Ella caminaba sobre unos tacones demasiado altos. Ella parecía una reina desde las alturas de aquel mágico ambiente. Pero no lo era. Ella sabía que no era así, aún así fingía una y otra vez, sonrisas entre copas. Ella se dejaba llevar, la guiaban en la noche. Se sentía una pantera color pardo. Muchos dicen que la veían sonreír siempre, pocos hablan de la tristeza que se veía en sus ojos. Sus suicidios nocturnos entre lagrimas, entre una cuchilla llena de sangre que desgarraba su piel hasta marchitarla.
Caminaba por lugares por los que su abuela se echaría las manos a la cabeza. Iba de discoteca en discoteca sin detenerse demasiado. Le invitaban a copas con solo un pestañeo. Se acercaba mucho a sus amigas, ponían el calor en el ambiente. Y el resto de la discoteca las miraban como bailaban. Manos arriba, a volar, a reír y abajo con contoneos. "Es que tu cuerpo es pura adrenalina que me atrapa", cantaba con sus labios rojos pasión. Y entonces llegó él, entró entre la gente, se camufló entre polos de Tommy Hilfiger, y cantando "volvamos hacer el amor como aquel día" se acercó a ella, a la que eso de querer le quedaba grande porque nunca supo cómo hacerlo pero lo vio mirarla y sintió algo extraño.
Y esa mirada fue como un beso robado en un portal, como ver aterrizar un avión, como ver la caída de las torres gemelas, como ver a Roma destruyéndose, como el agitar de las alas de un colibrí, un momento único.
Él se acercó a ella ligeramente, como si no estuviera interesado en cogerla de la mano, llevársela lejos de allí y pasar la noche escuchándola mientras miraba sus ojos color melón. Ella lo miró como si fuera Adonis. Y como Afrodita, ella cayó locamente enamorada de ese fruto del incesto. Él acercó su boca a su oído y le susurró: "Buenas. ¿Qué tal?". Era la primera vez que se acercaba tanto a una chica en una discoteca. Estaba nervioso y a ella le palpitaba el corazón a mil. Y con esa pequeña frase se pasaron la noche hablando hasta quedarse solos. Ella le dijo de salir fuera y hablar más tranquilos. Estaban disfrutando, se sentían a gusto, pero hacía frío y él tuvo que dejarle la chaqueta a ella. Y él empezó a tener frío, ella lo abrazó sin dudarlo y bajo aquella manta de estrellas estaban ellos dos, solos en el universo, y no necesitaban más que ese abrazo para darse cuenta de que el amor surge cuando menos lo creemos.
Y llegó la hora de la vuelta a casa, de las promesas, de las despedidas y de las caras grises. Él la acompañó como un caballero, ella se despidió con un beso en la mejilla como las princesas, pero realmente moría de ganas de besar aquellos labios. Pero se permitiría el lujo de conservar esas ganas una noche más, o dos. Porque a pasos grandes, caídas estrepitosas. A pasos pequeños, grandes amores. Y ella sentía mariposas en el corazón, el huracanes en el estómago y ambos querían que llegara la hora de volver a amarse. De volver a oír ese solo de saxofón cuando se volvieran a imaginar, ese baile de miradas entre ellos, esos "te quiero" ahogados, aunque no te conozco, pero siento que sí.