La mayoría de las ciudades viejas y sus vecindarios no fueron diseñadas con la mentalidad de que la población comenzaría a crecer de manera exponencial y que tendría que ser acomodada. Generalmente, la construcción de las carreteras responde a la necesidad de conectar puntos de importancia económica, delineándose con base en las restricciones geográficas. Una vez que las carreteras conectoras han sido establecidas, los negocios nuevos y más carreteras son posicionados estratégicamente a lo largo del asfalto, solo dando cabida a modificaciones, adiciones y alteraciones menores, pero nunca a ningún cambio dramático.
Entonces el vecindario de mi infancia tuvo que haber sido viejo. Las primeras casas que se construyeron debieron haber sido colocadas alrededor del lago, y el área habitable se incrementó gradualmente a medida que se crearon extensiones nuevas sobre el camino original; pero todas estas extensiones terminaban abruptamente en un punto o en otro —solo había una entrada/salida para todo el vecindario—. Muchas de las nuevas extensiones estaban limitadas por un afluente que se alimentaba del lago, y que pasaba justo al lado de lo que llegué a nombrar «la fosa». Gran parte de las casas originales tenían patios inmensos, pero algunos de esos terrenos originales fueron divididos, dejando atrás propiedades con límites más y más pequeños. Una vista aérea de mi vecindario daría la impresión de que un calamar gigante murió en el bosque, y un empresario aventurero encontró su cadáver y pavimentó carreteras a lo largo de sus tentáculos, solo para retirar su involucramiento y dejar que el tiempo, codicia y desesperación se encargaran de dividir la tierra entre los dueños de casas prospectivos, como un intento embarazoso de la proporción áurea.
Desde mi pórtico podía ver las casas viejas que rodeaban el lago, pero la casa de doña Maggie era mi favorita. Ella tenía, según recuerdo, cerca de ochenta años de edad, pero a pesar de eso era una de las personas más amistosas que he conocido. Tenía una melena de rizos blancos y siempre vestía con vestidos claros de patrones florales. Nos hablaba a Josh y a mí desde su pórtico trasero cuando estábamos nadando en el lago, y siempre nos invitada a comer bocadillos. Decía que se sentía sola porque su esposo Tom estaba fuera por negocios, pero Josh y yo siempre rechazábamos su invitación, pues por más amable que doña Maggie fuera, había algo raro en ella.
De vez en cuando, mientras nadábamos, nos decía: «Chris, John, ¡son bienvenidos aquí en cualquier momento!». También podíamos oírla diciéndonos lo mismo cuando caminábamos de regreso a mi casa.
Doña Maggie, como muchos de los dueños de casa más antiguos, tenía un sistema de irrigación que funcionaba mecánicamente, pero, en algún punto con el transcurso de los años, su temporizador se debió haber roto. Sus regaderas se encendían en varias ocasiones durante el día, y a veces incluso durante la noche —todo el año—. Aunque nunca hacía tanto frío como para que nevara mucho en invierno, en numerosas instancias salía por la mañana para ver el patio frontal de doña Maggie transformado en un paraíso ártico surrealista por el agua congelada. Todos los demás patios se mantenían esterilizados y secos por la escarcha cortante del frío del invierno, pero ahí —en medio del recordatorio deprimente de la brutalidad de la temporada— había un oasis de hielo hermoso colgando como estalactitas de cada rama de cada árbol, y de cada hoja de cada arbusto. Conforme el sol se alzaba, era reflejado y las piezas de hielo desglosaban sus rayos en un arcoiris que solo podía ser observado brevemente antes de que te cegara. Incluso a esa edad, estaba maravillado por lo bello que era, y Josh y yo íbamos ahí con frecuencia para caminar en la grama con hielo, y entablábamos peleas de espada con los carámbanos.
Un día, le pregunté a mi mamá por qué doña Maggie lo dejaba así. Mi mamá pareció haberse debatido la explicación, antes de decir:
«Bueno, cariño, doña Maggie se enferma mucho, y a veces, cuando se pone muy enferma, se confunde. Es por eso que cambia tu nombre y el Josh. No es su intención, pero hay momentos en los que simplemente no los puede recordar. Vive en esa casa a solas, así que está bien si quieres hablar con ella cuando nades en el lago. Pero cuando te invite adentro, debes seguir diciendo "no". Sé cortés; no vas a herir sus sentimientos».
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creppys,leyendas y terror
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