el feliz cumpleaños, y cuando terminaron la canción, soplé las veinticuatro velitas que habían colocado sobre el pastel.

-No te olvides de pedir un deseo- me recordó Ana.

Cerré los ojos y pedí un deseo mientras apagaba las velas.

Marina vitoreó y Ed me empujó para que mordiera el pastel, embarrándome hasta las pestañas de chocolate.

Me volví a verlo amenazante y él se carcajeó.

-Lo siento, pero no resultas nada amenazante si tienes toda la cara llena de pastel- dijo mientras se partía de la risa.

-Idiota- le espeté, conteniendo la risa.

-El que más quieres- replicó y me besó la mejilla, llenándose también de chocolate.

Ana y Marina comenzaron a reírse.

-Ustedes jamás cambiaran- dijo Marina sacudiendo la cabeza.

-¡Jamás! - exclamó Ed.

-Bueno chicos, se me hace tarde para el trabajo, así que los veo en la noche- dijo Ana entregándole el pastel a Ed y luego me abrazó cuidando de no llenarse de chocolate -feliz cumpleaños Tess, te quiero- me besó la frente y salió de la habitación.

-¡Mierda! También se me ha hecho tarde- exclamó Marina mirando la hora en su móvil -nos vemos en la noche, te quiero Tess- me abrazó rápido y salió como una exhalación.

-Al fin solos...- musitó Ed con malicia y dejó el pastel en mi mesilla de noche.

¡Oh, oh! No me he salvado de las cosquillas...

-¡Stop! - chillé en el acto y Ed se detuvo, escrutándome- No creas eso de que eres mi regalo de cumpleaños.

-Pero tú lo has dicho...- replicó enarcando una ceja.

-Yo suelo decir muchas tonterías, mejor prepárame el desayuno, mientras me doy una ducha- le interrumpí.

-Pero...

-¡Mi desayuno! - dije empujándolo hacia la puerta mientras él protestaba.

-Eres una fastidiosa- se quejó resignado.

-Yo también te quiero- dije antes de cerrarle la puerta en las narices.

Mi nombre, Tessa Martin, aunque todos me llaman Tess. Como ya han notado, tengo 24 años y literalmente, soy la oveja descarriada de mi familia; la única enfermera en una familia de abogados, pero cuando digo descarriada no es solo por mi profesión, sino porque toda la vida he sido una rebelde con causas, aunque en este momento no las lleve muy claras. Y para mayor disgusto de mis padres, en cuanto cumplí 18 años decidí tatuar gran parte de mi cuerpo. Lo cierto es que mi vida, comportamiento y logros siempre ha dejado mucho que desear según ellos; y ni hablar de mi vida sentimental, un asco, novia de uno que ya tiene novia... Sinceramente, no sé porque aún sigo con él.

Pero de lo bueno de mi vida, o que a mí me lo parece, es mi hogar, el que comparto con mis dos amigas Ana y Marina, ambas amigas del colegio de principio a fin, mis compañeras de despechos y alegrías y también mis compañeras de trabajo en el bar donde curraba para pagarme la escuela de enfermería, ambas malas influencias según mi madre. Y ahora Edward, ese novio del jardín de niños que parecía viviría pegado a mis costillas toda la vida con el título de mejor amigo y que la verdad a mí no me molestaba, porque además de ser mi confidente, también era el mejor consejero, cocinero, masajista y si necesitaba planear una venganza entonces él era el indicado, aunque había vivido por tres años en Estados Unidos, había regresado para quedarse.

Además de lo bueno de mi vida, también estaban los niños y ancianos del hospital donde trabajaba, era increíble cómo podían cambiar mi día.


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