Libros por doquier. Grandes, chicos, gordos, delgados, nuevos, antiguos, de fantasía, de terror, de historia, románticos, habían muchos.
Me encontraba en medio de los laberintos de una biblioteca, buscando el libro perfecto para un ensayo de filosofía, pero ninguno captaba mi atención. Llevaba merodeando desde hacía mucho, y no me había cuenta de la hora hasta que recibí un llamado de mi madre preguntándome dónde estaba.
Comencé a apurarme, si no lo encontraba reprobaría la clase. Miré para todos lados y pude observar un solitario libro en la parte superior. El problema era que con mi pequeña estatura no alcanzaba a llegar tan arriba, traté de subirme a la primera tabla del estante, pero no podía tomarlo. De repente, sentí unas manos en mi cintura que me bajaron del estante y luego, vi a un chico tomar el libro. Me disponía a protestar pero me di cuenta de que el libro ya estaba entre mis manos y el chico me miraba fijamente.
- Gracias –dije avergonzada.
- Fue un placer…
- Camila, me llamo Camila –respondí.
- Bonito nombre –comentó guiñándome el ojo.
Se acercó a mí, pensé en alejarme pero mis piernas no me reaccionaban, y de un momento a otro, me besó. Sus labios encajaron perfectamente con los míos, provocándome un cosquilleo de pies a cabeza. Cerré mis ojos para intensificar más el beso…
Todo recobró sentido cuando desperté de un largo sueño al escuchar a un señor decirme que ya estaban cerrando.