La noche de lluvia.

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Se detuvo debajo del toldo de un bar. Estaba molesto porque sabía que en pocos minutos comenzaría a llover. No debería haberse puesto su mejor traje, y lo sabía, aunque el motivo por el que salió de su casa era muy especial y lo forzaba a hacerlo.
Se apoyó en la pared de mármol resquebrajado, mientras intentaba encender un cigarrillo.
Observó como la llama del mechero encendía su cigarro, el cuál parecía maltratado, aún habiendo permanecido solo en su bolsillo. A lo lejos, pudo ver como dos policías rondaban; mientras uno de ellos hacía señas con las manos, el otro lo seguía diligente,casi como si fuera su perro. Se veían nerviosos, como si un ladrón se les habría escapado frente a sus narices y la frustración provocó que siguieran buscándolo, sin dudar ni por un momento en apresarlo al momento de su reaparición.
Al comprobar que ambos policías habían desaparecido de la cuadra, se tranquilizó. No quería cruzarse con ellos, y mucho menos que lo interrogaran. También sabía que debía salir de ese lugar, ya que a la vuelta de ese mismo bar, se había perpetrado hace unas horas un asesinato, y el homicida estaba prófugo.

Sintió los primeros truenos retumbar entre las largas y estrechas calles, mientras miraba por debajo del toldo los destellos en el cielo, que hacían parecer la noche como un espectáculo en donde la obra estaba llegando a su fin. Sentía como la fresca brisa del invierno le hacía dejar de divagar. Tenía que ponerse en marcha. Justo en ese momento, empezó a lloviznar. Maldijo a Dios, alegando que en los días que necesita que todo salga perfecto, nunca sucede como el quiere. El odiaba la lluvia con toda su ser. No le gustaba salir en días así, y menos el tener que sufrir las consecuencias de volver sin un paraguas, como estaba sucediendo en este momento.
Entre maldición y quejas, escucha desde la ventana de la casa al lado del bar la voz de una  mujer, que dice:
¿Escuchaste lo que dicen los vecinos? -su voz sonaba exaltada- Dicen que Julieta, la chica que se mudó hace unos días al apartamento 8, fue asesinada. Se supone que fue un hombre que había ido a visitarla y, aunque no se sabe qué pasó, la encontraron en el suelo llena de sangre, hace unos minutos, sin signos de vida.
Al oír eso se quedó perplejo, no sabía que esa era la noticia que rondaba por esta zona. Se dispuso a caminar, hasta que se dio cuenta de que la llovizna ahora era lluvia, y comenzaba a mojarle los zapatos.

Sacó del bolsillo derecho de su traje una foto. El atractivo principal era una muchacha de piel blanca y cabello castaño oscuro, recostada en un sillón, rodeado a la derecha por un florero y a la izquierda un pequeño y viejo estante, mientras leía un libro. Se podía ver como la joven indirectamente obligaba a cualquier persona que la observara a enamorarse de la belleza calcada en su rostro. Respiró profundo, y dio su último vistazo a la imagen. Sabía que era momento de dejarla atrás.
No podía vivir pensando en el pasado, y tampoco tenía mucho tiempo antes de que algún policía lo pudiera ver y sospechara de él, sobre qué hacía a esa hora debajo del toldo de ese bar ya cerrado, a las 2 am. Entre todo eso, su cabeza todavía mantenía imágenes frescas de lo que había sucedido hace unas horas.

Luego de una sencilla pero gratificante sesión de fotos, él se había decidido por intentar seducir a la que por mucho tiempo fue la mujer que se mantenía su cabeza dando vueltas. La Actriz Julieta Ramirez no gozaba de mucha popularidad, ni tampoco era muy buena a la hora de entablar amistades o charlar con alguien. Era de carácter histérico y tenía una forma de hablar que podía molestar a cualquier persona en cuestión de segundos. Y ya se podrán imaginar la respuesta que salió de su boca cuando su fotógrafo le había declarado que se había enamorado de ella.
Eso, en su mundo de actriz centromundista, era una falta de respeto, y algo que no debía suceder. Entre insultos y gritos, despidió a su fotógrafo y le ordenó que nunca más se le acercara. Cuando él se rehusó a salir y buscó una forma de hablar, ella intentó golpearlo y luego lo empujó. Él se molestó, y en un golpe de ira le devolvió el empuje, casi con la misma fuerza que ella lo había hecho, con la desgracia de que las débiles piernas de Julieta no aguantaron el impacto y cayó de espaldas, golpeando su cabeza con el florero que estaba al lado del sillón. La sangre brotaba, y él, en medio del susto y la desesperación, no tuvo otra idea que salir de allí.

Mientras todo esto cruzaba por su mente, oyó a lo lejos la sirena de un coche de policía, que parecía acercarse a lugar dónde recientemente se habían descubierto los hechos. Imaginó que no pasaría mucho tiempo antes de que descubran que la había asesinado. Se calmó, y decidió solo mantener en su mente la imagen de aquella foto tomada hace dos horas. Miró hacia el frente y empezó a caminar bajo la lluvia.

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