II

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Miró desde la ventana de su cuarto como esa cabellera pelimiel se dirigía hacía su casa, y resopló con fastidió ante tal imagen.

Serena, su vecina desde que tiene seís años y con quien su madre lo obligó a estar todos los días desde entonces. Cada navidad, año nuevo, cumpleaños y cualquier festividad que existiera la pasaban juntos o al menos se visitaban.

Seguía manteniendo su pensamiento de que era una niña molesta, siempre que se asustaba o se sentía insegura -lo cual era, prácticamente, siempre- se ocultaba detrás suyo y esperaba alguna intervención de su parte, como si fuera una especie de escudo para ella. ¿Y el que podía hacer? Ni que fuera su guardaespaldas. Pero su madre no tenía la misma idea, y siempre tuvo la obligación de cuidar de ella, y estaba seguro que Serena se aprovechaba de eso.

Pero lo que más le irritaba de estar con la chica, era esa molesta sensación en el pecho; como un pequeño dolor pero no tan irritante, aunque si para él, lo detestaba y mucho.

No negaba que cuando jugaban juntos sus pensamientos con respecto a ella desaparecían por completo y en verdad se divertía, claro porque eran niños, cuando jugaban todo valía lo mismo, ¿cierto?

Sacudió su cabeza para abandonar sus pensamientos, debía alistarse para ir a la escuela. Giró sobre sus talones y se dirigió al baño para comenzar con su aseo matutino.

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—Buenos días señora Ketchum.

—¡Oh Serena! Buenos días linda —la mujer mostró su amable sonrisa y se hizo a un lado mientras abría por completo la puerta de su casa—. Adelante pasa.

Serena siguió a la mayor por el recorrido, tan conocido para ella, hacía la cocina de aquel hogar. Todas sus tardes jugando con Ash, a cualquier cosa que se les pudiera ocurrir en su infinita mente infantil, habían tenido como muchos de sus escenarios las paredes de aquella morada. Una tierna sonrisa se formó en sus labios al recordar a su adorado y único amigo.

Desde que se mudó hace tres años Ash había sido la primera persona que había conocido, y estaba eternamente agradecida con el azabache por brindarle su amistad. Ella no era de tener muchas, su timidez e inseguridad hacían que el tener amigos, o al menos una conversación fluida con otros chicos, fuese algo imposible para su atemorizada mente.

Que el chico estuviese siempre con ella y la protegiera de los “peligros” del mundo –o al menos la escuela- era algo que atesoraba en su corazón con mucho cariño y devoción.

—¿Quieres algo? ¿Ya desayunaste? —la cariñosa voz de la madre de su amigo la hizo salir de su letargo.

—Sí, no se preocupe —le dirigió una sonrisa educada y luego sus ojos se posaron en el marco de la cocina que daba al pasillo — ¿Se quedó dormido otra vez? —no pudo evitar soltar una sutil risa que intentó ocultar débilmente con su mano.

—No lo creo, lo llamé hace un rato y me había contestado —Delia se asomó hacía el pasillo y colocando una mano abierta al costado de su boca soltó un sonoro grito en dirección a las escaleras — ¡Ash, date prisa o se les hará tarde!

—Ya voy…—el azabache bajaba por las escaleras mientras soltaba un bostezo y se mesaba pesadamente sus alborotados cabellos.

—¡Buenos días Ash! —la pelimiel salió de la cocina a su encuentro con una radiante sonrisa. De nuevo ese molesto cosquilleo en el pecho hacía aparición, pero como siempre lo ignoró.

—Buenos días —respondió neutral.

Luego de un desayuno exprés para el azabache salieron corriendo hacía la escuela siendo despedidos por la madre del chico.

Ya a media cuadra pudieron oír el ruido de la campana, y se desesperaron al saber lo que eso significaba.

—¡Maldición! ¡Serena apresurémonos o llegaremos tarde! —tomó la mano de ella y la jaló para comenzar a correr desesperadamente hacia el edificio.

Un sutil rubor se apoderó de las mejillas de la chica al sentir nuevamente la mano de él tomando la suya, y es que le encantaba esa sensación. El, como siempre, ignoró el hormigueo que su mano le producía, y la sensación que le generaba el que sea tan pequeña.

Cuando ya recorrían los pasillos de la escuela sus pasos hacían eco, pero se perdían ante el murmullo de todos los niños que allí estaban.

—¡A-Ash, espera un poco! —jadeó agotada mientras intentaba seguirle el paso.

—¡Mira ya casi llegamos! —sintió su manos deslizase de la suya y luego escuchó un ruido seco. Volteó rápidamente su cuerpo hacía atrás solo para ver a la pelimiel que yacía en el suelo —¡rayos! —exclamó frustrado para luego acercarse con desesperación a ella—¡Serena, Serena, ¿estás bien?! —colocó su mano sobre su hombro y lo movió con fuerza, preso del miedo que le generaba hacer enojar a su madre por su torpeza, o al menos eso quería creer.

Ella se removió un poco para seguidamente levantar el rostro hacía él mostrándole una débil sonrisa.

—S-si no te preocupes. Fui una torpe, perdón —apoyó ambas manos sobre el piso e intentó sentarse.

El azabache sintió una punzada de culpa tras sus palabras, había sido muy brusco con ella, sabiendo que no podía serlo al conocer lo delicada que era. Aunque su orgullo no le permitiría aceptarlo.

—Pu-pues sí, ¡ten más cuidado la próxima! —intentó fruncir el seño ante ella y la vio asentir con la cabeza— Al menos estas bien…—Suspiró aliviado. Se puso de pie y le extendió su mano — Anda vamos, tenemos que llegar a clase.

Ella parpadeó un par de veces ante su gesto para luego regalarle una tierna sonrisa junto a unas sonrojadas mejillas. No pudo evitar pensar que se veía adorable sumando el poco polvo que tenía sobre su nariz.

Pensamiento que aniquiló en segundos.

Cuando ella se hubo levantado la guió, ahora con lentitud, por el pasillo hacía su salón, aún les quedaba algo de tiempo.

—¡¿Otra vez con tu novia Ketchum?! —la inconfundible y molesta voz de Gary se oyó a sus espaldas, cuando se volteó pudo verlo reírse junto a otros niños, y eso hacía hervir su sangre. ¡Siempre tenía que soportar las burlas por andar cuidando de esa niña rara!

Serena en cambió se sonrojó aún más de los normal e inclinó su rostro hacía el suelo visiblemente avergonzada.

—¡No molestes Gary! —soltó irritado para luego voltearse y seguir su camino ahora más apresurado. Estaba molesto y se notaba en su ceño fruncido, ¿y cómo no? Si el irritante cosquilleo en su mano volvía a invadirlo, y todo por culpa de ella.

¡Definitivamente no le gustaba esa niña molesta!

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Bueeniiis!!

Aquí vengo con el segundo capítulo de esta pequeña historia.

Apenas está comenzando​, pero aquí se empieza a palpar un poco mejor la situación y lo que se viene...

¿Qué les pareció?

Recuerden que esta historia se actualiza (en lo posible) los viernes.

¡Gracias por sus votos y comentarios!

Sin más que agregar me despido.
(ay que formal :vr)

¡bye, bye!

What i don't see...Where stories live. Discover now