EL PRINCIPIO DEL FIN

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  Conseguí quedarme aún durante el verano en H. En vez de permanecer en la casa,pasábamos el día en el jardín, junto al río. El japonés, que por cierto había perdido lapelea con Demian, se había marchado; también el discípulo de Tolstoi faltaba. Demiantenía ahora un caballo y salía a montar todos los días con asiduidad. Yo estaba amenudo con su madre, a solas.A veces me asombraba la paz de mi vida. Estaba tan acostumbrado a estar solo, arenunciar, a debatirme trabajosamente con mis penas, que estos meses en H. meparecían una isla de ensueño en la que me estaba permitido vivir tranquilo y comohechizado entre cosas y sentimientos bellos y agradables. Sentía que aquello era elpreludio de la nueva comunidad superior en que nosotros pensábamos. Pero poco a pocome fue invadiendo la tristeza ante tanta felicidad, pues comprendía que no podía serduradera. No me estaba concedido vivir en la abundancia y el placer; mi destino, era lapena y la inquietud. Sabía que un día despertaría de aquellos hermosos sueños de amory volvería a estar solo, completamente solo en el mundo frío de los demás, donde meesperaba la soledad y la lucha, y no la paz y la concordia.Entonces me acercaba con ternura redoblada a Frau Eva, dichoso de que mi destinoaún tuviera aquellos hermosos y serenos rasgos. Las semanas de verano pasaron rápiday ligeramente. El semestre se aproximaba a su fin. La despedida era inminente; nodebía pensar en ella y tampoco lo hacía, disfrutando, por el contrario, de losmaravillosos días como la mariposa de la flor. Aquello había sido mi época de felicidad,la primera realización plena de mi vida y mi acogida en aquella unión; ¿qué vendríadespués? Tendría que volver a luchar, a sufrir nostalgias, a estar solo.En uno de aquellos días sentí con tanta fuerza este presentimiento que mi amor aFrau Eva ardió, de pronto, en llamas dolorosas. ¡ Dios mío, qué pronto dejaría de verla,de oír su paso firme y bueno por Ja casa, de encontrar sus flores sobre mi mesa! ¿Quéhabía conseguido? ¡Había soñado y me había mecido en aquel bienestar, en vez deluchar por ella y atraerla a mí para siempre! Todo lo que ella me había dicho hasta aquelmomento sobre el verdadero amor me vino a la memoria: mil palabras sutiles levementeamonestadoras, mil llamadas veladas, quizá promesas. ¿Qué había hecho yo con ellas?¡Nada! ¡Nada!Me planté en medio de mi habitación, concentré toda mi conciencia y pensé en FrauEva. Quería concentrar las fuerzas de mi alma para hacerle sentir mi amor, para atraerlahacia mí. Tenía que venir y desear mi abrazo; mi beso tenía que explorar insaciable suslabios maduros de amor.Permanecí en tensión hasta que empecé a quedarme frío desde las puntas de losdedos. Sentía que irradiaba fuerza. Por un momento algo se contrajo fuerte eintensamente en mi interior, algo claro y frío. Tuve por un momento la sensación dellevar un cristal en el corazón y supe que aquello era mi yo. El frío me inundó el pecho.Al despertar del tremendo esfuerzo, noté que algo se acercaba. Estaba muy fatigado,pero dispuesto a ver entrar a Frau Eva en la habitación, ardiente y radiante.Se oyó el galope de un caballo a lo largo de la calle, sonó cercano y duro, cesó depronto. Me precipité a la ventana. Abajo Demian bajaba de su caballo. Bajé corriendo:-¿Qué sucede, Demian? ¿No le habrá pasado nada a tu madre?No escuchó mis palabras. Estaba muy pálido y el sudor le corría a ambos lados de lafrente, sobre las mejillas. Ató las riendas de su caballo sudoroso ala verja del jardín, mecogió del brazo y echó a andar conmigo calle abajo.-¿Sabes ya lo que ha pasado?Yo no sabía nada.Demian me apretó el brazo y volvió el rostro hacia mí con una extraña mirada, oscuray compasiva.-Si, amigo, la cosa va a estallar. Ya sabes que hay graves tensiones con Rusia...-¡Qué! ¿Hay guerra? Nunca creí que fuera a ocurrir.Demian hablaba muy bajo, aunque no había nadie en los alrededores. DemianHistoria de la juventud de Emil SinclairHermann Hesse64-Aún no se ha declarado. Pero hay guerra. Seguro. Desde aquel día no te he vuelto amolestar con mis visiones, pero ya he tenido tres nuevos avisos. Así que no será el findel mundo, ni un terremoto, ni una revolución. Será la guerra. ¡Ya verás qué impacto! Lagente estará entusiasmada, todos están deseando empezar a matar. Tan insípida lesresulta la vida. Pero verás, Sinclair, cómo esto es sólo el principio. Seguramente seráuna gran guerra, una guerra monstruosa. Pero también será sólo el principio. Lo nuevoempieza, y lo nuevo será terrible para los que están apegados a lo viejo. ¿Qué vas ahacer?Yo estaba consternado; todo aquello me sonaba extraño e inverosímil.-No sé. ¿Y tú?Se encogió de hombros.-En cuanto movilicen, me incorporaré. Soy oficial.-¿Tú? ¡No lo sabía!-Si. Fue una de mis adaptaciones. Ya sabes que nunca me gusto llamar la atención yque siempre me he esforzado en ser correcto. Creo que dentro de ocho días estaré en elfrente.-¡¡Dios mío!!-No tienes que tomarlo por la tremenda. En el fondo no me va a hacer ninguna graciaordenar que disparen sobre seres vivos, pero eso no tiene importancia. Ahora todosentraremos en la gran rueda. Tú también. Te llamarán a filas.-¿Y tu madre, Demian?Ahora volví a acordarme de lo que había pasado un cuarto de hora antes. ¡Cómo sehabía transformado el mundo! Había concentrado todas mis fuerzas para conjurar laimagen más dulce; y ahora, de pronto, el destino me salía al encuentro tras unamáscara amenazadora y terrible.-¿Mi madre? ¡Ah! Por ella no tenemos que preocuparnos. Está segura, más seguraque nadie en este momento sobre el planeta. ¿Tanto la quieres?-¿Lo sabias, Demian?Se rió alegre y abiertamente.-¡Eres un niño! Claro que lo sabía. Nadie ha llamado aún a mi madre Frau Eva sinquererla. A todo esto, ¿qué ha sucedido? Nos has llamado a ella o a mí, ¿verdad?-Sí, he llamado... he llamado a Frau Eva.-Ella lo ha notado. De pronto me mandó marchar, me dijo que tenía que venir averte. Acababa de contarle las noticias de Rusia.Volvimos y ya no hablamos más. Demian soltó su caballo y monto.En mi cuarto me di cuenta de lo agotado que estaba por las noticias de Demian, peroaún más por el esfuerzo anterior; ¡Frau Eva me había oído! ¡La había alcanzado con mispensamientos en medio del corazón! Hubiera venido ella misma... si no... ¡Qué extraño yqué hermoso era todo en el fondo! Y ahora vendría la guerra. Ahora sucedería lo quehabíamos discutido tantas y tantas veces. Y Demian había intuido lo que estabapasando. ¡Qué extraño! El raudal de la vida ya no pasaría delante de nosotros, sino pornuestros corazones. Aventuras y violencias nos llamarían; y ahora o muy pronto llegaríael momento en que el mundo que quería transformarse nos necesitaba. Demian teníarazón; no se podían tomar las cosas por la tremenda. Lo único que resultaba curioso eraque yo iba a compartir con los demás un asunto tan individual como el destino. ¡Pero,adelante! Estaba preparado. Por la noche, al pasear por la ciudad, la excitación bullía portodos los rincones. Por todas partes una palabra: «¡Guerra!» Fui a casa de Frau Eva ycenamos en el jardín. Yo era el único invitado. Nadie habló ni una palabra sobre laguerra. Más tarde, antes de despedirme, Frau Eva me dijo:-Querido Sinclair, me ha llamado usted hoy. Ya sabe por qué no he acudido. Pero nolo olvide; ahora conoce usted la llamada y siempre que necesite usted a alguien quelleve el estigma, llame usted.Se levantó y echó a andar delante de nosotros por la oscuridad del jardín. Alta ymajestuosa caminaba, enigmática, entre los árboles silenciosos, mientras brillaban sobresu cabeza, pequeñas y delicadas, millares de estrellas. DemianHistoria de la juventud de Emil SinclairHermann Hesse65Llegó el final. Las cosas siguieron un curso rápido. Pronto estalló la guerra y Demianpartió hacia el frente, muy extraño con su uniforme y su capote gris. Yo acompañé a sumadre a casa. Pronto me despedí también yo de ella. Me besó en los labios y me apretóun momento contra su pecho, mientras sus grandes ojos refulgían cercanos y firmes enlos míos.Todos los hombres estaban hermanados. Hablaban de la patria y el honor; pero era eldestino al que por un instante todos miraban al rostro desnudo. Hombres jóvenes salíande los cuarteles y subían a los trenes; y en muchos rostros vi el estigma -no el nuestrounaseñal hermosa y honorable que significaba amor y muerte. También a mí meabrazaron gentes a las que no había visto nunca; yo lo comprendía y les correspondíagustoso. Era una embriaguez la que les impulsaba, no una aceptación del destino; peroera una embriaguez sagrada y provenía de la breve y definitiva confrontación con eldestino.Era ya casi invierno cuando llegué al frente.Al principio, a pesar de la impresión que me causaron los tiroteos, estabadecepcionado. Siempre me había preguntado por qué tan pocos hombres vivían por unideal. Ahora descubrí que muchos, casi todos los hombres, eran capaces de morir por unideal; pero tenía que ser un ideal colectivo y transmitido, y no personal, y librementeelegido.Con el tiempo vi que había subestimado a los hombres. A pesar de que el servicio y elpeligro compartido les igualaba, vi a muchos, vivos y moribundos, acercarsegallardamente al destino. Muchos tenían, no sólo durante el ataque sino siempre, esamirada firme, lejana y un poco obsesionada que nada sabe de metas y que significa laentrega total a lo monstruoso. Creyeran u opinaran lo que fuera, estaban dispuestos,eran utilizables, de ellos se podría formar el futuro. No importaba que el mundo seobstinara rígidamente en los viejos ideales de la guerra, en el heroísmo y el honor, nique las voces de aparente humanidad sonaran tan lejanas e inverosímiles: todo ello sequedaba en la superficie, al igual que la cuestión de los fines exteriores y políticos de laguerra. En el fondo había algo en gestación. Algo como una nueva humanidad. Porquehabía muchos -más de uno murió a mi lado- que habían comprendido que el odio, la ira,el matar y aniquilar no estaban unidos al objeto de la guerra. No, el objeto y losobjetivos eran completamente casuales. Los sentimientos primitivos, hasta los mássalvajes, no estaban dirigidos al enemigo; su acción sangrienta era sólo reflejo delinterior, del alma dividida, que necesitaba desfogarse, matar, aniquilar y morir parapoder nacer. Un pájaro gigantesco luchaba por salir del cascarón; el cascarón era elmundo y el mundo tenía que caer hecho pedazos.Una noche de primavera yo hacía guardia delante de una granja que habíamosocupado. Un viento flojo soplaba en ráfagas caprichosas; por el alto cielo de Flandescorrían ejércitos de nubes entre las que se asomaba la luna. Había estado muy inquietotodo el día por algo que me preocupaba. Ahora, en mi puesto oscuro, pensabaintensamente en las imágenes gigantescas y oscilantes, pensaba con fervor en lasimágenes que constituían mi vida, en Frau Eva, en Demian. Apoyado contra un álamocontemplaba el cielo inquieto en el que las manchas claras, misteriosamente dinámicas,se transformaban en grandes y palpitantes secuencias de imágenes. Sentía, por laextraña intermitencia de mi pulso, por la insensibilidad de mi piel al viento y a la lluvia,por la luminosa claridad interior, que cerca de mí había un guía.En las nubes se veía una gran ciudad de la que salían millones de hombres que seextendían en enjambres por el amplio paisaje. En medio de ellos apareció una poderosafigura divina, con estrellas luminosas en el pelo, alta como una montaña, con los rasgosde Frau Eva. En ella desaparecían las columnas de hombres como en una gigantescacaverna. La diosa se acurrucó en el suelo; el estigma relucía sobre su frente. Un sueñoparecía ejercer poder sobre ella; cerró los ojos y su gran rostro se contrajo por el dolor.De pronto lanzó un grito agudo y de su frente saltaron estrellas, miles de estrellasrelucientes que surcaron en fantásticos arcos y semicírculos el cielo negro.Una de las estrellas vino vibrante hacia mí; parecía buscarme. Explotó rugiendo enmil chispas, me levantó del suelo y volvió a estamparme contra él. El mundo se DemianHistoria de la juventud de Emil SinclairHermann Hesse66desmoronó con ruido atronador en torno mío. Me hallaron junto al álamo, cubierto detierra y con muchas heridas.Estaba tendido en una cueva, mientras los cañones retumbaban sobre mí. Meencontré luego en un carro, dando tumbos por campos desiertos. La mayor parte deltiempo dormía o estaba inconsciente. Pero mientras más profundamente dormía, másvivamente sentía que algo me atraía, que una fuerza me dominaba. Estaba tumbado enuna cuadra sobre paja. Todo estaba a oscuras.Alguien me pisó la mano. Pero mi alma quería proseguir su camino, que la atraía confuerza cada vez mayor. Volví a encontrarme en un carro y más tarde sobre una camilla ouna escalera, y cada vez me sentía más imperiosamente llamado; no sentía más que elansia de llegar por fin.Llegué a mi destino. Era de noche, estaba completamente consciente; unosmomentos antes había sentido poderosamente el deseo y la atracción. Ahora meencontraba en una sala tumbado en el suelo, y pensé que era allí de donde me habíanllamado. Miré a mi alrededor; junto a mi colchoneta había otra y un hombre sobre ella.Se irguió un poco y me miró. Llevaba el estigma en la frente. Era Max Demian.No pude hablar; tampoco él pudo, o quizá no quiso. Sólo me miraba atentamente.Sobre su rostro daba la luz de un farol que pendía en la pared sobre su cabeza. Mesonrío.Estuvo un largo rato mirándome con fijeza a los ojos. Lentamente acercó su rostro almío, hasta que casi nos tocamos.-¡Sinclair! -dijo con un hilo de voz.Le hice un gesto con los ojos, para darle a entender que le oía.Sonrió otra vez, casi con compasión.-¡Sinclair, pequeño! -dijo sonriendo.Su boca estaba ahora muy cerca de la mía. Continuó hablando muy bajo.-¿Te acuerdas todavía de Franz Kromer? -preguntó.Le hice una señal, sonriendo también.- ¡Pequeño Sinclair, escucha! Voy a tener que marcharme. Quizá vuelvas anecesitarme un día, contra Kromer o contra otro. Si me llamas, ya no acudiré tantoscamente a caballo o en tren. Tendrás que escuchar en tu interior y notarás que estoydentro de ti, ¿comprendes? ¡Otra cosa! Frau Eva me dijo que si alguna vez te iba mal, tediera el beso que ella me dio para ti... ¡Cierra los ojos, Sinclair!Cerré obediente los ojos y sentí un beso leve sobre mis labios, en los que seguíateniendo un poco de sangre, que parecía no querer desaparecer nunca. Entonces medormí.Por la mañana me despertaron para curarme. Cuando estuve despierto del todo, mevolví rápidamente hacia el colchón vecino. Sobre él yacía un hombre extraño al quenunca había visto.La cura fue muy dolorosa. Todo lo que me sucedió desde aquel día fue doloroso. Pero,a veces, cuando encuentro la clave y desciendo a mi interior, donde descansan, en unoscuro espejo, las imágenes del destino, no tengo más que inclinarme sobre el negroespejo para ver mi propia imagen, que ahora se asemeja totalmente a él, mi amigo yguía.   

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⏰ Última actualización: Jun 06, 2017 ⏰

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