prólogo

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Amber estaba hablándome, pero no sabía que estaba diciendo, así que aparte ciertas ideas de mi mente y me centré en prestarle atención.
-¿Qué? - pregunté desconcertado al ver que me miraba como si esperara una respuesta. La verdad parecía que me amenazaban, así que desvié la mirada al suelo esperando su respesta.
-¿Te acuerdas que te propusimos venirte a Chicago con nosotros? - Alzó una ceja, y entonces me acordé. Llegué allí con la esperanza de tener un lugar donde vivir, y dado que eran los únicos conocidos cercanos que tenía en Manchester decidí recurrir a ellos. Pero, ¿volver a América? Solo había pasado los ocho primeros años de mi vida allí, y aún así me traía muchos recuerdos de mi familia y de mi estancia allí.
La primera vez que me lo preguntaron tuve que pedirles una semana para pensarlo, lo que les obligó a atrasar su viaje, y ahora esperaban una respuesta: o me iba con ellos, o me hacía cargo de la casa durante el año que estaría fuera. Y la verdad no me apetecía quedarme solo en una enorme mansión con la compañía de una criada y el mayordomo; pero volver a Chicago... la idea era tentadora: casa nueva, familia nueva, amigos nuevos y...
- Iré - dije al fin mirandolos con seguridad. Vi que sus rostros reflejaban emoción, alegría, y a la vez, alivio.
-Colin, no sabes lo mucho que me alegra que hayas - empezó a decir el marido de Amber, Frank, pero paró de hablar cuando vio que yo no mostraba sentimiento de felicidad alguno. Al parecer esto les confundió.
-Iré - repetí - pero solo si aceptais protegerme públicamente - La preja de ancianos se miró pensativa. Sabían que mi presencia en Chicago con ellos iba a traerles muy buena imagen, ya que el miembro menor de la familia Kennedy era un buen pretexto para adquirir un reconocimiento social bastante alto.
-¿En que habías pensajo hijo? - farfulló el anciano mirandome fijamente, y retándome con la mirada.
- Nada de fotos, ni prensa, ni paparazzi, ni nada. Trataré de evitar los periódicos en todo momento, y vosotros me ayudareis plenamente. - Se miraron entre ellos, y Amber me sonrió dándome así su aprobación.
Di por terminada la conversación cuando ambos se levantaron, así que los imité y me decidí a hacer las maletas. Partían en siete horas, y aunque eso era muy poco tiempo, nada me ataba a quella casa, y tampoco tenía muchas cosas que llevar: ya había abandonado mi verdadero hogar antes, y lo tenía más que superado. Así que ahora solo tenía que hacerme a la idea de lo que me esperaba.

Iba a volver a Chicago; e iba a volver a ver a Ben.

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