Me despertaron los rayos de sol que pasaban a través de la ventana, habías corrido las cortinas; esa y mil formas más de desquiciar mi día.
Fui al baño, aseo personal, tome una toalla y baje las escaleras, estabas frente a la meseta con nada más que una tanga puesta el pelo recogido y un delantal.
Me acerqué y te di una nalgada, mordiste tus labios cuando salió el quejido
— No empieces, estoy preparando el desayuno— dijiste.
— continúa —
Removí tu tanga y no pude evitar arrodillarme y lamer tu vagina.
— Te dije que no em— interrumpió un gemido.
Golpeaste la meseta con tus puños, rindiéndote a lo que sentías. No tarde mucho en levantarme
—Continúa con lo que hacías—
Lo intentaste pero nueva vez un gemido volvió a interrumpir, yo estaba dentro de ti, soltaste todo y empujaste tus nalgas contra mí.
— ¡Continúa! — repetí.
No obedeciste, te tome por los brazos comencé a embestirte más fuerte, tú a gemir más alto hasta que decayó el tono de tu voz.
— De rodillas—
Obedeciste sin rechistar, hale tu pelo con un poco de gentileza y lleve mi pene a tus labios
— Entero — dije mirándote a los ojos.
Otra vez obedeciste y mirándome a los ojos también.
— Ven — te dije al momento.
Fuimos a la habitación, me tumbé en la cama, entonces te lanzaste sobre mí, me besaste
—Date la vuelta— Mientras te empujaba por el cuello.
Así lo hiciste, me pusiste dentro tuyo, tus caderas empezaron a moverse, acelerando cada que te propinaba una nalgada. Te tomé por el pelo para que te tumbaras sobre mi pecho, abrí tus piernas; era mi turno en el rodeo. No podías asirte de mí, condujiste mis manos a tus pechos, los exprimí y luego los pezones. Cambiamos de posición, te encontrabas acostada, alcé tus caderas, le pegue un leve mordisco a tu espalda y te la metí, nada violento esta vez, despacio y hasta el fondo, como si buscara fundirme en ti. Respondiste a ello como si quisieras más, así que te lo di, ahora rápido, violento, como si no fuera a acabarse y hasta el cansancio.
Cuando te vi satisfecha me detuve, y me levanté.
—¿No tienes que terminar algo?— te dije.
—¿No vas a terminar?—
— Tengo hambre.— dije entre sonrisas.
Me miraste como si el diablo tocara a la puerta.
— Hasta el siguiente— comenté, intentando avivar las llamas.