Prólogo: Negro

36 4 0
                                    



Dionisio siempre daba la sensación de ser alguien extrovertido y permanentemente alegre mas pocos sabían que la mayor parte de todo aquello se debía a la fuerza de voluntad que el dios del vino y del teatro ejercía sobre si mismo. Cada mañana Dionisio se repetía como un mantra mentalmente la misma frase: "Puedo hacerlo, puedo hacerlo, se fuerte, se fuerte".

Sin embargo, hoy el mantra no funciona y Dionisio se encuentra temblando. Ha sido en realidad una chorrada lo que ha pasado, pero ha sido la gota que colmó el vaso, un vaso que llevaba eones llenándose poco a poco, cada vez un poco más hasta que al finalmente había rebosado y había volcado.

Afortunadamente para él, nadie ve como Dionisio se derrumba y cae. Cae como caen las torres de naipes, de manera silenciosa pero a toda velocidad, sin tiempo para intentar evitar la caída, sin fuerzas para intentarlo siquiera. El suelo es lo único real que Dionisio siente a su alrededor cuando todo lo reprimido estalla en su interior.

La culpa y la pérdida recorren sus venas en vez de la sangre. Culpa, culpa por no haber sido lo suficientemente fuerte como para proteger a su mejor amigo, ira hacia sí mismo por haber tardado tanto tiempo en encontrarlo cuando había sido secuestrado por el bando de Hades.

Tal vez el dios de los muertos pensó que de esta manera obligarían a Zeus a abdicar, que lograrían ponerlo de rodillas y que aceptaría todas las condiciones que estos demandasen por la seguridad de Ganímedes...

Pero se habían equivocado. Y el que había acabado de rodillas y dispuesto a hacer cualquier cosa para evitar que Ares continuase torturando a su mejor amigo había sido el propio Dionisio.

Ganímedes, quien había estado a su lado incluso en los peores momentos, por no hablar de los mejores, Dioniso cerraba los ojos y no podía pensar en un momento bueno sin el que el rostro de Ganímedes apareciese asociado a los buenos recuerdos. Ganímedes, subestimado por todos, usado de moneda de cambio en el juego de poder de los dioses mayores. Oh, como había odiado Dionisio aquello, para él Ganímedes no era un peón, tan solo era su amigo, su mejor amigo. Y ¡iluso de él! Había creído que poco importaba el juego de poder si se tenían el uno al otro, que podrían burlar las intrigas de poder de los dioses, que podrían ser libres.

Pero ahora, después de toda la guerra y el horror sufrido Ganímedes había renunciado a su inmortalidad y se había ido, mochila al hombro, hacia algún lugar donde no tuviera que ver más a ninguno de los dioses que de alguna manera u otra habían contribuido a joderle la vida. Y sí, Dionisio, quien había jurado que no lo haría jamás, también lo había hecho porque no había podido encontrarle a tiempo.

Allí, en los negros sótanos de la Bacanal, aquel bar que habían erigido juntos, Dionisio se desploma llorando y preguntándose por qué los dioses no pueden morir, pues la muerte parece más dulce que el soportar la eternidad sufriendo este dolor de saber que ha traicionado a su mejor amigo.

Allí, en los negros sótanos de la Bacanal, donde solo las botellas de alcohol pueden ser testigos de su llanto, Dionisio se arrastra hacia las botellas y descorcha una para ver si consigue beber de tal manera que el dolor quede apagado. No se molesta en encender las luces ¿para qué? No quiere testigos de este momento.

Allí, en la negrura que corresponde a la vez con sus pensamientos y sus sentimientos Dionisio da rienda suelta a su dolor y se permite recordar...

We migth fallWhere stories live. Discover now