II. Bendecida

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Los hermosos ojos de mi adorada Elisse, claros como el cielo. Se dice que los ojos son el espejo del alma, y yo diría que también de la mente y el cuerpo. Mi esposa era la confirmación viviente de ello, en sus ojos podía percibir sus estados emocionales, de ánimo e inclusive de salud. Ella me hablaba con los ojos, podíamos tener una conversación sin mediar una sola palabra.


Sus ojos, que fueron mi adoración, ahora me miraban tras el umbral de la puerta, oscuros, mortecinos, amenazantes y hasta furibundos, habían perdido su luz. Su cuerpo, rígido como un cadáver, llevaba puesto el vestido de nuestra boda, pero ahora lucia envejecido, salpicado de manchas de tierra y sangre por igual. El corazón me galopaba como un corcel infernal que pronto saldría de mi pecho arrancándome las carnes.


-¿Qué te ha pasado, mi amor? -me atreví a preguntar con la voz echa un hilillo, apenas audible. No hubo más respuesta que un gruñido gutural, como si se desgarrara la garganta tratando de decir algo.


Fue entonces cuando reparé en el cuello de Elisse; manchas de sangre seca rodeaban un profundo tajo. Mantuve la mirada en la herida. Luego la deslicé por su inmóvil cuerpo, mientras ella seguí emitiendo desagradables gruñidos.


El estallido de un relámpago me reveló el resto de su figura. Había perdido un brazo, su piel, extremadamente pálida, estaba cubierta de rasguños y moratones. Caí de rodillas, sollozando, con el alma destrozada por la grotesca imagen de la mujer que amaba, convertida en aquel espectro infernal, asesinada y regresada a la vida, tal vez buscando vengarse, pero ¿de quién?, ¿quién podría haberle hecho eso?


Aquello debió acontecer mientras yo caía en uno de esos sueños que se apoderaban de mí. Tal vez Elisse gritó por mi ayuda, y no pude oírla. Por culpa de las malditas pesadillas dejé que asesinaran a mi esposa.


-¿Quién te hizo esto, Elisse? ¿Quién? -grité ahogándome entre lágrimas-. Tu alma busca venganza. Déjame ayudarte, oh, mi amada Elisse -el cadáver andante, que ahora era mi mujer, pareció emitir un gemido, juraría que vi una lagrima fugaz por sus mejillas. Otro relámpago irrumpió, pero la luz azulada fue tan cegadora, que en un instante perdí de vista a Elisse, se había ido. Desesperado salí al exterior, buscándola. No la encontré, pero pude divisar, entre la hierba seca y arrancada del jardín, sus huellas. Se arrastraban atrás de la casa, salí inmediatamente, sin importarme la lluvia o el frío. Corrí por el jardín siguiendo el tenue rastro.


Los pasos me guiaron hasta un lugar apartado de la casa, al que no había tenido interés de explorar desde que la comprara, hacia unos pocos meses antes. En el lugar, lleno de hierba y rosas secas, quien sabe cuánto tiempo, descubrí asomándose entre la hierba un pequeño tronco, al acercarme a él, divisé una cruz rústicamente confeccionada. Parecía reciente. El terror me invadió cuando en el madero central, leí su nombre:

Elisse Jáuregui. Bendecida y amada.

Ascenso de la locuraWhere stories live. Discover now