Desde las rocas los miraba. No comprendía a aquellos seres, ¿quién podría? Tan iguales a ella, pero, al mismo tiempo, tan distintos.
Radne los observaba, resguardada en la lejanía, recostada en las rocas sobre su estomago, con la cabeza descansando en su mano; luchaban para demostrar su superioridad, obligándose a caer de su montura a las aguas.
Sus gritos de guerra se escuchaban sobre el rugir de las olas, a pesar de estar a más de trescientos metros del lugar.
El objetivo de la actividad era derribar a los oponentes, empujándolos por los hombros, de la tabla de madera lustrada en la que estaban sentados a la merced del vaivén hipnótico del mar.
El ganador levantaba los brazos en señal de triunfo, el perdedor escupía agua al regresar a la superficie y aferrarse al instrumento de flotación. Mientras, su escolta reía, burlándose de la desgracia del último; preparándose, el siguiente, para retar al vencedor.
Radne negó con la cabeza. No, nunca los entendería. ¿Sería un ritual de apareamiento? ¿Alguna extraña forma de asignación del territorio reproductivo? ¿Intentaban de esa manera obtener la atención del género opuesto? ¿Qué les hacía pensar que alguien se sentiría atraído por semejante demostración de idiotez?
Hombres, tan iguales, tan, tan diferentes a ella. Criaturas extremadamente contradictorias. Por un lado hermosos: con sus ojos cautivantes, de colores variados dentro de una gama acotada; con sus narices respingadas, grandes o pequeñas; sus mandíbulas marcadas, aunque fuera sólo un poco; sus anchas espaldas, o no tanto, que siempre le antojaban recorrerlas con las yemas de sus dedos, para corroborar si eran tan suaves como parecían; y por último, pero no por eso menos importantes, sus fuertes y velludas piernas.
Lamentablemente, a pesar de su belleza, eran horribles: todos ellos eran malvados, egoístas y egocéntricos; siempre poniendo sus necesidades primero, sin importar las consecuencias de sus actos; asesinando, sin remordimientos; destruyendo, como un huracán todo a su paso.
De más está decir que, Radne había tenido malas experiencias en sus escasos acercamientos a los hombres. Mencionar que los odiaba era un eufemismo.
Largas horas duró la batalla, aburriendo hasta a sus protagonistas. Eran seis, pero ella solamente tenía ojos para uno. Él había ganado una que otra de esas trifulcas de carente importancia.
El sol comenzó a descender y el viento a soplar; levantando picos más definidos en el agua, que nacían, a algunos metros de donde se encontraban los surfistas, para arremolinarse a medio camino, y morir en la orilla.
El agitamiento del mar les pareció perfecto para apaciguar su tedio. Decidieron entonces, montar esas olas hasta la costa.
Uno a uno, se fueron apoderando de las ondulaciones entre risas y arengas. Eran seis y quedaban dos aun, esperando por su cresta. Cuando el anteúltimo se adelantó, para permitir que la marea lo arrastrara a la linde entre los dominios de Poseidón y la playa, Radne vio la oportunidad de verlo más de cerca.
Antes de que fuera demasiado tarde, y él se alejara, ella se sumergió. Movió sus brazos y arqueó su cuerpo de arriba abajo para darse impulso; usando los movimientos de avance y retroceso de la masa de agua con las que estaba familiarizada, para ahorrar fuerzas y maximizar su esfuerzo.
Gracias a que era una eximia nadadora no le llevó demasiado tiempo cerrar la distancia.
Un movimiento captado por el rabillo del ojo, llamó la atención del joven, quien volteó para encontrarse con una bonita chica, de aproximadamente su edad, nadando. Sus cabellos le resultaron extraños, ya que los llevaba teñidos de un color azulado. ¿O sería verde? El hecho de pertenecer a la logia masculina, no lo ayudaba demasiado a definir el color.
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Sentimientos Profundos
Short StoryEste libro contiene historias cortas. Algunas dulces, otras retorcidas. Te invito a conocer cómo trabaja mi cabeza. ¿Te animas?