Hasta que te encontré

Prólogo

Diciembre 2012

Mis pies estaban entumecidos a causa del frío, este año el invierno había llegado con fuerza, dejando en un sueño profundo a árboles y animales, intentando atravesar nuestros cuerpos hasta helar nuestros corazones.

Hoy era el día más frío del año, a través de distintos medios de comunicación aconsejaban quedarse en casa –quienes pudieran-, dando miles de consejos a aquellas pobres almas en desgracia que tuvieran que salir a buscarse la vida. Los colegios e institutos habían cerrado, la nieve bloqueaba los accesos de las carreteras y no era seguro acudir.

Pocos se atrevían a pasear por las nevadas calles y quienes lo hacían vagaban como espectros con sus miles de capas, ocultando todo rastro de piel que pudiera contactar con el devastador clima. Yo permanecía quiera arrecida en medio de la nieve cual fantasma, mientras el frío de mi interior salía en forma de vaho, o quizás fuera mi alma.

Tan solo se escuchaba el graznar de algún cuervo, los suspiros quejosos de algún transeúnte y el castañear de mis dientes.

La gente me miraba como si estuviera loca, en mitad de un parque contemplando un estanque vacío, soportando las extremas temperaturas. Quieta contemplando la nada. Estaba perdida y ellos lo sabían.

Si fuera como la gente «normal» de mi edad tendría que estar celebrando el día sin clase jugando a hacer ángeles o participar en una guerra de bolas de nieve, tomar un chocolate caliente o contemplar la nieve caer desde la ventana con mi familia. Todo muy hogareño y cálido, pero yo no era como ellos. Ni nunca lo sería.

Me negaba a volver a casa, si es que se puede llamar así, mi único sueño es poder coger mis cosas y desaparecer, como si nunca hubiera existido. Una nueva vida, una que dirigiera yo. La edad se interponía en mi camino, junto con mis lamentables ingresos.

Solo tenía que esperar casi cinco años para acceder a mi pasaporte de salida, si es que llegaba a sobrevivir ese tiempo.