Perfect Stranger

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Trabajar en un pequeño puesto de café en la estación de metro de Waterloo no era, ni mucho menos, lo que más me gustaba hacer del mundo. Tener que madrugar cada día para servir cafés a la gente que corría cada mañana para llegar a su puesto de trabajo no había estado nunca en mis planes, pero cuando me di cuenta de que era la única forma con la que podría costearme mis estudios de bellas artes, no me lo pensé dos veces.

Lo cierto es que al principio resultaba tan monótono y aburrido que todo lo que hacía era ya por pura inercia. Poner cafés expresos, americanos, con leche o capuccinos, y acompañarlos de un croissant o de un donut. Todo movimiento que realizaba era ya prácticamente automático, como lo era también la sonrisa forzada que ponía a cada cliente que se acercaba.

Hasta que apareció ella.

El primer día no tuve muy claro si había sido real o simplemente una proyección de mi mente para hacer de esa soporífera mañana algo más bonito. Pero cuando empezaron a pasar los días y aquella chica de ojos verdes como la selva seguía viniendo a por su café americano y su rollito de canela, supe que simplemente tenía suerte.

Suerte de poder contemplarla cada mañana, porque a partir de aquel primer día, me levantaba con más ánimos, más ganas, aunque solo fuera para verla durante unos segundos, en los que me pedía educadamente su café y su pieza de bollería. Yo se lo tendía amablemente, intentando ocultar el temblor que recorría mi cuerpo solo por ser yo la que ocupase su campo de visión. Ella siempre se despedía con una sonrisa procedente de sus carnosos labios. Una sonrisa que hacía que mis piernas fallaran. Una sonrisa que deseaba que solo me dedicara a mí. Pero yo no era más que la chica del café a la que visitaba a las 8:15 cada mañana, imagino que antes de coger el metro para dirigirse a su trabajo, enfundada siempre en unos pantalones negros, una camisa que solía variar según el día, y una cazadora de cuero que la hacía aún más atractiva.

Siempre me preguntaba si sería yo la única persona que se sentía así al observarla. Y la respuesta automática que se repetía en mi cabeza una vez tras otra, era la misma: obviamente, no. Nada más había que verla, estaba segura de que podría eclipsar hasta la estrella que más brillase. Podía jurar que jamás había visto nada ni nadie tan perfecto en mi vida. Y lo más curioso, yo jamás me había sentido atraída por ninguna mujer. Pero supuse que cuando ves a alguien que simplemente irradia ese aura, lo impensable se hace real, y allí estaba yo, esperando cada mañana impaciente a que llegase ella a regalarme esa sonrisa que hacía de cada día uno especial.

Pasaron varias semanas, o tal vez algún mes que otro, la verdad es que aquella chica me hacía perder totalmente la noción del tiempo, hasta que me di cuenta de que siempre pedía lo mismo y siempre llegaba a mí a la misma hora, así que decidí tener el detalle con ella de tenerlo siempre preparado. Su sonrisa se volvió más preciosa si cabe por mi gesto, y no podía sentirme más feliz de que así fuera. Era una completa tontería, pero yo lo hacía como si no hubiera cosa más importante en mi vida que la de servir aquel café y aquel rollito de canela y que aquella chica lo disfrutara antes de empezar su jornada.

Y en eso consistían mis días, por la mañana aguardaba a que apareciese, y por la tarde, en medio de mis clases en la universidad, esperaba que fuese el día siguiente tan salo para verla una vez más. Mis amigas no tardaron demasiado tiempo en notarlo, y enseguida quisieron sonsacarme toda la información que fuera posible.

-Venga, Clarke. Esa cara no es de que no exista nadie -me suplicó una insistente Octavia.

-Eso, suelta ya quien es el afortunado -inquirió Raven y no pude evitar soltar una carcajada- ¿Por qué te ríes?

Perfect Stranger - One Shot Clexa.Where stories live. Discover now