PRÓLOGO
Un terrible grito de dolor rompió el silencio de la noche asustando a los animales que bordeaban la tienda situada en el descampado del bosque. Una mujer cuyo vientre palpitaba a causa del dolor, luchaba con todas sus fuerzas para traer a una criatura al mundo. No estaba sola, una anciana le cogía de las manos con cariño mientras le asistía en el parto. Llevaban dos horas intentándolo pero las criaturas seguían sin salir. Por mucho que la mujer apretara, sentía el mismo infierno al hacerlo y cada vez le costaba más. Si se hubiese quedado en el castillo ese día en vez de haber salido a recolectar frutos… Otra convulsión hizo que gritara en un tono más alto. La anciana limpió la frente de la mujer con un paño que en pocos segundos quedó impregnado del sudor que la mujer producía.
-Falta poco, la obertura se está abriendo más. Ya mismo saldrá tranquila.- repuso la anciana intentando darle ánimos a la mujer. Aunque la anciana era de su favor, la mujer quiso odiarla en ese momento. Ella no estaba experimentando ese dolor tan infernal, sólo le apretaba la mano viendo cómo ella gritaba y sudaba. ¿Y por qué tardaba tanto en salir la criatura? Deseaba que su marido estuviese ese momento para acompañarla, pero como ya hemos contado antes, ella salió por la mañana para recolectar frutos a pesar de los ruegos que le hizo él para quedarse. Ella tan cabezota quiso salir porque la primavera se cernía ya por los bosques y quería disfrutas de la luz del Sol antes de que naciera el bebé y tuviese que quedarse encerrada en el castillo para su cuidado. Cabezota, ella.
De nuevo una convulsión hizo retorcer su cuerpo pero esta vez de forma diferente. La sensación era extraña pero notaba como poco a poco algo se deslizaba por su vientre. Al fin estaba saliendo por lo que en un nuevo intento, apretó con todas sus fuerzas para facilitar el paso a la criatura. Se alegró cuando escuchó el primer llanto de una nueva vida en el mundo. La anciana acogió en sus brazos al bebé con cuidado de no lastimarla. Cortó el cordón que le unía aún a su madre y la sitúo encima de una manta que había colocado antes para la acogida del bebé. Pudo ver que era niña.
-Señora, es una niña.- dijo la anciana feliz observando a su majestad. Pero su majestad no estaba atenta porque aun habiendo liberado a su bebé, seguía sintiendo algo extraño en su vientre.
-Matilda, viene otro, puedo sentirlo.- susurró a duras penas la mujer. Poseía pocas fuerzas por culpa de su primer parto pero aún así apretó como pudo para dejar paso a su siguiente bebé. El segundo llanto se hizo sonar en la noche. El segundo bebé salía de su madre y como hizo su hermana, llegó a los brazos de la anciana la cual le dio el mismo trato de delicadeza. La anciana pudo comprobar de que se trataba de otra niña. Oh, qué sorpresa tan agradable. Seguramente al rey le hubiese gustado presenciar el nacimiento de sus primeras dos hijas. La madre cansada por el parto cerró los párpados mientras relajaba su cuerpo que hasta ese momento estuvo en tensión. La anciana la limpió al igual que a las dos pequeñas y se las entregó a su madre.
-Permítame decirle, que son hermosas. Son gemelas, majestad.
La madre abrió los ojos para observar a sus hijas. Como había dicho la matrona, eran preciosas. Estaban dulcemente dormidas en sus brazos como dos angelitos pequeños caídos del cielo. Acarició el corto cabello de una de ellas con suavidad para no despertarla pero a pesar de sus intentos, la niña se despertó al igual que su hermana. Y entonces fue cuando su madre vio la única cosa que las diferenciaba. Los ojos de las pequeñas eran diferentes, una la miraba con el mar reflejado en ellos, un azul tan oscuro e intenso que podrías sumergirte en él. Otra la miraba con el vivo verde de la naturaleza que te hacía recordar a aquellos campos repletos de hierba y frutos. La mujer sonrío y miró a la anciana.
-Esta será Beatrice.- dijo mientras tocaba la cabecita de la niña de los ojos azules. La anciana sonrío mostrando su apoyo sobre el nombre. Beatrice era un nombre bonito y poco escuchado. La mujer miró a su otra hija.- Y esta será Roselyn.- la niña de los ojos verdes sonrío mientras movía sus pequeños pies. La madre estaba feliz de acunarlas en sus brazos hasta que se durmiesen. Estaba deseosa de recuperarse para volver al castillo a enseñarle a su esposo los frutos de su relación. Pero antes tenía que dormir porque se encontraba tan cansada y tenía tanto frío. Entregó a las pequeñas a la anciana y cayó en un largo sueño. Lo que ambas no sabían es que ese sueño iba directo a la muerte. El parto había sido muy largo y bastante sangre había escapado del cuerpo de la reina. Pero para cuando la anciana se dio cuenta de que la vida había huido del cuerpo de su majestad, era demasiado tarde. También fue demasiado tarde para cuando los enemigos divisaron la tienda en la que se encontraban.