Entonces los recuerdos invadieron mi mente y toda la paz que tenía se desvaneció. Empecé a llorar. Más de lo que puedo admitir, las lágrimas recorrían mis mejillas y no podía parar, pero tenía que hacerlo, lo necesitaba. Mi madre conducía relajada sin notar lo que me pasaba, bueno, ¿quién lo hubiera hecho? Yo simplemente lloraba en silencio. Pero a medida que el llanto seguía el deseo de gritar incrementaba, quería correr hasta quedarme sin aliento, golpear hasta que mi sangre recorra los nudillos, gritar hasta que se desgarrara la voz, pero no podía hacerlo.
"Tienes que dejar de llorar, ahora" me dije , clavando las uñas en mis mano, no fue hasta que sangró que me di cuenta.
"Piensa en ella" repetí, sabía perfectamente que pensar en ella me calmaría, ella me hacía fuerte, ella sacaba la mejor versión de mi.
Mi madre no me puede ver así pero no era lo suficientemente fuerte para parar de llorar.
"Piensa en ella, ella no querría verte llorar, ella te ama, no igual que tú pero lo hace" por ella podría hacer lo que sea, por ella dejé de llorar.
—Creo que ya puedes bajar del carro para estacionarlo– dijo mi madre con una sonrisa.
Bajé, sentí el aire en mi rostro, sentí un ápice de libertad.
Libertad en una cárcel.
La cárcel de la vida. Naces, creces, la vida te da su mejor cara, luego te hace ver que era una mentira, te deprimes, lloras, mientes, sonríes, mientes, estás al borde del suicidio pero te frenas, siempre hay un freno, y mi freno tiene su nombre, todo en mi tiene su nombre, y por último mueres, final feliz.
Caminé hacia la casa, tenía que reprimir el llanto hasta llegar a mi cama.
Subí las escaleras y llegué a mi cuarto.
La necesitaba, pero ella no estaba ahí, obviamente no iba a estar ahí.
Le di paso al llanto, segundos, minutos, una hora de llanto.
Mi padre entró a mi habitación, si es que a eso se le puede llamar padre.
—¿Estás bien?– dijo
Que cínico. El era la raíz de mis problemas. Solo no lo sabía, bueno, fingía no saberlo.
— Solo es dolor de cabeza– escupí las palabras como pude.
Cerró la puerta y se fue.
Todo sería tan sencillo si cogiera la pistola y me suicidara. En fin, yo no elegí nacer, yo no quería nacer.
Pero sencillo es la primera palabra en la lista de no hacer.
Las horas pasaban y el insomnio tomaba lugar. Dejé de llorar dispuesta a ser feliz, que mañana sería un mejor día, yo haría de mañana un mejor día. Mentiras para calmarme. Y lo peor es que lo sabía.
Era mejor mentir para que los fantasmas de la ansiedad se disiparan.
La ansiedad era el pan de cada día. La presión baja se volvía frecuente pero sabía como parecer lo suficientemente normal para que no me hicieran demasiadas preguntas.
No entiendo por qué no podía jalar del gatillo, en fin, si me iba a morir era mejor que por mi cuenta, todos vamos a morir, y creo que mi muerte está cerca, muy cerca, casi la puedo palpar.
¿Por qué no podía jalar de el gatillo?
Lo sabía a la perfección
Primero, no podía hacerle esto a mi madre.
Segundo, ella.
Ella apareció en el momento que decidí darle fin a todo. Ella hizo que cambiara de idea sin darse cuenta. Ella. Ella era tan dulce, tan perfecta ella lo era todo, ella lo es todo.
Desperté sin recordar a la hora de haber dormido, tarde para variar.
Me vestí, comí, e hice todo lo que siempre hacía. Al llegar al salón la vi. Tan feliz como siempre, me acerqué y me recibió con un abrazo, la abracé, y no quería soltarla nunca, ella tampoco me soltaba, no había necesidad.