Un ideal vacío

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La fotografía de multimedia fue tomada por @nilo.mu (Nicolás Lozano) en Instagram, como parte de un proyecto fotográfico sobre los desórdenes alimenticios. Dejo el link en los comentarios y los invito a pasarse por la obra de este talentoso fotógrafo. :)

No podía describir el orgullo que sentía por sus hijas. Expuestas en la vitrina, clavadas en tres alfileres, con sus alas extendidas, y por siempre bellas.

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Nunca hubiera pensado que el autoestima podría medirse en kilos, o que el aprecio sería inversamente proporcional a los centímetros que marcara una cintura. Nunca lo pensé, en realidad. Fue un dedo señalando los dobleces de piel bajo mi vestido de baño, y una voz sentenciando "Tienes que hacer ejercicio", los que me enseñaron el camino que yo misma me obligaría a seguir. 

Esa fue la primera vez que me fijé en mis rollos, y los seguí viendo ahí incluso cuando, en su lugar, las costillas ya habían empezado a sobresalir. Todo el tiempo, sabiendo que era yo quien estaba mal. La mirada de desagrado hacia mi cuerpo tampoco había cambiado mucho. Solo que ahora la sentencia era que "se me veían los huesos". Ya qué. Mi única esperanza se había convertido en  que dejando de comer mataría de hambre a mi inseguridad, o que de tanto vomitar, en alguna de muchas arcadas, terminaría sacando mis complejos. Veía satisfacción en platos vacíos, sin saber que me terminaría aniquilando yo en el proceso.

Vanidosa. Superficial. Caprichosa. Una de esas chicas que harían lo que fuera por verse bien. No. Simplemente me imaginaba el día en que pudiera mirarme en el espejo sin que brotara una mueca de desagrado. Que pudiera sentarme y palpar la victoria en mi propio cuerpo, creyendo ingenuamente que consumirme desde adentro había sido el camino a sentirme bien conmigo misma. El mercado me llevó de la mano. Claro, por el camino equivocado. La publicidad bombardeando con la nueva marca de comida dietética, el aparato que te hace quemar calorías, la industria del cuerpo perfecto, y de cómo todo eso se supone que te hará feliz y confidente. 

Navegaba redes sociales, pensando, "Eso es un cuerpo perfecto". Y deseé tenerlo también, aunque ni siquiera supiera cómo era ese buen cuerpo del que todos hablaban. ¿El abdomen marcado de una modelo? ¿Era eso admirable, estilizado? Tal vez. Piensas en lo elegante que te verías con el vientre plano; lo cómoda que caminarías con un espacio entre los muslos. Listo, lo has conseguido. ¿Y entonces? No sirve de mucho una cintura marcada, cuando el resto del cuerpo se está desmoronando. Cuando se marcan las venas y toda tu fuerza se desvanece a pesar del ejercicio que te matas haciendo. Cuando mantienes las manos frías y débiles; los moretones brotan sin que te des cuenta; tus hormonas pierden balance; dejas de dormir, te duele todo, te mareas, se baja la presión,  notas que ves más oscuro. Te desmayas un par de veces, nada más. Pero seguirás ignorando unos síntomas así de evidentes, porque no importa si ese es el precio que debes pagar para sentirte cómoda contigo misma.

Cuánto me costó aceptar que todo eso no era sinónimo de la dichosa autoestima. Porque te lo aseguro; no puedes amarte al tiempo que te haces daño. ¿Puede eso ser compatible con un desorden alimenticio? Buen cuerpo me suena más bien a salud, fuerza, energía. Ese supuesto buen cuerpo, en cambio, era producto de más de tres años de desórdenes alimenticios. Y hasta donde yo sé, tener un peso por debajo del mínimo, yescasez de nutrientes esenciales para un funcionamiento óptimo, definitivamente no define a un buen cuerpo. Es enfermizo, y lo puedes notar. Porque el autoestima sigue bajando, junto con el peso. El alma se vacía, te apuñala como el cruel vientre antes de dormir. La debilidad impregna tus músculos. La fragilidad echa raíces en tus uñas. Te caes cada vez más, tras esos manojos de pelo regados por el piso. La tristeza se marca en las clavículas, en las costillas, en cada hueso que ahora sobresale. Y apenas te das cuenta de todo lo que tu organismo ha sufrido cuando espejos ajenos señalan la palidez y la demacración.

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