Agonía.

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La habitación está más oscura y silenciosa que de costumbre y cuatro húmedas paredes parecen caer sobre mí, ¿sintieron alguna vez como se hunden sobre la cama? Es la misma pesadilla cada noche, estoy cayendo, trato de gritar pero nadie puede oírme. Desperté alterada, cae un sudor frio y asqueroso sobre mí, nunca me levante ni abrí la puerta. Es esta habitación y yo, esta habitación que parece tratar de alejarme, de mostrarme el exterior. Sigo sobre ese colchón, sentada, abrazando mis piernas, me siento observada. Hace días no salgo de la cama, el lugar huele horrible y yo estoy muy sucia, mi cabello enmarañado y mi cuerpo extremadamente delgado.

Me siento incomoda y el miedo comienza a crecer, siento que me desmayo por momentos, no hay luz, no hay nada, estoy vacía. Tomo el valor suficiente y apoyo mis pies en el suelo de alfombra y se siente mojado, me levante lentamente y haciendo un esfuerzo sobrehumano, estoy sufriendo un dolor insoportable. Mis piernas tambalean y en mi cabeza parece haber un terremoto, nada se ve claro, percibo un zumbido extraño pero aun así tomo el mango de la puerta y abro. Todo sigue siendo oscuro ahí afuera, hay un largo pasillo, no puedo con mi cuerpo y caigo. La mitad baja de mi organismo no responde y me arrastro por ese negro pasillo de suelo húmedo hasta ver la puerta abierta de otra habitación. Voy al paso cansado de mis brazos y entro, la habitación tiene una enorme ventana y se ve el cielo de un azul grisáceo algo oscuro. Sigo recorriendo la enorme casa sombría y destruida. Escucho voces que me aturden mientras mis codos sangran a medida que intento avanzar, el miedo me está comiendo la cabeza, un sudor mugriento me inunda y mis ojos se hinchan, ¿qué estoy haciendo? Los pasos detrás mío se sienten cada vez más cerca pero cuando paro, cuando me estoy rindiendo por culpa del maldito dolor parecen alejarse, darme ventaja. Son pasos de pies descalzos los que me siguen, voces cansadas, heridas me estan gritando y emiten sonidos desgarradores... quieren que me vaya. La luz se está haciendo cada vez más presente y con más claridad puedo ver cada detalle de este lugar, el infierno de mi vida. ¡El suelo! ¡Esta teñido de rojo! Sangre seca, mi piel arde al pasar sobre ella, cada centímetro de mi sucio y enfermo cuero. Quiero escapar, el dolor se hace insoportable, ya están cerca de mí, los puedo ver. Los cuerpos oscuros y carentes de vida que el verano había dejado en ese desastre de hogar me están viendo, juraron que algún día me podrían tomar, juraron hace tiempo hacerse ver.

No me volví una vieja loca, para nada, esta es la realidad a la que estoy sometida, debía luchar o debía rendirme. Esto no se ve como las historias de la gente que en algún momento me había rodeado, acá no hay amor, no hay compasión. Y es porque nadie nunca conto el final, la última instancia, tal como es. Era todo eso que estaba en mi cabeza que de una vez por todas llego a darme una última escena trágica, una historia que valdría la pena contar si tuviese una segunda oportunidad. Son las voces que siempre me habían atormentado, los cuerpos muertos que siempre me habían acompañado, quienes saben todo. Eligieron el verano, elegí el verano, y es porque tanto lo odio, ¿Qué mejor día para apagarme que este? Hoy, un día de marzo de un año que no recuerdo, un día doloroso, un día de los que me quejaría si tuviese esa tan deseada segunda oportunidad. Y benditos sean mis errores que hoy me llevaran al infierno. Hoy es el día, este es el verano del que toda mi vida me hable.

Se acercan y mi cuerpo ya no tiene sangre corriendo por debajo de las costillas, mis ojos lloran y se secan por la luz del nuevo día. Me tienen rodeada y cada vez son más, tan negros como la noche y tan helados como la nieve, irreconocibles a simple vista, pero si dejo de lado el dolor y me enfoco puedo reconocerlos. No puedo evitar sonreír entre tanta pena, ellos también ríen a carcajadas burlistas e hirientes, porque saben que los veo y que se lo que se acerca. Siento un ardor increíble en mis músculos diminutos y gastados, la garganta se me cierra, pareciera que los ojos se me explotaran al tiempo que comienzo a vivir los golpes secos sobre mi espalda y el peso de algo, de alguien, que ejerce presión sobre mí. Mi pecho contra el suelo se desarma, no puedo gritar, las lagrimas me están ahogando y de mi boca brota sangre a montones. Sangre dulce y oscura, el último manjar, mi última cena. Los huesos de mis brazos se quiebran junto con las costillas, ya no puedo controlar el movimiento de ni un solo centímetro de mi cuerpo. El suelo, sucio y lleno de mis restos se abre paso bajo mi ya deshecho y enfermo cuerpo. Estoy en caída libre, ya no se siente el dolor, no se siente nada. Podría decir que finalmente, después de tanto luchar contra cada día de ese aterrador verano en la casa de mis sueños llegue a donde me había prometido.

Agonía. Últimos segundos de un corazón vivo.Where stories live. Discover now