Prólogo

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La noche es tensa, es casi tan mórbida como la voz de aquel chico.

Cada mañana despierta, recurre a repetir la misma rutina, nada cambia;
Lo único interesante es esa pequeña voz que lo acompaña, su única amiga.
Esa voz lo ha acompañado desde muy joven;
Esa voz le enseñó a jugar
Esa voz le enseñó a bromear
Pero sobre todo, esa voz
Le enseñó a degustar de la morbosa pasión por el sufrimiento.

Cada grito de dolor, cada plegaria, cada suplica dirigida hacia él lo hacía sentir bien, lo hacía poder sumergirse entre su propio mar de satisfacción.
Lo hacía sentirse con el poder de hacer lo que quisiera, se sentía un Rey, el adorado y temido Rey de su propio mundo, adoraba el hecho de poder tener un cuerpo a sus pies.

Sin embargo, el no poder complacer ese morboso placer es... Desesperante.

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