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      “El diablo es real. Y no es un pequeño hombre con cuernos y cola. Puede ser hermoso. Por qué es un ángel caído, y solía ser el favorito de Dios.”

El reino del infierno ardía en cólera.
Los gritos que habitualmente resonaban en todo esté lugar hoy estaban más activos.

Satán estaba furioso, sabía que Gabriel se escondía de él. Sabía que escondía a aquel Querubín de ojos esmeralda.
Sus manos se cierran en un puño y recarga su espalda en aquel trono, entrecierra sus ojos mirando a su alrededor, cómo un rey sentado en su trono observando las cosas a su alrededor, viendo a sus demonios torturar y destruir a aquellas almas que albergaban en su reino.
Sus labios se curvean en una media sonrisa mirando a la muerte entrar por las puertas del limbo.

Obtendría a su hijo a costa de lo que fuera.

—Hola, muerte.—murmura sintiendo un gruñido formarse en el fondo de su garganta, siendo ahogando en el mismo lugar.

El nombrado al notar la sonrisa que adornaba el rostro de Satán frunce el ceño, guardando con lentitud sus alas negras para luego asentir con la cabeza en forma de saludo. Sus botas de la muerte a duras penas hacían eco en el lugar y la ropa que vestía y su cabello desordenado lo hacía verse como un humano rebelde, uno simple.

—Al grano, Satán, di que quieres y podré largarme del lugar.— le responde el castaño, entrecerrando los ojos.

—Sabes lo que quiero. —murmura ronco, sin borrar la sonrisa de su rostro haciéndole verse aterrador. —Quiero a mi hijo y que mates a la arcángel Gabriel.

Aquello hace a la muerte soltar una sonora carcajada, cómo sí de un chiste contado se tratará.

—¿Q-qué mierda dices?— balbucea, sin dejar de reír. —Nadie puede matar a un arcangel que no sale del reino de dios, mientras esté ahí estará protegido. Es imposible.

—No todo lo es, mi querida muerte.— murmura Satán, sin borrar su sonrisa de sus labios.  —lo quiero muerto.

La muerte, al notar que hablaba enserio borra su sonrisa, apretando su mandíbula.

—¿Has pensado con lógica y no con el pene, Satán?— pregunta la muerte, ocultando lo que de verdad pasaba. Días antes había tenido la oportunidad de poder hablar con el arcángel Gabriel y conocer a su pequeño querubin de ojos verdes. —somos inmortales. No podemos morir.

El mencionado, ya frustrado hace sus manos puño, haciendo que al instante las llamas del infierno aumentará su poder.

—¿Cómo te atreves a hablarme así, muerte?— dice en un bramido Satán, entrecerrando sus ojos. —tanto cómo tú y yo, y cualquier puto ángel y demonio tiene y puede convertirse en un humano cuándo baje a la tierra. Ahí puedes matar a Gabriel.

La muerte traga duro y se remueve en su lugar. Sabía que esto saldría mal.

[. . .]

El pequeño querubín mira con ojos tristes a su padre y hace un leve puchero, sintiendo su labio inferior temblar. No entendía que pasaba, no entendía por qué su padre quería abandonarlo, por qué le quitaría sus alas y lo desterraría del cielo. No había hecho nada malo.
Suelta sollozos inconsciente y tapa su rostro con sus pequeñas manos, echándose a llorar con fuerza, su corazón latía con fuerza contra su pecho y tenía miedo, tenía muchísimo miedo. Siente los delgados brazos de su padre rodeando su pequeña cintura y se aferra a él, sintiendo muy en el fondo no lo volvería a ver.

—¿por qué tengo que ir?— Balbucea torpemente, recargando su cabeza en el pecho de su padre cuando siente como acaricia con suavidad y paciencia los crespitos de su hijo.

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⏰ Última actualización: Sep 26, 2017 ⏰

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