La Señora Fabrelli

16 1 0
                                    

Me gustan los días de lluvia, me ayudan a pensar. Pero no me malinterpretéis, me gusta la tranquilidad que trasmiten, el aroma que desprenden y su mensaje de "después de la lluvia viene el arco iris"; Sin embargo no me gusta mojarme por culpa de la esta, odio que el viento rompa mi paraguas dejándome desprotegida, odio la ansiedad por un refugio para evitar un resfriado y odio con todas mis fuerzas las botas de goma.

No me preguntéis el por qué pero es así, no tengo una explicación lógica o un hecho traumático de mi infancia, simplemente los odio.
Disfruto de la lluvia acompañada de un buen libro, una bebida caliente, en la comodidad de mi sofá, sin olvidar una manta para mis piernas en una postura cómoda, y una ventana ligeramente abierta que me permite oír como el asfalto y la hierba se mojan desprendiendo un olor reconfortante.
Cuarenta y cinco páginas y un té verde después, mi pierna derecha exige un cambio de posición de una forma no muy agradable y dolorosa, me levanté a regañadientes de mi pequeño paraíso dispuesta a satisfacer sus exigencias, cuando a través de la ventana ligeramente abierta pude ver a una señora mayor en el portal del edificio de en frente refugiándose de la lluvia, la cual parecía no tener intenciones de acabarse pronto, con un paraguas roto en el suelo, una mano tratando de secarse con ayuda de un pequeño pañuelo color turquesa y la otra mano arreglando su pelo mojado.
Me quedé un rato observándola, debatiéndome internamente si ayudarla dándole mi paraguas o invitarla a algo caliente dentro de mi casa o simplemente no involucrarme y pasar del tema.

La última vez que ayude a una persona mayor tenía 19 años, salía de comprar del supermercado cuando aquella señora amablemente me pidió ayuda para llevar su bolsas visiblemente pesadas hasta su coche aparcado a dos manzanas de donde estábamos, acepté con gusto y, a pesar de negarme, me dio un poco de dinero por las molestias.
Cogí mi paraguas junto con las llaves y salí dispuesta a ofrecerle una bebida caliente y refugio hasta que la lluvia cesara un poco. Llegué hasta el portal de mi edificio, justo delante de ella y mi lucha interna empezó otra vez, "¿Y si le resulto sospechosa? ¿Y si cree que intento secuestrarla, sale corriendo pero se cae debido al suelo mojado por la lluvia, se rompe la cabeza y muere? ¿Sería capaz de vivir con esa carga en mi conciencia? ¿Iría a la cárcel? ¿Y si en verdad es un plan para entrar a robar mi casa?" Demasiadas preguntas una más descabellada que la otra y mi cabeza empezaba a doler, volví a mirarla, estaba temblando y frotándose los brazos para darse calor.
A la mierda.
Abrí la puerta del portal, seguido de mi paraguas, la miré dudosa por unos pocos segundos cuando caminé hasta ella
-Buenas tardes señora, ya sé que es muy poco habitual pero no he podido evitar verla aquí empapada y cogiendo frío- Compartió una mirada asustada y dudosa, no la culpo, yo reaccionaría igual si un extraño se acercarse a mí de esa manera -Verá, yo vivo justo allí en frente, me gustaría invitarla a pasar y a una bebida caliente para entrar en calor, o si no le agrada la idea, le ofrezco mi paraguas para que pueda ir a otro sitio para protegerse de la lluvia- Su mirada paso de miedo y duda, a tener un brillo de haber presenciado un milagro, lo cual en cierto modo me hacía feliz.
-Alabado sea el señor, normalmente no aceptaría una petición así, no me gusta ser una molestia para nadie, pero no sé dónde estoy y no puedo llamar a mi nieto para que me ayude, Dios te bendiga hija mía por ayudar a esta pobre y desorientada mujer- Y con un gesto dulce alargo su mano a mi rostro con afán de dejar una caricia en mi mejilla en señal de agradecimiento.
-No es ninguna molestia, agárrese de mi brazo para que no se caiga, el suelo está resbaladizo- La mujer se dio la vuelta y camino hasta la esquina del portal para coger una maleta, la cual no había visto, me quedé un poco desconcertada ¿Había llevado esa maleta consigo todo este tiempo? ¿Y no me he dado cuenta?- Déjeme ayudarla con eso, usted agárrese de mi brazo-
-Para que digan que los jóvenes de hoy en día no tienen amor al prójimo-

Mi piso no tenía mucho que ofrecer salvo lo básico, pequeño pero acogedor. Dejé mi paraguas en su sitio y ayudé a la señora Fabrelli, la cual me dijo su nombre en el ascensor, a acomodarse en el sofá, dejé su chaqueta empapada en el perchero y le ofrecí una toalla para secarse el pelo mientras le preparaba una taza de té caliente.
-Tu hogar es bastante acogedor-
-Gracias, no es mucho pero tengo lo necesario y no necesito más- Respondí mientras le servía un poco de té en su taza -¿Pastas para acompañar al té?-
-Pero que muchacha más agradable, no tengo palabras para agradecerte lo que estás haciendo por mí, quien sabe, a lo mejor ahora seguiría ahí fuera, desprotegida de esta lluvia que no parece que vaya a terminar pronto- Me dedicó una sonrisa que ablandaría hasta el ser más siniestro del planeta para después coger una galleta de la bandeja
-Siendo sincera, no creí que fuese a aceptar venir aquí, creí que se asustaría de que una extraña le invitase a su casa-
-El señor siempre me protege, está claro que escuchó mis plegarias y me envió un ángel a salvarme- En mi vida me habían llamado de todo, la mayoría poco agradables e hirientes, de todo excepto ángel -Déjame decirte que estas galletas junto con el té son una delicia, no tomaba algo así desde cuando era igual de joven que tú, y tu juego de té es precioso, es una lástima que se haya perdido la costumbre de la hora del té-
-Es mi hora favorita del día, y gracias, el juego de té me lo regalaron mis padres al independizarme, tengo otro que me enviaron al mudarme a esta ciudad-
-¿No eres de por aquí? ¡Qué interesante! Cuéntame ¿De dónde eres? -
-No, no soy de aquí, Soy de Londres y me mude a Orlando hace dos años por trabajo-
-Mi nieto también hizo lo mismo, aunque bueno nosotros somos de Nebraska, no de otro continente, pero por nuestro apellido mucha gente se cree que somos italianos, que en parte es cierto. Mis tatarabuelos vinieron a los Estados Unidos en busca de una mejor vida, mi bisabuelo se enamoró y casó con una estadounidense, y desde entonces lo único que conservamos de italiano es la sangre y el apellido, apenas recuerdo el italiano salvo unas pocas palabras, pero hay una vecina en mi barrio a la que he convencido que soy de la mafia, no lo soy pero no recogía las cacas que hacía su perro en mí jardín, y una pierde la paciencia. La idea fue de mi nieto y vamos que funcionó, desde entonces no he vuelto a ver mi una caca en mis preciosas rosas.- Empezó a reírse disimuladamente hasta que se paro en seco con la mirada perdida, como si hubiera olvidado algo importante - Ay dios mío ¡Mi nieto! Tengo que llamarle, seguro que está preocupado, he venido a hacerle una visita por unos días y se supone que tendría que haber llegado a su casa hace horas- Decía mientras buscaba desesperadamente en su bolso -¿Te importaría dejarme un enchufe? mi móvil se quedó sin batería y tengo que llamarle, el pobre estará muy preocupado-
-Si si justo aquí tengo uno déjeme que se lo enchufe- Me extendió su cargador y empezó a cargar su teléfono, usaba uno de tapa, como los que estaban de moda en el 2003, no me sorprende, las personas mayores no entienden la tecnología que usamos los jóvenes hoy en día, no necesitan mandar mensajes ni actualizar su estado en Facebook, sólo hacer llamadas.
Y sin previo aviso, rayos y truenos empezaron a caer haciendo la lluvia aún más eterna. Como acto reflejo la señora Fabrelli dio un pequeño brinco en el sofá causado por el susto. Empecé a contar para saber si se estaban alejando, pero estaban acercándose, creciendo junto con mi miedo a que caiga un rayo en el edificio y algo que este enchufado explote.
-Señora Fabrelli, creo que será mejor que apunte el número de su nieto aparte, tenemos que desenchufar todos los electrodomésticos por si le cae un rayo al edificio-
-Pero entonces ¿Cómo voy a contactar con mi nieto?-
-No se preocupe, usted apúntelo en un papel aparte y yo le llamaré desde mi teléfono-
-Está bien, no te preocupes todo saldrá bien ya verás como no cae nada aquí- Pudo notar el miedo en mis palabras e intento reconfortarme como una madre con su niño pequeño asustado por la tormenta. Empecé a desenchufar todo, mi pc, la televisión, lámparas etc. Siempre que empiezan los rayos y truenos estoy cien por cien convencida de que caerán en donde esté, y aunque no haya llegado a pasar toda precaución me parecería poca
-Bueno arreglado el tema de los enchufes sigamos conversando antes de que se enfríe el té- Gracias por intentar distraerme del ruido exterior, dije internamente.
-De acuerdo- Tomé un sorbo de té hasta que me di cuenta de que en todo este tiempo no le he dicho mi nombre, vaya falta de respeto por mi parte - Acabo de caer, en que no le he dicho como me llamo, soy muy despistada para estas cosas, mi nombre es Hazel, perdón por no presentarme antes-
-No te preocupes, estabas ocupada atendiéndome que se te olvidó decirme tu nombre, yo también soy así de despistada- Comprensiva y amable ¿Accedería a ser mi abuela? -Hazel... que nombre más peculiar, tiene mucho aire londinense- Y antes de terminar mi taza de té le dedique una sonrisa tímida pero sincera, con un aire londinense.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 17, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

I'll smile even if it hurtsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora