La línea entre día, la noche y los sueños se empezó a difuminar cada vez más en mi cabeza, no era capaz de diferenciarlos entre sí, y hasta del paso del tiempo.
Hace pocos días caí en la cuenta de esto, mientras buscaba la noticia que daría el brillo que mi carrera en el periódico necesitaba. Al despertar sobresaltado por una pesadilla, sobre la mesa de la cocina, sin poder recordar lo que había pasado horas antes, ni como había llegado a dormir en tal lugar. Lo último que recuerdo es que estaba redactando una noticia en mi vieja Remington —heredada de mi abuelo—, horas antes de caer en un profundo sueño, o debería decir, una profunda pesadilla.
Pese a todo, continúe con mi investigación, necesitaba encontrar la noticia ideal. Una crónica tan impactante que dejaría a todos los lectores del diario con la boca abierta, y a mi jefe con una enorme sonrisa de oreja a oreja, que no dudaría un segundo en ascenderme o aumentarme el sueldo, o ¿porque no?, ambas. Ya podía saborear la victoria, toda la ciudad aclamaría al periodista que logró la investigación del año. Pero no se me tome a mal, no me estoy vanagloriando. Por aquellos días, estaba muy cerca de una pista que había empezado a seguir el mismo día que desperté alterado en la cocina, y sabía que me llevaría a algo grande, algo jamás antes visto.
—No se desvié, señor Jáuregui, cuénteme, ¿Qué pasó la noche que desapareció su esposa?
—La noche, ah sí, esa noche —Meditabundo, Ariel Jáuregui, asintió—. Esa maldita noche. El golpe de la puerta me despertó de otra pesadilla, y... Elisse, doctor, mi amada Elisse, no estaba. La busqué y la busqué, por toda la casa, pero no la encontré, hasta que... —se llevó ambas manos temblorosas a la cabeza—. ¿Qué dios o ser cruel sería capaz de arrebatarme a mi amada así? ¡Ay, Elisse, mi pobre Elisse!
—Le recuerdo que, según lo que investigamos...
—¡No, no! ¡calle! No me diga nada.
—Tranquilícese señor Jáuregui. Volvamos a su relato.
Eran las cuatro de la madrugada, pasó de nuevo, desperté en mi estudio sacudido por otra pesadilla, y había perdido la memoria reciente de los hechos. Afuera, la tormenta recrudecía y alguien llamaba a la puerta. ¿Quién podría ser a estas horas?
Salí del estudio y me dirigí al dormitorio. Elisse no estaba ahí. La busqué en el baño, en la cocina, en todas partes, pero no estaba. Alguien seguía llamando a la puerta, incansable.
—¿Elisse, eres tú? —la única respuesta fueron más golpes. «Toc, toc, toc.»
—¿Elisse? —volví a llamar. «Toc, toc, toc.»
Un extraño escalofrió me recorría el cuerpo, como si pudiera presentir algo. Descubrir unas manchas rojizas en uno de los sillones de mi pequeña sala no ayudó a calmar mis nervios. «Toc, toc, toc». Los golpes no cesaban, así que tomé valor, y abrí la puerta. Y lo que vi, lo que vi, doctor, me heló la sangre.
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Ascenso de la locura
Horror¡Oh, mi hermosa Elisse! La mas bella de las flores, que se desvaneció entre la noche y la tormenta; aún conservo tu recuerdo junto a mí, aún conservo el aroma de tu pelo y el sabor de tus labios, y aún conservo el rastro de tu sangre en la habitaci...