No hace mucho, no muy lejano de aquí, en Paris; vivía una puertorriqueña canelita. Esta señorita de cintura de alfiler, caderas bien echas, pelo muerto de color café... Miraba todas las mañanas de seis a ocho y todas las noches de once a doce hacia los pies del edificio y hacia la Torre Ifel. Le gustaba contemplar a los amantes enamorados que cumplían sus sueños de amor, sus propuestas tan románticas y las promesas cerradas en candados. Esta soñadora señorita de tan solo 20 años de edad se llamaba Gabriela.
Gabriela no salía nunca del cuarto del hotel en el que se hospeda. Lleva diez años sentada al viejo vidrio de la ventana. Sus únicos amigos lo eran un cachorro, un peluche más viejo que Albert Einstein y una señora encorvada. Le encantaba la literatura y su escritor favorito lo era el británico William Shakespeare. Desde muy pequeña amaba con gran pasión las composiciones de Shakespeare, pero la que conmovía su corazón y estremece cada partícula de su cuerpo es la composición de Romeo y Julieta, la cual leía todos los días. Gabriela al leer esta composición solo imaginaba su gran amor. Ese al que amaría hasta la muerte y si fuese necesario después de la misma muerte. Pero solo era eso... su imaginación soñando con amor. Amor de novela, amor de Romeo y Julieta.
Pasaron cinco meses y Gabriela seguía en su rutina. Rutina, porque ya no era admiración. Rutina, porque ya no había emoción. Rutina, una simple y aburrida rutina. Ella vio todo igual, nada distinto, nada diferente o al menos eso pensó. Tiró a un lado su libro y apago la luz que por tantos años apreció. Todo era aburrido, nada tenía sentido, nada tenía color, todo era sombrío y frío, tan frío que cortaba su piel.
Resulta que en una cafetería al lado del hotel se encontraba un artista, un gran pintor. Que se pasaba todo el día y la noche en la cafetería. Apreciaba el ambiente que lo rodeaba y en cuanto encontraba la belleza absoluta para él, la plasmaba en un papel. Estuvo en esa cafetería desde que tenía diez años. Siempre le llamo la atención una niña que estaba sentada frente a una ventana observando todo el mundo exterior. Ya a sus 20 años sus obras de naturaleza pasaron a ser el retrato de una bella mujer que mostraba soledad, tristeza, deseo por cosas nuevas, pasión y otras cosas más. Todo lo bueno y prohibido se reflejaba en ella. Esta mujer irradiaba luz y oscuridad, paz y tempestad. ¡Ella!, la chica que cualquier hombre, niño, pintor, escultor desearía tener en su vida. Pero se dio el caso en el que este gran pintor fue por varias ocasiones a la cafetería con dudas, preocupación, confusión... pues su musa, la diosa de su corazón e inspiración nunca más volvio. Fue como si se hubiera espumado, como si algo le hubiera pasado. Dejó las cosas así por un tiempo con la esperanza de volverla a ver...
Ya iba mes y medio... y la chica nunca volvio al viejo vidrio de la ventana. El pintor no pintaba más, pues su inspiración desapareció. Pero junto con ella el alma de él se llevo. Su corazón estaba en inmensa agonía que no aguantó y fue en busca de su inspiración. Lo único que al llegar a su destino... Se encontraba frente a la puerta y su musa del otro lado... Era tan solo un toque, el cual llevaba con si un mar de emociones. Gabriela se encontraba en su cama hablando con la soledad. Pidiéndole que la volviese al pasado cuándo todo tenía un sentido, todo era lindo. Pero la soledad ni un si, ni un no le contesto; solo se mantuvo en silencio en la inmensa oscuridad mientras Gabriela le pedía que la volviese atrás. Gabriela deseaba que algo nuevo pasaré, algo que a su puerta llamaré. En ese precisó momento, a su puerta tocó la esperanza, la gran aventura.
Una señora encorvada abrió la puerta, tenía cerca de unos 80 años. En eso un apuesto hombre de ojos color cielo, cabello rubio, sonrisa radiante, piel como la nieve, y sobre todo y menos importante ¡alto!... apareció frente la puerta. "Buenos días, vengo en busca de la bella mujer que al viejo vidrio de la ventana solía estar sentada. Aquella que inspiró, inspira e inspirará cada uno de mis obras de arte. La muchacha que tiene una belleza sin igual, la causante de mi delirio. Gabriela al escuchar todo esto se sentó a los pies de la cama confundida, pero solo quería saber quien era el hombre que hablaba así de una mujer. Al hombre verla entra y camina hacia ella y se queda mirándola fijamente a los ojos cafés.

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Vivir en el mismo recuerdo
RomantikCuando un accidente provoca que pierdas tu memoria y tan solo recuerdes algunos momentos que fueron inolvidables... Gabriela, una muchacha puertorriqueña que vive en Paris y desde sus diez años no sale al mundo exterior, se encuentra con una puerta...