v; muerta.

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Mi jefe me llamó a su oficina después de un rato. Le relaté cada palabra que había escuchado de la boca del tipo, incluyendo el hecho de que, según él, todo había sido un plan por parte de un hombre, del cual desconocía su nombre, de alto rango, quien también planeaba matar al presidente. Y, como siempre, el destino me sorprendió. Hizo lo que yo menos me esperaba.

Se rió. Y me dijo que todo eso era una locura, un caso estúpido hecho por un psicópata que tan solo nos quería ver desde el infierno persiguiendo nuestras colas. Yo le debatí, le dije que parecía algo serio, algo que valía la pena investigar y llegar al final. Ahí sí se puso serio. Hasta me preguntó si se me había pegado la locura del difunto desgraciado que acababa de interrogar. Seguro de que no me quedaba nada más que hacer en esa oficina, me excusé diciendo que estaba un poco confundido. Sonrió, satisfecho porque pensaba que me había convencido, y me dio la tarde libre.

Después de eso, agarré mi auto dispuesto a conducir por las calles de Dallas, Texas.

Estaba hecho un revoltijo de pensamientos. Mi mente no lograba funcionar correctamente. No sabía si seguir la investigación, o si debía quedarme en ese punto muerto que tanto me desesperaba. No sabía si era buena idea intentar saber quién era el tipo —a quien no le pudimos sacar las huellas; sus palmas estaban quemadas, y yo seguí reproduciendo un tic tac en mi cabeza—. Tan solo estaba seguro de que todo eso no era como en las películas, donde por milagro al detective le viene un rayo de iluminación y descubre cómo saber quién lo organizó todo. Tampoco había ninguna Blanca hija de un hombre de alto rango. Y tampoco podíamos saber si tan solo fueron los delirios de un hombre que quería hacer una broma cruel antes de morir. No, en eso estaba y estoy equivocado. La sangre era real, y de una mujer, pero no sabemos de quién. O tal vez tan solo fue una mendiga no registrada que mató. O que encontró muerta. O no sé.

Demonios. Hay muchas cosas que no sabía ni sé.

Hay muchas cosas que me desesperaban y que me desesperan.

Y no había salida a ese caso. No había salida a la confusión.

Estaba en un laberinto se sangre, dudas y tic tacs del que no había escapatoria.

¿O sí?


Tic, tac, muere.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora