Rutina...
Abro mis ojos por el sol que ilumina mi ventana, respiro mientras miro el techo totalmente blanco. Me siento en la cama y me quedo pensando cosas, mientras se me quita la pereza. Voy al baño, una ducha de agua caliente, prendo el radio y comienzo a cantar como loco (gracias a Dios que fuera de la casa no se escucha nada). Entro al cuarto otra vez y busco la ropa que me pondré, camiseta negra, pantalón negro y tenis negros. Muy casual diría yo.
¡Listo!
Soy un chico que desde pequeño me han gustado los animales, por eso tengo a mi hermoso gato Dexter. Se podría decir que solo él entiende como estoy, aunque el muy pillo, solo se me acerca cuando tiene hambre.
Me sentía agobiado, pensaba en buscar una solución a mi vida, pero ¿cómo? Con los ojos algo hinchados de dormir tarde pegado de mi celular, sabía que estaba perdiendo el tiempo. ¿Por qué no me tocó la vida de esas personas ricachonas que viajan y conocen el mundo entero? Estar en las vegas mal gastando dinero que les sobra...
¡Bah!
Creo que no deseo riquezas, ni carros lujosos. ¡NO! No quiero nada de eso, solo quiero ser feliz. Quiero que mi cama cada fin de semana sea diferente. Quiero levantarme y salir de esta rutina diaria, que no me deja tranquilo...
Tomé mi mochila y salí con el destino de ir a la universidad, otra vez lo mismo, ya estaba aburrido y mis compañeros de clase lo notaban en mi rostro. Entraba al aula y ni saludaba, la misma esquina con la silla llena de chicles viejos y grafitis, hacia las clases solo por cumplir y, aun así, claro, sacaba buenas notas. Salgo de la clase al mediodía y me dirijo a tomar el bus, al parecer no era mi día, duré más de una hora esperando que pare el bus, lo me ocasionó un leve dolor de cabeza. Voy a cruzar la calle y una compañera de clases me grita “¡Junior!” yo como un tonto solo sigo caminando, ella nunca me había dirigido la palabra, me paré para voltear y sentí como mis costillas se rompían... una... por... una.
El dolor llego a mí en fracciones de segundos, no sentía mis piernas y en realidad no sabía si estaba en el suelo. No podía abrir los ojos ni mover mis brazos, solo escuchaba voces, trataba de gritar y suplicar, pero no pude. Esa chica lo único que me quería decir era que me quite de la calle. Un vehículo sin control iba a toda velocidad, mi día no podía ser peor, los doctores creían que ya estaba muerto y no querían hacer nada por mí. Le decían a mis padres que no iba a durar mucho tiempo, que tenía varias facturas en el cráneo y que se me hacía difícil respirar. Tenía el cuerpo vendado por completo, caí en coma, tenía mis ojos cerrados y sentía como cada parte de mi cuerpo estaba rota, solo me salían lágrimas, lágrimas de dolor y en mi mente solo suplicaba que me maten.
Así pasaron varias semanas mientras el dolor iba apaciguándose, aun no podía moverme y eso me desesperaba. Yo quería cantar como lo hacía en la ducha, quería ver a mi gato, quería ver a mis padres, me sentía solo y peor que todo, quería morir. Me dormía y soñaba que estaba caminando, ya deseaba tener mi rutina otra vez, aunque no sea la vida que yo en realidad quería.
Caí en ese sueño profundo del cual no quería despertar, en ese sueño todo se puso blanco y yo no veía nada, solo a una chica. Era linda. Tenía cabello negro, ojos color café, flaca, con piernas largas, algo me decía que la conocía más que a nadie. En un instante, me habla, pregunta “¿dónde estamos?” Y yo sin nada que decir solo respondí “No sé”. Ella sonríe y yo solo quiero salir de ese lugar, ojalá y aparezca la persona que hizo ese templo con solo el color blanco. No había ni una sola puerta, ella sin pensarlo dos veces altera su vos y dice “¡¿hay alguien aquí?!”. Yo sonrío y la miro, le dije "eres una tonta". A lo que ella sonríe y pregunta ¿tú por qué estás aquí? Sin titubear le respondí “si lo supiera, ya estuviera lejos de este estúpido templo”. Comenzamos a buscar por alguna salida, pues de alguna forma tenía que entrar aire.