CAPITULO 1

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"For each nightmare a misunderstood world there, for each dream a looking for that reality. In both cases we didn't know anything. How to know the world perfectly?"

"Por cada pesadilla un mundo que no comprendemos hay, por cada sueño una búsqueda por dicha realidad. En ambos casos no sabíamos nada ¿Cómo conocer el mundo a la perfección?".

Un goteo tintineante se cuela de tubo a tubo. La oscuridad es dominante y un silencio prospera como una gran esfinge de máquinas apagadas en medio de un olvido absoluto. La luz apenas puede colarse por las ventanas altas que dejan ver las partículas de polvo revolotear cual cataclismos mudos e insignificantes, apenas existentes. Las ratas apresuraban una compañera muerta y mantienen a sus crías a como dé lugar. Los charcos de agua eran frecuentes aquí y allá por todos los rincones, las escaleras de metal gruñían con un endemoniado chirrido cuando los vientos del norte golpeaban en las temporadas de tempestad. La humedad se colaba dentro de todo aun siendo metal, oxidación extrema por los barandales y las tuberías varias, también constante durante el silencio augural. Entre estos ecos perdidos y la falta de brisa que los han encapsulado por años, un rugido penetró en cada parte. Cada ente que revoloteara dentro del edificio se estremeció. Las palomas salieron de algunos escondites y cayó polvo del techo. La temporada ventosa había comenzado.

Una fila de siluetas se seguían tras de sí en fila y desfilaban entre las oscuras paredes de los pasillos, sus vestimentas raspaban el suelo y dejaban una que otra línea de polvo a su paso, pronto salieron a una gran sala, donde mucho espacio libre dejaba ver manchones de haber sido antiguo sitio de poderosas máquinas y chatarra oxidada. Los entes caminaban lento y abultados con espaldas encorvadas, tenían la cabeza cubierta por un hábito largo y negro, las sotanas se arrastraban y se mojaban aquí y allá donde desarrollaran su extraña caminata, recorrieron todos y cada uno de los rincones del gran salón, se quedaban un rato mirando, asintiendo con la cabeza, inclinándola un poco, sus pálidas manos de vez en cuando parecían querer agarrar algo de entre la oscuridad de los recovecos de la maquinaria. Acaso podrían ser un mismo ente singular en un silencio estupefacto. Desde las sombras, algunos respiros comenzaron a hacerse más profundos y brillos tenues brotaban de algunas cuencas. Las monjas callaron absolutamente en todo momento. Siguieron el camino con igual o mayor lentitud y aún más por sobre las escaleras, que a cada pausa volteaban a ver hacia los escondrijos entre las máquinas de la planta más baja. Podían leer lo que se hallaba tras las sombras y a cada tres escalones extendían sus brazos hacia la gran ventana circular que se hallaba en la parte superior de una de las paredes. Dicha pared estaba mejor cuidada salvo por las espesas y ambiguas formas que dejaban las manchas de humedad en el hormigón, como en todo el edificio. Se detuvieron, sin quitarse el hábito, frente al barandal de metal (que era de la misma pieza férrea de la escalera) de la gran plataforma de concreto que tenía el gran salón, estaban justo a unos diez metros debajo de la gran ventana que fungía como única luz del recinto. De las sombras comenzaron a arrastrarse diversas siluetas, todas humanas, con cierto desdén y mirando al piso con esporádicos miramientos al foco natural que les destellaba los ojos y las sienes, sus ropas estaban raídas y bastante sucias por fango y óxido; sus botas tenían hoyos y las madres dejaban de cargar a sus bebés para ponerlos sobre acolchados de costales de papas y otras telas cualesquiera que traían consigo desde los escondrijos. La luz de la ventana, arriba, a espaldas de las monjas, convertía en absoluta sombra sus rostros que de por sí el hábito ocultaba. Pronto, una sola monja levantó los brazos y, si algún susurro hubo de existir en ese momento, fue callado, el silencio se hizo terminantemente absoluto y habló con contundencia:

―Hijos de luz. Granos de arena. Cordial bienvenida para todos- miró a los feligreses, no pasando por alto sus expresiones y se tomó un instante, ni un solo ruido. Continuó.-Estamos todos aquí, para levantar el rostro frente a Húniper. Razón de nuestra existencia y bienestar, todo cuanto conocemos nos es dado a la benevolencia del altísimo. Hermanos, hermanas, todos hijos de Hún.

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