Zapatos, innegable placer de las mujeres, no de todas pero sí de muchas. Innegable placer de Martina, ella que se levanta temprano a preparar el desayuno, tiene que ser rápida y silenciosa para no despertar al niño. Su marido en la regadera terminando de despertar. No le quedaban muchas ganas de regresar al trabajo después de lo ocurrido con la línea de producción que se había detenido por culpa de un mal hombre que llegó ebrio a trabajar, dicen que no fue culpa de él sino del guardia que le permitió la entrada, pero cómo culpar a aquel pobre hombre que no había dormido en toda la noche, aquellos ruidos provenientes de la vieja cisterna hubieran mantenido en vela a cualquiera. Se empezaron a crear historias para explicar tal fenómeno, todas iban desde la niña ahogada hasta el maestro albañil que murió durante la obra, por supuesto nadie podía rectificar con hechos lo ocurrido, la única intención es la de mantener viva la esperanza de una segunda oportunidad después de la muerte. Y todo esto tenía sentido pues recientemente el gerente de procesos, un joven atlético y estudiado, murió después de una junta con los directivos. Fue así de rápido, habló por media hora, recibió elogios salió de la oficina se dirigió al baño cuando recibió un mensaje, sacó el celular de su bolsillo, bajó la mirada y siguió caminando y contestando. Ya habían alertado del peligro de aquella ventana que al abrirse hacia el pasillo podría golpear a alguien en la cabeza, pues resulta que los miedos estaban justificados, aquel gerente empezó a caminar más aprisa con la mirada puesta en el celular cuando al dar vuelta al pasillo se encontró de frente, literalmente, con el filo de la ventana. No cayó de inmediato, soltó el celular del dolor y se llevó las manos a la cabeza, un compañero que pasaba por ahí soltó una risa burlona, digna de un latino ante la tragedia ajena, pero al ver la sangre corrió a su auxilio. Se quedó con él hasta que el doctor de la empresa llegó a revisar al descalabrado, aquel doctor que tuvo que dejar a medias a un paciente que le dolió la cabeza justo un día antes de su auditoría, estaba solicitando un pase para ausentarse e ir al Seguro Social al día siguiente. Cuando el doctor salió corriendo del consultorio no le quedó más que regresar a su escritorio y ponerse al corriente, levantó la bocina y le habló a su esposa que llegaría tarde, ella que ya había preparado un plan para cuando él llegara. Ir al parque y llevar a su pequeño a que sacara esa energía que tenía de sobra, además el día del pequeño no había sido de lo mejor, la maestra lo había regañado por no haber terminado el ejercicio a tiempo, una maestra bastante exigente para ser el tercer grado de kínder. Ella creció con un padre demandante, no entendía de otra forma para educar a los niños. Y es que un salón de treinta alumnos no es fácil de controlar sobre todo desde que el director había optado por rotar a las profesoras auxiliares para poder "reducir costos" esas dos palabras que tanto les encantan a los inversionistas. A ellos si se les puede culpar de esa decisión, no son hombres de a pie, pero la ambición no conoce principios ni finales. Uno de aquellos inversionistas viajaba en un austero BMW, el otro en un Audi deportivo y el tercero, que es soltero, decidió arrendar un auto compacto para gastarse lo demás en viajar por el mundo. Su primer destino fue China, se fue dos semanas antes de pasar a Corea, en donde conoció a una chica linda que llevaba tiempo viviendo allí, ella era de México pero decidió dejar a un cruel amor y empezar de nuevo. Hacía un año ya desde que había decidido dejar a aquel joven inmaduro y miedoso al compromiso que se había tardado tanto tiempo en entregarle el anillo de compromiso. Así se lo hizo saber el mismo día en que su avión salía, así no habría forma de arrepentimientos, al menos no por parte de ella, pues él se quedó callado, con las manos en los bolsillos, una de ellas sosteniendo la caja que contenía un anillo. Él pensó que era una salida especial, ella le llamó por teléfono y quedaron de ir a cenar dos días después, un restaurante japonés cerca del aeropuerto. El miró el lugar y parecía un buen sitio para proponer matrimonio, salió corriendo a comprar el anillo, le pidió ayuda a su padre. No avisó nada al restaurante y qué suerte tuvo de no hacerlo. Llegando el día, ella comenzó a hablar, pidieron las bebidas y fue lo último que compartieron juntos. Ella salió corriendo después de terminar su ensayada frase "...mi avión sale hoy, no sé cuándo volveré, si es que algún día lo hago". Esa noche él se quedó cenando sólo, el mesero se acercó a tomar la orden e inmediatamente se dio cuenta de la situación, le ofreció otra cerveza y la recomendación del chef. El mesero entendía el dolor de aquel joven pero su trabajo es vender esa recomendación compuesta por ingredientes próximos a caducar y que tenían que convertirlos en ganancias antes de que pasaran a ser merma mensual. Ningún mesero estaba dispuesto a que le quitaran un peso más de su salario a causa de tal desperdicio. El joven asintió el menú, el mesero se alejó rápidamente a meter la comanda. Gritó en cocina ¡otra recomendación! Los cocineros sonrieron amargamente, y comenzaron la preparación. Fue entonces cuando el chef grito a todo mundo que se detuviera. El camarón tenía un olor ácido, no podía servir un platillo más, nadie en la cocina se había percatado de semejante error, si la gente se enfermaba estaban en serios problemas. Al finalizar el turno el Chef pidió hablar con el gerente, presentó su renuncia y se fue a casa. Al llegar lo esperaba su perro meneando la cola y ladrando de hambre, le puso un poco de croquetas y él se preparó un sándwich. Se fue a su comedor, puso el plato en la mesa, destapó un vino, llenó una copa, jaló la silla y se sentó. No duró más de dos segundo en la silla cuando el timbre sonó. Creo que mi mujer me engaña, le dijo la voz del pasillo. Era la noche perfecta para tener una charla con su viejo amigo. Lo invitó a pasar, le sirvió una copa y le dijo "cuéntamelo todo". Charlaron por un rato, un rato largo. Uno contaba de lo infiel que le era su esposa y el otro del problema con los camarones.
Al final todos siguieron con sus penas. Menos el perro que ya había comido.
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Las locuras de Martina
Short StoryAl final todos tenemos problemas, bueno, casi todos.