Pranks.

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5 años de edad…

La mayoría de las pequeñas estarían saltando en un pie de felicidad solo por el hecho de haber recibido una muñeca o un lindo vestido, pero no Samanta. Ella estaba con el mismo grado de dicha por un gorro de lana. ¡Pero no cualquier gorro! Era el que había estado admirando tras esa vitrina por tanto tiempo. De color gris verdoso que se ajustaba perfectamente a su cabecita; cada vez que se lo sacaba para admirarlo una vez más los pelos de su melena castaña se levantaban a causa de la estática, pero poco y nada le importaba.

Fue corriendo con emoción para mostrarle su nueva adquisición a Cristina, su amiga. Ya quería ver que decía sobre este, aun cuando contaba con que sus comentarios irían desde “es muy de niño” hasta “tiene color a vómito”, Sam siempre sentía que su día mejoraba cuando le hablaba acerca de sus cosas. No mostraba el interés que ella esperaba, pero al menos la escuchaba.

Tocó con ánimo la puerta principal, pero nadie contestaba. Frunció el ceño y se arremangó las mangas de su pequeña sudadera. Infló el pecho e intentó nuevamente, pero nada. Se asomó a la cochera para verificar que el auto del señor Donovan aún estuviera estacionado, y al verlo justamente ahí bajo el techo de madera se decidió a ir por su tercer intento.

— Querida — Sam dio un salto, no le gustaba que la sorprendieran por la espalda. Se dio la vuelta y se encontró con unas piernas cubiertas por un pantalón y un delantal de cocina. Subió la mirada, topando con unos ojos verdes que la miraban con ternura. — ¿Estás buscando a Cristina?

Sam asintió sin decir mucho. Era muy tímida frente a los mayores ya que sabía que si abría su boquita podría soltar cualquier bomba de tiempo que los dejara anonadados en el mal sentido. Su madre siempre le había aclarado que la educación es algo que se gana con el tiempo y ella había decidido adquirirlo a temprana edad.

— Pues pasa, está abierto. Cristina está en su habitación… — sin más puso un pie dentro de la casa. — Si ves a su padre dile que quiero que venga a ver las nuevas rosas, ¿sí? ¡Oh, por cierto! Qué lindo gorro. — El orgullo de Samanta estaba por los cielos.

Con unos pasos ya se encontraba en la sala de estar, llena de fotografías y libros, sin televisión ni radios para al menos escuchar música. Claro que estaba ese viejo tocadiscos, pero al usarse solo para escuchar los vinilos de música clásica, Sam no lo tomó en cuenta como una entretención.

Con sus cortitas piernas avanzó un poco más, disfrutando del olor a canela del lugar. Esa casa siempre la había sentido como un lugar para ir a jugar y divertirse con su amiga, pero ahora mediante iba creciendo lograba ver unos detalles que antes había pasado por alto. Como la vieja colección de botellas de bebidas antiguas que se encontraba en un estante arrinconado, o la gran araña que colgaba sobre el sillón de tela rojo. Siguió caminando y observando, aunque luego de un tiempo se aburrió por completo por lo que apresuró su búsqueda.

Se aproximó a la escalera para acceder al segundo piso y dar con el cuarto de Cristina, cuando escucho unos estridentes ruidos proviniendo desde la cocina. Entrecerró los ojos, algo extrañada y supuso que tal vez su amiga se encontrara en esa habitación y no arriba como creía la madre. Se alejó de los escalones con grandes zancadas — lo más que le daban sus piernitas — y abrió la puerta.

De pronto todo lo que pude ver fue una gran masa de humo blanco que la rodeaba. Estornudó varias veces tratando de que la picazón de su garganta desapareciera, también se talló los ojos para que dejaran de lagrimear, sentía como si tierra se le hubiera metido bajo los parpados. Poco a poco la imagen se fue aclarando.

Vio a un niño pequeño con una sonrisa malvada en el rostro, al lado de él estaba apoyada en una encimera la escalera que usaba su padre cada vez que había una gotera en el techo o alguna ampolleta quemada. Pero donde la pequeña Sam fijó su atención fue en el saco de harina vacío que estaba a los pies del pequeño.

Pranks.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora