[único]

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Los cánticos de felicidad resonaban con estruendo y júbilo contra cada vidrio y asiento de ese autobús escolar. Más allá de la ventana se vislumbraba el celaje salvaje de la carretera cercada por grandes árboles, carretera repleta de hojas verde vivo; hubiese sido un momento espléndido si la música de sus auriculares hubiese podido amortiguar el escándalo que sus compañeros de salón estaban protagonizando.

Bueno, no era para menos, iban a la playa y la mayoría ya había planificado todo el itinerario de los tres días de estadía.

Trató de concentrarse en la vasta y vegetativa decoración de la carretera frente a sus ojos, le había tocado ventana lo que fue bueno al principio, por eso de distraerse, sin embargo, a su amigo, (el mismo que lideraba la flota de los parranderos del bus) le había tocado el puesto de al lado en pasillo y era toda una algarabía. Se movía mucho, era tan inquieto. Hubiese deseado que los buses tuvieran alguna especie de cinturón pero para su desgracia, Jimin le había dado rienda suelta a su eufórica emoción.

Y quería a toda costa contagiarlo.

—¡Vamos, hyung! —vociferó Jimin, la sonrisa de niño y el resplandor de zanahoria de su pelo le deslumbró al punto ciego. Todavía se preguntaba cómo es que Jimin había logrado vencer la regla más importante de la institución, «no colores extravagantes», si cuando Taehyung se hizo las mechitas verdes ni del portón había pasado—. ¿Por qué estás tan malhumorado? ¿Acaso no te está gustando el viaje?

Min Yoongi era muy amante de los viajes de carretera, el verdusco paisaje, y música fresca en su reproductor eran algo que le inspiraba a sacar su notebook y redactar algunas líneas sueltas, letras que no salían de su cabeza y de su pequeño estudio improvisado en su habitación.

Claro que le gustaban los viajes de aquella índole, pero Hoseok estaba cantando por vez 28339393933738 esa canción en español y a Namjoon no había forma de callarle la boca, de pronto sus palabras coreanas habían dejado de ser coreanas.

Jin tenía una corona de plástico que pareció haber sacado de una tiendita de Halloween, y lanzaba besos a diestra y siniestra, Taehyung estaba muy concentrado en jugarle la broma de la pasta de dientes a su uh, algomásqueamigo, y ese algomásqueamigo, Jungkook, podía muy fácilmente dormir cómodamente en medio de un caluroso y explosivo campo de concentración militar.

El resto de la clase sólo era el exacto condimento para el desastre.

—Realmente me gustaría no tener que sucumbir a los analgésicos después de que me de dolor de cabeza por esta algarabía —dijo, su voz salió como un silencioso susurro, tanto que Jimin tuvo que acercarse para escuchar; bueno, de todas formas Jimin siempre invadía su espacio personal sea para escuchar mejor, mirarle de cerca o por simple manía.

Yoongi lo dejaba ser.

—Si te duele la cabeza, te daré de mis medicinas —alegó, sonriente. Sonrisa que acompañaba muy bien a su imagen de zanahoria—. De hecho, creo que las vas a necesitar dentro de poco.

Yoongi le miró expectante, cuando Jimin juntaba sus cejas de la forma en la que lo estaba haciendo, y escondía la prominente sonrisa para usar la más reservada, era la clara señal de peligro, cualquiera que fuese la índole.

—¿De qué estás hablando, Jimin? —inquirió, no quiso sonar demasiado brusco, de hecho, no lo hizo; era sólo su forma tan estrecha de ser. Calculador, decían.

—Bueno, puede que dentro de unos veinte o diez minutos, dependiendo de la velocidad del bus nos enfrentemos a Las Curvas de Pyeong.

Qué es eso.

Jimin debió encontrar la curiosidad en los ojos de Yoongi, porque acercándose más y hablando por encima de la bulla de los demás, le contó la aterradora circunstancia.

platonic ❀ yoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora