El secreto en tu mirada

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Cansado y triste, el chico camina hacia mi dirección. Sujetando la mano de una chica, que no soy yo. La hoguera en mi interior se enciende en instantes e incinera mi corazón dejando sus cenizas brotar por cada poro de mi cuerpo. Dejo que el viento se lleve consigo esa grisácea escoria lacerante junto a mis recuerdos.

Intento quemar a la chica con las llamas de mi cuerpo, que me carcomen hasta los nervios; intento evaporarla con la mirada, que la suave brisa invernal se la lleve con las secas hojas, marchitas al igual que mí ser.

Con un casto beso esa perra básica le deja por fin. Es mi momento, ahora puedo tomar a su hombre. El hombre al que un día, le colisionaban estrellas en su iris cuando nuestras miradas se encontraban. Esos dulces zafiros que me veían con profundo anhelo y en los que ahora no queda más que una sombra de lo vividos que fueron en un tiempo ya lejano.

El hombre que debía ser mío.

Al tomar nota de mi presencia su cuerpo reacciona instantáneamente tensionándose. Aparta la mirada como si al encontrar la mía, una llama escurridiza de mi sistema, se hubiera escapado abrasándolo.

Sereno mi mente, permito al agarre de mis manos relajarse. Entonces me acerco para enfrentarme a la muralla que construyó entre los dos. Es hora de que alguien la derrumbe; la destroce sin piedad. Si él no dá el primer paso, lo haré yo.

—Hey—lo saludo con la sonrisa más veraz que me conceden mis mejillas.

—Hola—murmura, con la cabeza gacha e incomodidad visible.

—El proyecto de historia que nos asignaron, ¿cómo lo haremos?

Su expresión se suaviza al percatarse mis intenciones.

—¿Te parece si quedamos en mi casa?

—Claro, ¿cuándo?

—Mañana a las diez a.m.

El silencio reina y nos quedamos mirando a los ojos en lo que parecen segundos, minutos o incluso horas. Los estudiantes del instituto siguen caminando alrededor nuestro como si nada, mientras nosotros tenemos una guerra interna para decimos todo lo que sentimos en silencio. Usando aquel idioma inverosímil para los demás; forjado por nuestras almas, transmitido por nuestras miradas.

Me parece notar una cúspide de ternura derretir de sus ojos y las comisuras de sus labios levantarse, solo un poco. Lo conozco lo suficiente como para saber lo que piensa. Se siente fluir el aire con olor amargo a nostalgia a kilómetros de distancia.

En ese preciso instante Leyla sale del baño con su perfecto maquillaje acabado de retocar. Mira a su novio y luego me recorre a mí sin perderse un detalle de mi pequeño y delicado cuerpo, con una mueca asqueada.

Después de mirarme como a una mosca, coge el brazo de Alec para acercarlo a su cuerpo y restregarse contra él en una rabieta de niñita pequeña, con mensajes lascivos ocultos en sus movimientos. Mi sangre se vuelve a prender, burbujeando en mi interior.

—Mi amor, vámonos ya. Aquí está comenzando a apestar.

Me hecha una ojeada nada disimulada. Lo atrae hacia ella y lo besa como si fuera el fin del mundo. El sonido húmedo es suficiente para tirar la chaveta de mi granada interior, pero debo contenerme, tengo que si no quiero terminar con las manos manchadas y viscosas.

No puedo soportar su lloriqueo. Y él lo sabe ya que se separa a los pocos segundos y me mira de reojo, afligido.

—¿Qué esperas? Tus padres nos deben estar esperando.

«Cálmala, me está poniendo de los nervios», le ruego en mi cabeza. Lo único que responde es un retumbante eco vacío.


Dulce obsesión©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora