Sólo estaré aquí un instante, sólo por un momento que me condena a ser anónimo y fugaz, que me limita y me potencia a la vez. Porque tener la certeza de que el fin llegará incendia el alma y el hambre por ser uno con el mundo, y con esta energía tan violenta e intensa que serpentea por el aire, por las raíces de los árboles que resisten en pie contra las bestias de concreto que intentan tragarlos, por los músculos de cada animal del que me he alimentado, y por mis venas.
Corro en círculos, a veces soy presa de la desesperación de saberme finito. Incluso, si lo analizo adecuadamente podría aceptar que todo lo que creo es un simple intento por redireccionar ese sentimiento tan corrosivo que puede teñir al día más naturalmente iluminado de gris. Y sobre mi cabeza se mueven a velocidades considerables los nubarrones que traen el aire frío de una noche tormentosa, y en medio del caos caminamos como si fuésemos eternos. Zapatos taconeando el empedrado de las calles, colectivos que rugen furiosos anunciando su oxidado paso, risas legítimas y yo que me pregunto ¿De qué se reirán?¿Será de algo tan puro que permita olvidar, al menos momentáneamente, la marca en el vientre que nos ata a la inocencia?
Esto no es poesía, es un sin sentido. Es un manotazo de ahogado por parte de mi mente que, a pesar de todas sus falencias, intenta siempre hallar un punto de anclaje, un punto de equilibrio. Allí debo parir la fortaleza antes de la fecha límite, en los senderos siempre cambiantes de mi conciencia. Y se suceden tantos errores, tantos borrones y tachaduras sobre las que vuelvo a escribir mi inocente idea de lo que es vivir. En el camino me arranco pedazos de carne y de todo lo que me hicieron creer que necesitaba hasta que me forcé a necesitarlo realmente. En el horizonte veo un mañana lejano, en él dibujo paz y un calor que emana de mi pecho que jamás cesará. No sé si mi visión sea una premonición o una anhelada utopía personal, pero voy a caminar en esa dirección. Mientras mis pies se adolecen y mis labios se resecan me cuestiono las verdades que durante tanto tiempo creí intocables. Lo que hay más allá de nuestro último aliento seguirá siendo un misterio mientras los nervios y los poros sean nuestros receptores de conocimiento, así que debo hacer algo que hasta hace poco creía imposible: explicarle a mi humana existencia que se puede hallar la serenidad, pero que el camino siempre será turbulento y minado de dolores, amores, terrores, soledad, placeres, recuerdos y todas esas pequeñas inmensas cosas que nos distraen del hecho de que toda la carne muere.
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