Se podía decir que esa noche no había dormido mucho. Cuando llegamos a casa, me fui directa a dormir, sin despedirme de nadie y sin ni siquiera llamar a Manuel. Quería hacerlo, pero a la vez me sentía incapaz. ¿Sabéis esa sensación de cuando os sentís “plof”? ¿De que no sabéis por qué pero no queréis ni levantaros de la cama? Pues así me sentía yo. No me apetecía nada la mañana del día siguiente. Desayuné sola en mi habitación, mirando fotos en la página de desmotivaciones, en la sección de “añoranza”, quizás porque, a lo mejor eso es lo que sentía. ¿Cuánto hace que no llamaba a mis amigas de México? ¿Y la abuela? ¿Cuándo vendría a vernos? Dijo algo de que, antes de que fuéramos nosotros, en Navidad, vendría a vernos, y se volvería con nosotros a América. Quería verla. La abuela era una de las pocas personas femeninas de la familia: a parte de mis ocho hermanos, Anna y yo, junto con mamá éramos las mujeres de la casa. Papá tenía dos hermanos mayores, y mama uno pequeño, y solo uno de los tres estaba casado, con una francesa, desde hace tanto que ni me acuerdo. A veces nos llaman en los cumpleaños y nos mandan tarjetas de navidad, pero poco más. Se que tienen dos hijos, mellizos al parecer, y nunca los he visto. Papá ya no se habla mucho con él, nunca nos contó la razón.
Pero la abuela, oh, la abuela siempre estuvo ahí cuando mi madre o Anna no lo estaban. Siempre me traía una tableta de chocolate Nestle, sin avellanas, solo con leche. Me encanta, adoro el chocolate, y la abuela me lo trae a montones. Recuerdo que siempre me llevaba de compras a todas las tiendas que yo quisiera, y me compraba todo cuanto veía. Si, es de las mejores abuelas.
Pero esa mañana ni el pensamiento de la abuela me ayudó. Podría quedar con Manuel, aunque supongo que tendría resaca de la fiesta, y dormiría hasta muy tarde. No había mucha gente despierta en la ciudad, pues solo eran las 7:30 de la mañana de un sábado, ¿Quién se despierta a esta hora? Bueno, yo.
Tengo demasiada frustración en la cabeza, por lo que me levanto de la cama como un huracán. La noche de ayer no entra dentro de mis diez noches favoritas, pero la abuela siempre decía que una mala noche se arregla con un chocolate caliente.
Bajo las escaleras de mi habitación, y llego a la de los chicos. todas las puertas están cerradas, excepto la de Sawyer, que está entreabierta. Oigo voces dentro, y lo primero que pienso es que mi hermano ayer se trajo alguien a casa, hasta que reconozco la voz. Es de mi padre.
—…y ni una palabra a los chicos— oigo que dice. Me acerco sigilosamente a la puerta y asomo un ojo por ella. Sawyer está sentado en la cama, con los brazos sobre las piernas, y los ojos cristalinos, mi padre está en frente de él, en la silla, y le acaricia la cabeza a mi hermano. eso es lo más raro. Mi padre no es que sea un borde, pero no es de los mas cariñosos físicamente, por lo que la caricia que le está dando a Sawyer me desconcierta.
—Pero, papá, se van a acabar enterando y…— Sawyer tiene que dejar de hablar, porque se atraganta con sus lágrimas.
Sawyer está llorando. Eso nunca había pasado, no delante de mi. Si que lo vi llorar una vez, cuando tenía diez años y por poco se ahoga en el lago de la finca de la abuela, pero fueron una lágrimas, esto es nuevo. Está sollozando.
—Sawyer, por favor, es muy importante para tus hermanos que no se lo cuentes— le consoló mi padre, agarrando la cabeza de mi hermano entre sus manos, obligándole a mirarle.— Esto está siendo muy complicado para nosotros, y vamos a necesitar tu ayuda, ¿Lo comprendes?
Sawyer asintió, mientras se limpiaba las lágrimas.
—Pero, que pasará si…— empezó Sawyer, pero mi padre le cortó.
—No va a pasar nada, hijo— contestó, mientras, finalmente, le abrazaba. Jamás olvidaré las caras que pusieron, de dolor, de tristeza y de cansancio. Sentí el impulso de entrar y unirme a ellos, pero era su momento, era su secreto. —No va a pasar nada…
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Nueve bichos y medio.
Teen FictionTener ocho hermanos y solo una hermana que se ha ido hace mucho tiempo de casa, puede estar muy bien. toda la atención de tu madre está sobre ti, la hijita de 16 años, y tu padre te concederá toda la ropa que quieras. Pero las cosas malas empiezan a...