"Nos veremos en el más allá..."

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Ahora me muero, pero tengo muchas cosas que decir todavía. Estaba en paz conmigo misma. Mudo en paz. Pero de improviso surgieron las cosas. Muchas cosas que recordar.

Recuerdo la pequeña casa de madera del pueblo. Crujían los tablones en el piso superior y mi alma renacía en cada pisada. Su frágil figura me atrapaba, siempre ha sido ella y siempre lo será. El jardín de verdoso espesor se desvaneció a lo largo de los años. Recuerdo jugar con ella, cogiendo flores y oliendolas. Oler la cálida mañana y la fría noche. La hoguera mantenía el calor en las noches de invierno. Los cuentos, las canciones, son tan solo ya ceniza, negra, pura, por el abismo caía.

Después de ese verano, nada volvió a ser igual... Una llamada a altas horas de la madrugada heló la hierba, apagó la hoguera... Ella, postrada en una cama, luchando por la vida.
Su pelo caía en sus hombros, una tez más blanca de lo habitual y un camisón largo la acompañaban. No tenía consciencia de su ser, de quien era, como se llamaba, y por qué estaba donde estaba. Lo peor de todo es que no se acordaba de mí.
Después de unas semanas de lucha, su habitación oscureció...
Parecía como si una sola luz apuntase a ella...
Me acerqué. "Hay mucha gente. Hay mucha gente." Repetía una y otra vez. Su cabeza iba de lado a lado, sus ojos atónitos a lo que solo ella podía ver.
Poco a poco la luz se apagaba y yo la perdía.
"Te quiero" dijo "Nos veremos en el más allá".
Un último respirar.
Adiós.
Si es verdad que las almas pesan veintiún gramos, ella y yo éramos cuarenta y dos, ya que juntas éramos una, era mi otra mitad...

Los veranos no volvieron a ser iguales. Deambulaba por las calles en busca de recuerdos. Esperaba ir a un sitio y verla a ella, pero era imposible, ya no estaba...
Recuerdo ir al cementerio, con las flores del jardín y llorar ante una triste lápida día tras día. Nada, ni nadie conseguía sacarme de allí. Tan solo me iba cuando acababa el verano, cuando el sol se ponía y cuando los animales se escondían.

Aquel veintiuno de enero iba de negro. Nunca me gustó que me vieran llorar, pero en esos momentos era débil...
Su último Requiem sonó y la caja fue cayendo. Fueron segundos, pero parecieron minutos y esos minutos, parecieron horas. Un gran estruendo se oyó y aún rota de dolor sentí una pizca de felicidad ya que ella ya podía reunirse con su abuela.
Me habló tanto de ella que de cualquier pregunta sabía la respuesta. Una mujer fuerte, segura de sí misma, como ella...
Tiré una rosa dentro, roja, como la sangre que daba color a su viva tez. La lápida fue sellada.

Aunque ella ya no esté, iba siempre a contarle mis problemas, que me había sucedido en casa o que nueva pelea había tenido. Porque aunque no estuviera físicamente delante de mí, era la única que podía comprenderme, pues nadie me conocía como ella.
Me martirizaba en frente de una lápida, llorando, verano tras verano. La gente me llamaba loca, mas, ¿nadie ha llorado nunca una perdida? Dicen que pasa según pasan los años, pero eso no es cierto... La herida sigue abierta.

Cuando me hice mayor afortunadamente encontré a alguien que supo como quererme, como consolarme y como ayudarme. Alguien con una herida parecida, al cual amé casi tanto como ella...
Me sacó del lugar donde había pasado verano tras verano y me llevó de viaje, a conocer nuevos países y nuevas personas. Pero claro, ni esto me dejó caer en el olvido.

Aunque me invada ese sentimiento de tristeza, también creo en la belleza.
La gente ve a la muerte como algo malo, muy triste, y en parte así es. Pero hay un detalle que se les escapa y es que es bella.
Me gusta la muerte y es por eso que siempre me trataron de loca...
Cuando una persona se muere no se va, y sí, esto sale en muchos sitios, muchas suposiciones sobre el alma, el más allá... una incertidumbre coloquial.
Yo, en cambio, sí que tengo las respuestas a de esas preguntas.
Desde pequeña he acontecido hechos que me han hecho creer. He tenido experiencias que no son normales en esta vida. He hablado con ella en sueños...

Me gusta la muerte y no lloro por ella...
Lloro por la añoranza a esa persona que con tan sólo oírla me daba esperanza, me hacía sonreír con la mayor de las tonterías, volaba con ella y aterrizaba en el frío agua que en el río, la corriente llevaba... Me hacía sentir completa, me hacía sentir yo.
Pero sabía que la volvería a ver...

Han pasado muchos años y la vejez me ha alcanzado. Durante este trayecto ha habido mucha gente a la que he querido al igual que a otro tanto que he odiado. De todos he aprendido y no con todos he continuado. Me han hecho reír,  llorar, soñar... vivir.
Pero... nunca completa.
Ahora veo ante mis ojos con los pocos que me he quedado.

Vuelvo a estar en la misma escena, pero esta vez soy yo la protagonista.
Me duele el pecho, las venas se me agarrotan, el flujo de sangre disminuye y estoy completamente rota. Quiero llorar, pero no puedo hacerlo  ya que me invade una sonrisa.
Por fin llega mi momento más deseado y aunque suene mal, el mejor momento de mi vida, aunque esta ya apenas exista.

La sala oscurece y un foco me apunta.
De repente la habitación se empieza a llenar de gente conocida como desconocida.
Y entre toda esa multitud puedo ver un largo cabello marrón, como la corteza de aquel árbol que una vez murió. Unos largos brazos, unas estrechas manos y unas finas uñas. De pequeña estatura. Lo más impactante, unos grandes ojos marrones llenos de recuerdos y esperanzas, de juventud y tardanza, de amor y tristeza, de alegría por la vuelta.
Es ella...
Poco a poco se acerca y me extiende su mano.
"Te dije que nos volveríamos a ver. Te quiero." Me susurra al oído.
Hay una luz en el horizonte...
No siento las piernas, los brazos caen, la cabeza me pesa, me arde, me quema. Siento que la sangre se para, mi corazón se hiela. Me voy, desvanezco, no siento, solo creo.
Veintiún gramos se van de mi cuerpo. Mi alma, desgarrada, abandona mi cuerpo.
Mi mano blanca toca la suya y todo pasa a la vez que se acaba.
Oigo unos llantos, pero ya no me importa nada ya que puedo verla, de nuevo, ante mí.
Es ella. Es ella.
Poco a poco nos vamos acercando hasta que llega el momento más deseado.
Nos fundimos en un gran abrazo. Cuarenta y dos gramos.
"Te he hechado de menos" la digo.
"Siempre he estado contigo" responde.
Sin duda el mejor momento, el mejor descanso, la mejor paz.
Nos separamos y nos agarramos de las manos, mirándonos a los ojos.
"Ven conmigo" reclama.
Y juntas partimos ante una blanca luz que da comienzo a nuestro viaje hacía el más allá.

La vida es sueño, y nosotras, acabamos de despertar...

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⏰ Última actualización: Apr 07, 2018 ⏰

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