Cenizas

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Ya eran entorno a las 3 de la mañana pero, a causa de la lluvia de fuego, la luz bañaba el pueblo. Ya se había desmentido la triquiñuela de la lluvia de fuego. Desde el borde de la muralla se podía observar trozos de madera ardiendo en el fuego, restos de flechas. Había sido una jugada ingeniosa. Habían ganado la guerra psicológica en un momento.
El alcohol no callaba todos esos pensamientos que se le pasaban por la mente al joven soldado. Era un guerrero destacado entre los suyos, joven pero talentoso. Pero eso no había evitado que el se lanzase a la persecución de los lanceros sin pensar y los hombres bajo su mando le habían seguido ciegamente. Ahora ellos estaban muertos. Ardiendo en la ladera.
Necesitaba liberar tensiones. Dejo la copa junto al fuego, agarró a la primera muchacha que vio y se dirigió detrás de las casas, a un lugar oscuro.
El soldado iba ebrio y no se había fijado mucho en quien agarraba, tampoco le importaba. La muchacha era prácticamente una cría, no superaba los 13 años, suficiente para creer que ya era toda una mujer. Ella no quería hacer esto, pero él no le había preguntado. Él tenía un agarre fuerte y no tenía sentido gritar ni quejarse, no siendo ella una mujer. Ella solo lloró y dejó que todo pasase.
Ella no cerró los ojos, y mientras él se acercaba a ella pudo observar una sombra a su espalda. Él se acercó hasta taparla, pero a los pocos segundos se desplomó sobre la chica. Ella debería haber entrado en pánico, pero todo lo que pudo hacer fue sonreír.
Sin embargo, su sonrisa se borró al ver que delante de ella se encontraba un hombre con una mascara roja y un par de espadas.

El hombre avanzó hacia la muchacha, sediento de muerte. Mas al acercarse a la mujer Lujuria lo detuvo. Una niebla negra y densa descendió del cielo y se detuvo encima del cadáver del soldado. Era un recipiente magnifico para Lujuria. Aquel hombre se había dejado llevar por sus instintos, por el placer fácil. Además era un hombre fuerte y ducho en el combate.
La niebla se introdujo en el cuerpo inerte. Un aura oscura rodeó al cuerpo, y al instante se levantó. Pero no era el mismo que había caído muerto hace poco. Sus ojos eran ahora negros, y en ellos relucía un iris azul intenso.

Lujuria pidió al soldado que se retirase y este se desapareció tan rápido como había aparecido. Solo quedaron él y la muchacha. Esta estaba sonriendo perturbadoramente. Ella sabía lo que iba a suceder y parecía favorable. El sonrió también y se acercó a ella. Comenzaron a hacerlo, y mientras lo hacían ella le quito el arma a Lujuria y se la comenzó a clavar una y otra vez. Ella reía y lloraba mientras lo hacía, y él no paraba de reírse a carcajadas, pero ninguno de los dos pararon.
Cuando hubieron acabado él se levantó y comenzó a alejarse. Ella se levantó tras él, sus lágrimas ya se habían secado. Él no se giró. Ella tomó la iniciativa, lo agarró y le dio la vuelta. Ella no pudo observar ningún interés en sus ojos. Le dio un beso, pero él seguía sin mostrar interés. Él se volvió a girar y continuó su camino. Él era otro cerdo, no le interesaba más que lo que se le pasaba por la mente en ese momento. Definitivamente odiaba a todos los hombres. Agarró el arma que le había quitado antes y le atravesó con ella y con un grito desgarrado.
Esta vez Lujuria sintió el dolor. Había sido un corte tosco, falto de técnica. Él se giró sonriendo y le preguntó:
-¿Quieres matar hombres?
- Quiero.

•      •      •

Todo estaba silencioso. Los ciudadanos hacia horas k se habían encerrado en sus casas y los guerreros, ya cansados, empezaban a dormirse unos tras otros. El crepitar de las llamas decoraba la noche con un tono mágico. Era el escenario perfecto para la conquista de la primera base enemiga.
Los espadachines, moviéndose entre las sombras sigilosamente se adentraron en el pueblo. A cada espadachín que atravesaba la muralla moría un soldado lamal. Los primeros asesinatos fueros silenciosos, pero a medida que los espadachines iban asesinando a los soldados se emocionaban más y gritaban con cada muerte y quemaban las casas de madera y paja.
Llegado el momento no se distinguía entre los gritos de euforia de los espadachines y los de dolor de los soldados de Lamal que eran víctima de torturas inhumanas y de los aldeanos que  corrían ardiendo o intentando escapar inútilmente.
Llegada la mañana, el fuego se había extinguido y ya no tenía sentido seguir demorándose con ese simple pueblecillo. El ejército de la sortija continuó su camino hacia la capital dejando atrás el pueblo a lo alto de la colina.
Un temblor sacudió la tierra y a las espaldas del ejercito, a la altura del pueblo se elevaron una fauces que se cerraron tragando el pueblo y luego se retiraron dejando solo un profundo agujero. Hambre acababa de manifestar su interés en esta nueva guerra.

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⏰ Última actualización: May 19, 2017 ⏰

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