Bajé del avión y sentí la brisa veraniega y el calor del sol en mi piel. Miré a mi derecha, donde estaba mi mejor amiga Keila. Siempre había sido así, y nunca cambiaría. Siempre la tendría a mi lado.
Nos miramos y sonreimos. Acabábamos de aterrizar en Sidney, el lugar que sería nuestra casa durante, al menos, nuestros años de universidad.
No había sido fácil convencer a mis padres. Londres quedaba demasiado lejos y, a pesar de las becas, seguía siendo caro.
Los de Keila habían sido mucho más fáciles de convencer. El dinero no era ningún problema para ellos y, al fin y al cabo, les daba igual donde estuviese si era feliz.
Caminábamos por la terminal del aeropuerto aún abrumadas por el hecho de habernos mudado, juntas, a la otra punta del mundo.
Cuando tuvimos nuestras maletas fue cuando Keila reaccionó y empezó a gritarme -¡Estamos aquí Eli, es real! ¡Nos hemos mudado a Australia!- Yo simplemente me reía e intentaba calmarla un poco, aunque ya teníamos a toda la terminal pendiente de nosotras.
Keila siempre era el centro de atención. Alta, con una melena rubia y ondula por la mitad de la espalda y una sonrisa que acaparaba todas las miradas.
Yo, sin embargo, era más normalita. A penas llegaba al metro sesenta y cinco. No era fea, pero tampoco llamaba la atención. Aún asi, tenía otras virtudes que ella no tenía. Nos complementábamos la una a la otra y creo que eso era lo que hacía nuestra amistad indestructible.
Viajamos en taxí hasta el piso que habíamos alquilado, cortesía de los padres de Kei. Era fantástico. Tres habitaciones, 2 baños, cocina y un salón enorme con un gran ventanal. Decorado con muebles de madera clara o blanca y pardes de colores también claros, era elegante y acogedor. Perfecto.
Deshicimos nuestras maletas y a las 8 de la tarde ya estaba agotada. Aún nos quedaba un mes de vacaciones antes de que empezaran las clases, en el que tenía pensado descansar y tomar el sol todo lo que pudiese.
Eso era lo que tenía pensado, pero con Keila Finnengan como mejor amiga y compañera de piso sabía que sería imposible.
Oí sus pasos por el pasillo antes de verla atravesar la puerta de mi habitación -¿Qué haces en pijama Eli? ¿ No pensarás pasarte la noche en casa, verdad? -Pues en realidad si, Kei. Estoy agotada, hoy me apetece decansar. ¿Por qué no descansamos esta noche?- Me miró con su cara de desaprobación y respondió -'Elisabeth aburrida Taylor' en acción desde el primer día. Hay que ver... Hoy te lo perdono porque estoy muerta, pero será la última vez, ¿entendido?-
Le dediqué una sonrisa burlona y le dí las buenas noches. No era fácil converncerla, pero yo siempre había sido incluso más terca.
Me fui nerviosa a la cama pensando en los días que se avecinaban. Sabía que estos meses cambiarían mi vida para siempre.