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– No puedo creer que no quede nada –grito mientras me dejo caer en la cama. Sí, grito. Y es que aunque ya sean casi las doce de la noche, cuando estoy sola no controlo mi voz. Y sí, sola, mamá está en el bar, trabajando, y papá, no sé donde está él ahora mismo, la verdad.

– Pues tendré que bajar al bar a por algo de comer –digo resoplando.

Abro la puerta de mi habitación y decidida a salir, me tropiezo con la silla que utilizo para atrancar la puerta, de modo que no puedan entrar los gatos -aunque no siempre funciona, pues una de ellos sabe abrir las puertas-.

Fuck, las llaves –digo al cerrar la puerta y colocar la silla.

Una vez con las llaves en mi mano, y asegurada de ello, salgo y cierro la puerta.

Un par de minutos después, paso por delante del bar, donde echo una ligera mirada hacia la izquierda, donde veo la silueta de mi madre besuqueando a su novio a través del cristal de la ventana. La verdad, prefiero al otro, hace tan poco que aún lo consideraba mi padre.
Antes de entrar me paro, donde todavía no se me llega a ver. Me aseguro de que el nudo de la garganta no aparezca cuando diga "hola", y entro.

– Cariño, ¿qué haces aquí? –se nota que un par de cervezas no le faltaron.

– No hay comida en casa.

– ¿¿Pero no habías llevado??

– Me dijiste que tú lo harías, y bueno, eso pensé que habías hecho.

– Pues tenías que haber llevado –suelta, ignorando lo que dije.

– Vale. –resoplo– ¿Qué puedo llevar?

– Mira por ahí –encojo los hombros y voy a la cocina.
Abro la nevera. No hay mucho que pueda llevar, más bien lo que hay es para cocinar.

Cojo un yogur y lo meto en una bolsa, junto a unos chicles -no sé qué haría sin ellos-.

– Chao –grito.

De camino a casa -son tan solo unos 50 metros- voy tatareando la canción que estaba sonando en el bar.

Giro la llave y le doy una ligera patada a la puerta del edificio, como me gusta hacer, al momento me deslizo rápidamente por el pequeño hueco que dejo al dar la patada y cuando toco el primero escalón, oigo el sonido de la puerta al cerrarse. Sonrío ligeramente al darme cuenta que conseguí llegar a las escaleras en el tiempo de cerrarse la puerta.

Subo los escalones de dos en dos y al llegar a mi puerta la abro, apoyo mi cuerpo en ella y dejo que se abra poco a poco por mi peso.
Cuando la cierro, enciendo la luz rápidamente, deshaciéndome de esos segundos que pasé en oscuridad desde que se cerró la puerta.

Voy corriendo hasta la cocina y guardo el yogur en la nevera.

Al apagar la luz oigo un ruido proveniente del suelo, la enciendo de nuevo y veo a mi gata intentando deshacerse de un fino cordón que tiene alrededor del cuello.

Tigressa, tienes que tener cuidado con estas cosas, por favor, –la miro un rato a los ojos– no sé qué haría sin ti –junto mi cabeza con la suya. Dejo un suave beso en ella y me levanto. Apago la luz y aparto la silla de la puerta de mi habitación para entrar en ella.

Me siento pesadamente en mi cama y enciendo mi móvil, entro en un grupo de whatsapp que cree especialmente para letras de canciones, y en el que solo estoy yo, y pongo la canción que concuerda con la última letra.
En el momento en el que en el audio empiezan a cantar, yo también lo hago.

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