Un conversador solitario en una conversación al vacío, en una lengua que llegaba a las entrañas del silencio, y lo despojaba de todas sus melodías. Plantado de pie, entre cuatro paredes desconchadas de un blanco universo vacío, miraba con ojos que llegaban al corazón de lo invisible y seducía a todas sus sombras. En un vacío blanco y rectangular, plagado de ruinas, él tocaba la nada y la yema de sus dedos tocaban todas las fibras entretejidas del multiverso. Hablaba con el viento, él le respondía, él le traía todas las luces reflejadas.
Las tardes de Otoño siempre olían a húmedo y a grises de melancolía halagadora. Ella salió de casa justo cuando una brisa pasaba por su puerta. Le abofeteó el rostro con su frío. Miró al olmo de enfrente, y se paró a observar la caída de una hoja muerta, ya caduca, suicida y ansiosa por reunirse con el cadáver de la hojarasca. La senectud del año coincidía con la senectud de su ánimo. Quería que llegara el invierno de las emociones que arañaban su cabeza, quería que murieran todas y que en sus venas hubiera sólo hielo...
Tras unos minutos llegó a la Alameda, donde los árboles aparecían desnudos con sus ropas de hojas hechas jirones en el suelo. El viento se empeñaba en que la hojarasca se levantara y lamiera el cuero de sus zapatos. No comprendía cómo no había evitado el largo paseo de La Alameda. Los recuerdos mordían su cabeza con las emociones senescentes... Entonces, de repente, supo que la había llamado una voz que no había oído. Le era familiar, otras veces le había hablado, pero no conseguía que su conciencia recordara...
Entre las cuatro paredes blancas y las persianas bajadas, el viento le hablaba de ella en la Alameda. Traía luces invisibles que le mostraban su reflejo. Le pidió que le recordara su tacto, que le diera su tacto, pero el viento no sabía de texturas.. Le pidió entonces que le llevara su mensaje, y el viento le pidió una ofrenda. Lo inerte desea la vida, su sueño perverso es devorarla. Él lo sabía, y en su mano derecha apareció un sencillo cuchillo lo suficiente afilado para hacerse el corte que necesitaba en la palma de la mano. Goteó la sangre y se diluyó en el viento. Fue el señor del Viento.
Anduvo con lentitud por aquel lugar que le recordaba tanto, donde la voz la había convocado, y la luz de un fuego que creía cenizas frías se había encendido. Averiguó que el recuerdo y la voz eran uno. Sonrió con la añoranza en sus ojos.
Entonces llegó el viento, y recogió la hojarasca, y la llevó hacia ella. Pájaros de hojas la rodearon en un remolino de amarillo y verde descolorido. Parecía un saludo, una señal. Su sonrisa se amplió y la añoranza se solidificó en gotas de lágrimas. Parte de la hojarasca acarició su pelo negro y lo cubrió como un manto mientras el resto volaba a su alrededor.
En la prisión blanca él sonrió, pues veía su sonrisa...Pero quería la primavera sobre el frío, quería la primavera para ella. Pero el Viento sabía poco de la primavera. Sin embargo, la Tierra recordaba como sonaba, por lo que cogió el cuchillo de nuevo y profundizó en el corte de la mano izquierda. Brotó la sangre hasta la yema de su dedo índice, se agachó sobre el suelo de losetas de mármol y dibujó un círculo a su alrededor. La piedra descubrió que una vez fue Tierra y habló a favor de aquel delirante. En el centro de un círculo de vida, la Tierra aceptó su obsequio , y fue señor de la Tierra.
La Primavera tenía mucha luz, más que el Otoño. Por entre la persiana se filtró un rayo de luz. Habló con el Sol y pactó. Le devolvió parte de su energía, que se apresuró a rescatarla de su aliento. Fue el Señor de la Luz.
Ella pudo ver como el viento apartaba las nubes grises, y unas luces de un sol juvenil le empezaban a acariciar su rostro y manos frías. Le recordó a la primavera, le recordó a él. la Tierra entonces le dio su fuerza a los árboles durmientes: nuevas hojas crecieron en sus ramas, nuevas flores aparecieron y le hablaron a ella. El viento abrazó el calor del Sol y ayudó a matar los colores grises. Las flores poseyeron al olor. Cientos de brisas trajeron cantos lejanos de pájaros. La hojarasca en su pelo se convirtió en flores blancas. Las emociones fueron otra vez jóvenes. Ella bailó entonces con la compañía del torbellino de hojas. Rió, él estaba cerca, él volvía a ser el señor de la Primavera. Su mente gritó su nombre. ¿Dónde estaba?. Escuchó su risa.
Él pronunció el nombre de ella, pero no se lo dijo al Viento. Era feliz, volvía al pasado, volvían al pasado, volvían juntos a la alameda. Pero la vitalidad de un mortal es finita y descubrió que el sudor empezaba a mojar su cuerpo por todas partes. Gotas de sudor recorrían su cara en dirección al suelo. Empezó a temblar. Cayó de rodillas, y su voz fue débil para gobernar al Viento, el Sol ya había recuperado toda la energía que deseaba, y la Tierra se había saciado ya con su sangre.
¿Cuánto había pasado?, ¿segundos, minutos, una hora? Las nubes volvieron a reunirse, eclipsando al sol, las flores se marchitaron, las hojas recién nacidas cayeron a la vez muertas, los árboles volvieron a dormir, la hojarasca dejó de bailar, el viento volvió a ser frío y sólo hablaba de su propio rumor... Ella estaba sola. Vio el retorno del gris y lloró sus amarguras en mitad de la alameda.
Se tumbó acurrucado dentro del círculo de vida y de sangre. Estaba cansado y tuvo sueño de repente, mucho sueño... No le dio miedo cerrar los ojos y dormirse; los ángeles no vendrían a por él.
Los ángeles odian la sangre.
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Los ángeles odian la sangre
FantasyExiliado a un universo de cuatro paredes, él nunca olvida. A pesar del transcurrir de la cotidaneidad, ella siempre recuerda.