Depresión de una niña

Entristecida, observaba la niña su pringosa ventana. Detrás de su cara angelical, se disfrazaba un fuerte dolor. Su abuela había muerto. El consuelo de su funesta noche, era la luz de la luna., la cual dibujaba delicadamente unas figuras surrealistas, en la semioscuridad de su desordenado cuarto.

La madre de la jovencita la espiaba desde la ranura de su puerta, se le nublaba la vista al ver que la persona que más amaba sufría tanto. Su boca comenzaba a moverse nerviosamente, así que la tapo rápidamente impidiendo liberar un sollozo accidentalmente. Dio un vistazo más, y dejó a su pequeñita, en su momento de soledad.

La pequeña admiraba con más atención al astro, conforme recordaba más a su querida nana. De cierta manera la abstraía del mundo, ella solamente se dejaba hipnotizar por sus tonos grisáceos, azulados y blancos. Era algo realmente fascinante.

La magnífica espectral figura la consolaba con su sensibilidad. En un acto de desesperación, colocó suavemente sus temblorosas manos en posición de gallo, y le rogó a la cristalera, que devolviera a la vida a todos los muertos que hayan arrancado un pedazo del corazón de sus seres amados, aunque sea por una miserable noche. Ella tenía la certeza de que así, salvaría a las personas de una culpabilidad que las acarrearía hasta el final de sus días. Disolvería el insoportable nudo en las gargantas y los haría olvidar por unas cuantas horas, la angustiante presión en sus pechos. La chiquita ansiaba que las personas, pudieran contemplar la vida sin una visión oscura. Al igual que millones y millones de individuos que se localizaban a las afueras de su lumbrera.

Sorpresivamente, aquel día era luna nueva, y ésta al encontrarse con una poderosa magia a su disposición, se tomó muy enserio la búsqueda de un ser, el cual sea merecedor de concederle un deseo. De esta manera terminaría con su constante aburrimiento, que la inundaba todas las noches. Luego de escuchar plegarias absurdas de numerosos borrachos, encontró una petición con pureza infantil.

Cambiando de escenario, la jovencita seguía llorando, solicitando con todas sus fuerzas la vuelta de su abuela. Estaba agotada de decirse a ella misma, que su nana ya se había ido. En el momento que se estimaba el seguir viviendo con tanto suplicio que otorgaba la situación, inesperadamente la deshidratada cría, se percato de una helada mano posicionada en su hombro brindándole consuelo. Se hallaba la persona que tanto ansiaba ver.

- ¡Nana!- dijo gritando en voz baja, mientras la abrazaba fuertemente.

No podía creerlo, el satélite natural había cumplido su petición; era un milagro. Aunque la circunstancia era amorfa, La alegría cegaba lo terrorífico. Ambas lloritaban pero el vagido de la anciana evidencio su angustia, a diferencia de la felicidad de la muchachita.

-¿Por qué estas triste? Verbalizo la pupila.

La mujer se aparto de la niña y suspiro.

- Jovencita, tal vez no lo entiendas, porque eres muy inexperta todavía. Así que necesito que me escuches con discreción. ¿Lo harías por mí?

La nieta evadió su mirada enojada, pero al pensarlo un poco más, se limito a asentir avergonzada.

La señora sonrió aliviada.

- Veras, mis últimos meses de vida los rigió el sufrimiento. La gran mayoría por dolores que acarrean la ancianidad. Uno no puede vivir con desasosiego, eso no puede considerarse "vida" como tal. Digamos que la muerte silenció mis constantes quejas de dolor tanto físicas, como las emocionales. Ahora que por algún extraño motivo vuelvo a vivir, siéndote sincera, temo no sentir de nuevo bienestar.

La mujercita abrazo nuevamente a su abuela sumamente arrepentida. Su abuela le respondió su cariño, con una leve presión en el abrazo.

-Sabes, aunque estimes mi presencia, te cuidare eternamente. El manto de amor con el cual te protejo todas las noches jamás se esfumara. No creas que mi ausencia, física límite la dimensional. Además el amor que nos une, quedará tatuado en tu corazón y en el mío.