Sueños de un amor perdido

II

Lo primero que pensó al ver a aquel castaño, fue que ya lo había visto antes.
Esa manera de caminar tan confiada, ese perfil, esa mirada, su estatura ridículamente, ¿adorable?, y aquellos ojos miel, le eran familiares.
Tal vez tenía que ver con los sueños que desde hacía tiempo lo acosaban.
Sueños en los que al parecer él y el castaño eran los protagonistas.

A su mente llegó una especie de recuerdo.

Su amigo le enseñaba a bailar, al principio creyó que se trataba de una broma, pero al ver la seriedad reflejada en su rostro, se dio cuenta de que no lo era. 

-Dejemoslo para otro día.

-No, sólo sigue mis pasos y mirame a los ojos.

Reprimió una carcajada al ver que él haría el papel de la doncella en el baile solo para enseñarle.
Le debía lo que había conseguido hasta ese momento.
Su amigo, compañero y colega era la razón de su felicidad.
Pero al querer conseguir una esposa, un lugar en la sociedad, lo perdió.
Aquel castaño que era su problema y solución, había desaparecido en las frías cataratas de Reichenbach.
Lo había perdido, a la única persona a la que realmente había amado.

-John.

-¿Si?

-Hay alguien que debo presentarte.

Solo bastó una mirada para reconocer al ojimiel que estaba frente a él.
No pudo evitar mirarlo fijamente.
Al parecer él también estaba sorprendido por la mirada que le dedicaba.

¿Acaso también le recordaba?
Esperaba que así fuera, pues por extraño que sonara, el amor que le tenía seguía intacto.

Probaría su teoría invitándolo a bailar y diciéndole lo que su mente ya le había previsto.
Ahora el castaño le miraba inquisitivo.

-¿Qué acaba de decir?

-Creo que me escuchó a la perfección.

Tan inmersos estaban en su propio mundo, que no se dieron cuenta cuando acabó la melodía y seguían con otra sin dejar de mirarse a los ojos.

Finalmente se separaron para
que el castaño pudiera hablar con otros de sus socios, más de a fuerza que de ganas por parte del más alto. Aunque el último rogaba internamente porque tuvieran otro momento juntos.