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El crayón negro era movido con fuerza de un lado a otro sobre la hoja de papel, estaba bien porque le parecía un buen color para el cabello. Para un pequeño niño de seis años, que acostumbraba escenas como la que sucedía justo en ese instante tras la puerta: griterío, vidrios quebrados, golpes y llantos lastimosos. Sólo existían dos opciones. La primera, como es lo esperado, sería que se aovillara tras algún mueble. Tratando, sin éxito alguno, cubrirse las diminutas orejas con sus manos mientras moquea y se pregunta por qué sus padres discuten de esa manera. Y la segunda- no muy común, pero sí posible-. Que buscara alguna distracción lo más alejado que pudiera de la peligrosa disputa. Como jugar tras la casa o encerrarse en alguna habitación. Lo primero que estuviese al alcance para una criatura de esa edad. Eso era, precisamente, lo que hacía el niño tumbado bajo la cama. Cuando sus padres bebían de las botellas verdes y aspiraban "el polvo mágico" como alguna vez oyó, no pasaba mucho antes de que el caos se desatara. Así que por su seguridad, tomaba hojas, unos pocos crayones que recolectó de los bordillos del drenaje mugriento en la acera frente a la calle donde estaba en su casa y dibujaba lo primero que se le viniera a la cabecita. Por lo general, sus dibujos no tenían mucho sentido porque era un niño y porque no tenía mucha luz al realizarlo bajo su refugio -la cama-. Pero desde que cerró la puerta hacía unos treinta minutos, decidió que dibujaría a su primera amiga. Como quería que le trajera felicidad y compañía, optó por pensar fuertemente cómo quería que luciera. Lo primero que decidió es que no iba a ser rubia, porque le recordaría al cabello de su mamá y no quería pensar en ella cuando estuviese con su amiga. Así que con una emoción desconocida, tomó el crayón negro y coloreó una melena dispareja pero abundante. Lo haría bien. Sólo necesitaba pensar.
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El otoño era por mucho mi estación favorita. No había que pensar demasiado el por qué. Me agrada el aspecto de la atmósfera en general: la mirada melancólica de los transeúntes, las hojas de colores cálidos cayendo de los árboles, la ropa abrigada, el aire fresco y la lejanía que ofrecía el ensimismamiento que esta época parecía traer consigo. En una ciudad como Praga; llena de belleza e historia. Donde durante la mayoría del tiempo el gentío se mantiene en un constante vaivén de y en cualquier dirección. Éste cambio constituye a un regalo que no me permito dejar de agradecer.
Personalmente, los días durante la tercera estación, resultan perfectos para mirar con tranquilidad. Disfruto estudiando a las personas, los animales y la naturaleza porque todo resulta parecerme maravilloso a la par que extraño. No fui capaz de aprender a través de un maestro, pero me doy el lujo de aprender sobre la vida por mi mismo.
Eran alrededor de las nueve de la mañana cuando salí del pequeño vagón en el que vivía. Caminaba con parsimonia, tarareando una melodía que había estado invadiendo mis pensamientos los últimos tres días y con la vista fija al frente. Seguramente daría la impresión de ser alguien seguro y con la vida resuelta de no ser por mis prendas desgastadas y cabello desaliñado. No me gustaba llamar la atención pero era inevitable tomando en cuenta mi metro ochenta y ropa de pordiosero. Suspiré, ajustándome un poco más la bufanda al tiempo que me cubría hasta la nariz. Metí mis manos en el viejo abrigo café y me dije que no debía prestarles atención. No tendría caso.
Había escuchado muchas veces a las personas rogar por una taza de café o chocolate caliente en días tan helados como éste. El aroma que desprendían era de los privilegios más grandes que haya tenido el placer de recibir.
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Comamos.
RomanceÉl tenía hambre, ella buscaba a alguien. Él olvidó a otra, quizá ella lo encontró. ¿Las personas tienen el poder de dirigir el camino de su destino o el destino dirige el camino de las personas? La primera vez que vemos a alguien podría no ser preci...