Cosa de una noche

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La música era escandalosa, lastimaba sus tímpanos y le provocaba un tic nervioso en la sien. Tomó a fondo del pequeño vaso que sudaba por el frío de los hielos y pidió al barman otra ronda del mismo whisky en las rocas, justo como lo degustaba mejor. Estaba furiosa con el mundo y consigo misma, ¿qué hacía en ese lugar? Visitar esa clase de lugares no era propio de ella. Bastó un vistazo de reojo para confirmar la locura de sus acciones y esperaba no lamentar las consecuencias; solo era un antro barato, lleno de adolecentes estúpidos que fornicaban en los sucios baños del fondo bajo los efectos de la heroína y el éxtasis que compraban clandestinamente. Odiaba la pésima mezcla del DJ y los gritos de euforia de quienes pensaban que eso era música, lo único decente era la bebida. El sonriente hombre de la barra le extendió un vaso que cogió al instante, necesitaba seguir alcoholizándose para agarrar valor y no salir huyendo.

— Oye, linda, ¿tienes fuego?

Se giró en dirección al hombre que se dirigió a ella con tanta confianza, ¿acaso no sabía quién era? No, claro que no lo sabía... Integra se encontraba fuera de su terreno, lejos de las exhuberantes fiestas de caridad y las reuniones de ricos amargados y decrépitos. Quiso ignorarlo, pero algo en ese rostro llamó su atención, tal vez era el parche que cubría parte de su rostro, a la altura de su ojo izquierdo... tal vez era el atractivo natural del desaliñado desconocido. Iba con una cazadora verde olivo con las mangas remangadas hasta los codos, dejando a la vista sus brazos marcados por el ejercicio, una camiseta blanca y delgada que resaltaba los trabajados músculos de su tórax y una larga cabellera castaña que caía grácilmente sobre su hombro en una sencilla trenza. Tenía un cigarrillo en los labios y la miraba fijamente con su único ojo expuesto, de un color esmeralda que a Integra le pareció fascinante, jamás vio ese verde tan intenso en los iris de una persona.

— ¡Hey! ¿Me entiendes? Fuego, para el cigarrillo. — Señaló sus labios y agitó el pequeño tubo de nicotina.

— Claro que te entiendo, imbécil. — Integra se sintió ofendida, ¿acaso pensaba que tenía retraso? Sacó un pequeño encendedor automático del bolsillo de su chaqueta y lo extendió al extraño, quien lo tomó en el acto.

Je suis désolé, ma cher. Pensé que eras extranjera y tal vez no entendías mi inglés. Llevo poco tiempo en Londres y mi acento no es el mejor del mundo.

— ¿Y qué te hizo pensar que era extranjera?

— Tu belleza, desde luego. Ese tono exótico de piel que tienes, tan contrastante con el rubio de tus cabellos y ni hablar del fascinante azul en tus ojos, deberías considerar la posibilidad de usar lentes de contacto, las gafas no me permiten admirar todo el esplendor de tu rostro.

— Gracias por la poesía barata... y no, soy más inglesa que las prostitutas a las que debes frecuentar mientras turisteas. Ahora, si no te molesta, ¿puedes devolverme mi encendedor y dejar que siga con mi bebida?

Touché, jolie. Tienes una lengua muy afilada para tan encantador semblante. — Se sentó a su lado y le pidió al barman lo mismo que Integra bebía. — ¿Vienes sola?

— Eso no te incumbe. — ¿Qué pretendía? ¿ligar con ella? La idea le produjo un agradable escalofrío, después de todo el chico era apuesto y que un desconocido le coqueteara era lo más emocionante de lo que podría presumir en su vida.

— Tomaré eso como un sí. ¿Sueles frecuentar éste lugar?

— ¿Qué te hace pensar que voy a responder el interrogatorio de un desconocido?

— Eso se arregla fácil. Soy Pip Bernadotte y tú eres Integra Hellsing, ya no somos desconocidos y podemos entablar una conversación decente.

— ¿Pero... cómo? — Se sintió como si un balde de agua helada le cayera encima. Él sabía quién era y solo podía significar dos cosas: lo habían enviado para vigilarla o iba a secuestrarla. Pip cambió el gesto por uno serio al ver su reacción, estaba segura de que palideció al escucharlo pronunciar su nombre.

Tan grácil como un cisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora