30 de diciembre del 2016

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El 30 de diciembre en muchas partes se utiliza para organizar todo lo necesario para recibir el nuevo año y mi familia no es ajena a este hecho, pero hay algo que si es muy típico de nosotros y es hacer una visita exprés a los amigos cercanos antes de que se acabe el año, en especial el 30 de diciembre.

Y así fue como yo, con casi 21 años de existencia me encontré siendo montada a un taxi con mi madre en dirección a la casa de una amiga muy cercana de la familia, Mérida Urrea.

Mérida era una mujer bajita y muy agradable quien vivía con su madre hasta hace unos meses atrás, cuando la señora Elena murió a sus 102 años de edad y con ella se llevó muchas historias divertidas e interesantes.

Yo conocí la primera vez a Mérida y a la señora Elena por una de esas visitas Exprés de mi madre, recuerdo que esa vez les llevamos unas almojábanas colombianas a las dos mujeres para el tinto de la 3 de la tarde. La señora Elena tomaba su tinto con almojábana a esa hora mientras veía sus novelas en los canales nacionales y cuando tenía visita, le contaba las historias de la novelas hasta el capítulo del día o le adelantaba de los hechos de la misma si ya la había visto.

Nunca había visto una mujer de tanta edad y con tan buena memoria.

La Señora Elena me contaba historias en esas visitas exprés, historias de los años 40, 50 y 60 de mi país, de cómo los liberales y conservadores se peleaban, del frente nacional y algunos chismecillos de personas que no conocía, personas que tal vez, solo conocerían mis abuelos.

Pero entre esas visitas exprés forme un vínculo muy especial con la señora Elena, mientras su hija Mérida, hablaba con mi mama y le leía las cartas del Tarot, porque si, esa era la profesión de Mérida, una "Bruja" moderna.

Lo cual si lo consideraba, era bastante irónico que una viejita tan dulce y católica como la señora Elena no le incomodaba la profesión de su hija. Muy por el contrario, ella se sentía orgullosa de ella, no por la profesión sino por su labor, ya que Mérida siempre buscaba ayudar con sus conocimientos a quien visitaba su casa.

Pero había algo que siempre sentía en ese lugar, era energía. En algunas eran buenas, otras no tanto... Y aquello era lo más especial, yo era sensible a esos cambios.

Desde pequeña había tenido esa Habilidad, de sentir o ver cosas pero a medida que fui creciendo esas habilidades se fueron opacando y durmiendo, siendo contadas las veces que me sucedía algo extraño respecto a ellas.

Eso sí, las premoniciones se mantenían constantes en mis sueños, al igual que la imagen de un jardín lleno de florecitas azules.

Más específicamente el lugar que siempre acompañaba esas premoniciones era una especie de cúpula blanca central, con barandales del mismo tono y una silla romana de mármol claro y pulido donde por lo general me sentaba en mis sueños para cantar. Triste era, que nunca recordaba la melodía que cantaba en mis sueños, así mismo no recordaba quien era la silueta azul que me acompañaba en el lugar.

Mérida, mi madre y yo no le encontramos razón a aquello, por lo cual perdimos el interés en el jardín azul.

Tiempo después del primer sueño del jardín azul, la señora Elena murió.

Y así mismo le siguió mi abuelo paterno, dos años atrás mientras los sueños seguían sin poder yo entender su significado.

Los hechos paranormales eran comunes en mi vida y aunque me asustaban la mayoría de las veces, nunca eran tan profundos como para quitarme mi calma interna hasta lo que sucedió ese 30 de diciembre del 2016.

Visitando a Mérida en la regla de las visitas exprés, nos quedamos para el tinto de las tres de la tarde, y mientras lo tomábamos, mi madre y Mérida hablaban de las personas enfermas y amigos o conocidos que habían fallecido, así se pasaron las horas hasta que a las seis de la tarde me empecé a sentir mal.

El Jardin Azul [Oneshot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora