Prólogo

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-Pero Capitán, no sabemos si lo que dicen es cierto, además, si por alguna razón las encontramos, ¿qué hay de todos los peligros que correremos? Las sirenas son demonios, y usted lo sabe mejor que nadie.
El Capitán Fernández observaba la ventana sin poner mucha atención a Oliver, quien no podía dejar de juguetear con el botón de la camisa, nervioso por la decisión de su capitán.
-Dile a todos esos patanes-Fernández hizo una pequeña pausa para señalar al chico con un puñal-que comiencen a hacer los preparativos para el viaje, o los arrojaré a el mar para ser devorados por los tiburones, eso te incluye a ti, Oliver.
-Pero...
-¡No me pongas peros, niño estúpido!
-Claro...
Oliver hizo una pequeña inclinación con la cabeza y se fue molesto de la habitación de trofeos del Capitán, que estaba llena de espadas recolectadas de algunos barcos conquistados, ¿cómo el capitán podía ser tan imbécil? ¿ahora quería perder una mano o, aún peor, la cabeza?
Salió a la luz del día, mientras algunos marinos reían y bebían cerveza, ebrios, como acostumbraban a estarlo siempre.
-¡Escúchenme!-gritó Oliver, aunque sólo unos cuantos voltearon, pues varios estaban ocupados, mirando fijamente a la nada-¡más les vale comenzar a preparar el viaje a la isla de los lamentos, o el mismo Capitán los desechará por el mar para que los tiburones se coman vivos a cada uno de ustedes!
-¿Y a qué diablos iremos a ese lugar?-dijo un marino llamado Malthus, un chico de cabello sedoso, algo bastante extraño en un barco de sucios y pestilentes piratas.-No me digas que Fernández quiere una tregua con las sirenas.
-¡Cierren la boca y comiencen a trabajar, patanes perezosos, a menos que quieran morir comidos por los tiburones!, ¿me escucharon?
Se escuchó un quejido general, pero aún así se levantaron, pues ni siquiera borrachos se atrevían a desafiar al Capitán, quien era famoso por cumplir sus promesas.
Oliver caminó por la cubierta hacia el mástil para vigilar el trabajo de esos holgazanes, como le había ordenado Fernández.
-¿Y qué se supone que harás tú?-preguntó con desdén un chico con anteojos llamado Enrique, quien al igual que Oliver había sido secuestrado, pero que había estudiado como clérigo-¿darnos órdenes? Fernández es el capitán ¿porqué debemos hacer lo que tú dices?
Los marinos estallaron en exclamaciones de protesta y Oliver comenzaba a irritarse.
-¡Porque son mis órdenes, Enrique!-retumbó la voz de Fernández- ¡así que a trabajar, cucarachas o se irán directo al mar a saludar a los tiburones de mi parte!
Así que Enrique se fue con una expresión avergonzada y Oliver dejó de recargarse en el mástil para pedirle indicaciones al capitán.
-¡Leven anclas- gritó él- bola de inútiles!
Todos los marinos se precipitaron tambaleándose para subir el ancla.
-¡Ahora icen las velas!¡Todos a sus puestos, YA!
Obedientes, los marinos acataron la orden y el barco comenzó a avanzar con un crujido. El capitán bajó a la cubierta dando un pisotón con su pata de palo, reclamando la atención de todos.
-Cuando yo era un simple marino-comenzó a decir, casi como si contara un cuento, y los marinos le prestaban atención cual niños escuchando-el Capitán de nuestra embarcación decidió navegar por aguas desconocidas, llevándonos a toda la tripulación a peligros que no alcanzábamos a imaginar. El viaje transcurrió sin accidentes, hasta que logramos vislumbrar una isla envuelta en una niebla impenetrable. De pronto, empezó a escucharse un canto angelical, hipnotizándonos a todos. Nos acercamos al borde y vimos a una hermosa mujer, la dueña de la voz. Su belleza era tal que nadie podía dejar de mirarla. Todos nos acercamos al borde para contemplar de cerca su linda cara, cuando estuvimos ahí, comenzaron a aparecer más de esas diabólicas criaturas, las sirenas. Cuando nos dimos cuenta del engaño, ya era demasiado tarde, pues el capitán se encontraba ya en el fondo del mar. Así que reunimos las pocas fuerzas que teníamos, pues en todo el día no se nos había permitido comer ni descansar. Pero no fue suficiente, pues las sirenas nos superaban en número y en fuerza. Entonces comenzaron a agujerear el barco lo que provocó que comenzara a hundirse. Para cuando ya estaba casi sumergido yo era el único sobreviviente, y me aferré a un barril vacío que encontré y me hice a la deriva con él, pero, de pronto sentí el peor dolor de toda mi vida, y al mirar al agua, alcancé a vislumbrar el aleta de una sirena, seguida por mi sangre brotando. Esa diabólica criatura me había cercenado la pierna.

Todos los marinos tenían una expresión de terror y no se atrevieron a musitar ni una palabra. Comenzaban a pensar que tal vez habría sido mejor morir en las fauces de los tiburones, que ya no parecían tan temibles.

-Pero no se preocupen-Fernández sonrió-nosotros seremos quienes capturen a las infernales sirenas, ya no habrá más hombres engañados y asesinados por esos infernales seres.

Oliver no pudo hacer nada más que soltar una carcajada.

-¿Porqué siento que no estamos buscando ser los héroes?

-Ganaremos una gran fortuna vendiendo su sangre. Existe un elixir que puede ser creado con este líquido rojo y espeso,  que hace a quién lo beba tan fuerte como 100 hombres, volviéndolo alguien extremadamente poderoso. Pero-hizo un gesto con la mano para señalarlos a todos- su precio será aún más elevado que el de dos navíos del rey y sólo personas demasiado ricas podrán comprarlo.

Los marinos lanzaron exclamaciones de alegría y hurras para el capitán, riéndose con él, todos soñando despiertos con lo que podrían hacer con tanto oro.
Oliver se limitó a gruñir y dirigirse al timón.

-Fija el curso a la isla de Los Lamentos, hijo.

Oliver se sobresaltó al escuchar a Fernández y se limitó a asentir, para pensar en algo que decir.

-No sabía que usted leyera los antiguos pergaminos, Capitán.

-Ja- río el capitán, casi pareciendo sorprendido-aunque no lo creas, mi vida no ha sido totalmente dedicada a ser un pirata. Antes de conseguir este barco, me gustaba saber más que la mayoría, así que dediqué mucho de mi tiempo a leer libros antiguos de brujería y otras cosas, así es como sé de ese elixir.

Fernández guiñó un ojo y se fue, dejando a Oliver solo y absorto en  lo que dijo el Capitán y en el mapa, analizando las pequeñas islas que aparecían antes de llegar a la isla de Los Lamentos. Cuando terminó, levantó la vista y contempló todo a su alrededor. Era un día bastante soleado, sin llegar a ser sofocante. En la lejanía se distinguía una pequeña isla rocosa y desierta, envuelta en nubes grises, nada importante, lo más seguro. Se preguntaba cómo sería el encuentro de la tripulación con las sirenas. Desde que el Capitán contó su historia comenzó a sentirse inquieto, pues temía lo que tuvieran que pasar para conseguir la sangre de las peligrosas sirenas. Tenía miedo de que el plan no resultara como querían, además no quería matar a ninguna sirena, no tenía ningún motivo. Con esos pensamientos en la mente de Oliver, el barco se desplazó lentamente a esa isla maldita, por cuyos alrededores deambulaban las sirenas, esas misteriosas criaturas a las que todos temían, aún sin haberlas visto nunca en sus insignificantes vidas, y que, sin embargo les ayudarían a cumplir su mayor sueño: tener una fortuna y gastarla a su estúpido antojo, (como pensaba en secreto Oliver), aún cuando esto pudiera significar arriesgar enormemente sus vidas...

En la nieblaWhere stories live. Discover now