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Te estoy rogando, por favor no te lleves a mi hombre
Desearía estar en tu lugar, daría todo lo que tuviera para estar postrado ahí y no tú. Tu vitalidad se está perdiendo a cada día que esta inmóvil tu ahora delgado cuerpo, su suave respiración no me convence, te pido que despiertes y vuelvas a ser el mismo idiota de buen corazón que todo el pueblo te necesita.
—Vamos Karamatsu—susurro con suavidad al tomar su mano derecha e inerte entre las mías, la tomo con tanta fuerza creyendo en una ilusa esperanza de poder transmitir mi necesidad—, toda la comunión de la parroquia te extraña.
Me distraigo viendo sus pequeñas cicatrices en aquella mano: sus largos dedos, su textura y finura. En un momento de debilidad, me encojo con lentitud para besarla; tan fría y frígida. Me arrodillo a un costado de su lecho aun tomando su mano, el largo de mi hábito hace que mis rodillas no duelan tanto.
—Yo te extraño—murmuro lo más bajo posible con un sentimiento de culpa deseando que el señor de los cielos no escuche mis palabras y se enterara de mi pecaminoso secreto.
Siento nuevamente un nudo en mi garganta sin poder evitarlo, mis ojos arden al empezar a sollozar en silencio pero cierro mis ojos para comenzar con mi doceava oración del día juntando su mano a mi frente. Desde que llegué a servirle a nuestro señor, nunca había orado tanto.
Los curanderos no encuentran alguna solución a lo que está pasando, he viajado solitariamente a cada pueblo vecino por alguna cura pero nadie tiene el conocimiento para saber la causa de esto. Solamente hace cinco semanas se desvaneció en pleno culto de la tarde, su nariz y boca sangraban en abundancia, las personas se amontonaban para ver al sacerdote tratando de ayudar sin algún éxito pero antes de caer en completa inconciencia pronunciaste una palabra: pecado.
Un quejido extraño de su boca hace interrumpir mi oración, mi corazón se acelera con ferocidad al escucharlo.
—¿Karamatsu? —susurro con voz temerosa colocando su mano en mi pecho.
—Amon—pronuncia de pronto con dificultad, de pronto su respirar comienza a acelerarse extrañamente, sus ojos aun cerrados se mueven con desesperación—Asmodeo.
Tan pronto como comenzó a decir aquellos nombres deja de moverse comenzando a respirar con normalidad. Aquellos nombres me paralizan sosteniendo su mano con fuerza, ¿por qué los nombró? Un miedo me corroe en cada fibra de mi cuerpo pero sólo puedo orar, comienzo a orar con firmeza aunque mi corazón late temerosamente, ¿por qué habrá nombrado a esos demonios?
