El joven Prim se encontraba absorto con la mirada perdida en la lejana masa de edificios de irregular altura y tejados picudos que esperaba en el otro extremo del puente. Estaba lejos pero pronto estaría allí, solo tenía que cruzar el amplio río que dividía la ciudad de Tiróciva.
Habían pasado varias horas desde que la luz había cedido a la oscuridad. Calculó que la medianoche quedaba atrás, a esa hora los carros empujados por caballos tenían prohibido su tránsito para evitar molestar el sueño con el resonar de los cascos y los chirridos de las ruedas de madera mal engrasadas. Prim no notaba ningún ruido, las calles estaban vacías en su totalidad. Solo le acompañaba la débil brisa y la luz de las lámparas de gas.Recorrió con la mirada la calzada del puente, estaba a un mero paso de empezar a cruzar el único camino que llevaba al Barrio de los Avances. El momento le resultaba grande, recordaba que pocas personas se atrevían a visitar dicha zona de la ciudad.Prim nunca había abandonado las calles del Barrio Ordinario, la así llamada zona residencial, comercial e industrial de la ciudad. Cierto era que los habitantes de Tiróciva no frecuentaban salir de sus dominios, siempre había existido una cultura de miedo o rechazo hacia lo exterior, quizá fomentado por la localización del lugar, rodeado de bosques y llanuras y alejado de pueblos y espacios urbanos. Pero también tenían esa aprensión con una parte de la ciudad. Lo poco que sabían del misterioso Barrio de los Avances estaba construido a través de viejas historias arrastradas desde tiempos lejanos y conjeturas elaboradas en las tabernas.Seguramente lo único verdadero fuese que dicha zona estaba dedicada al saber. Hogar de médicos y alquimistas, pocos eran aquellos habitantes del Barrio Ordinario, ignorantes de dichas prácticas, que se aventuraban en sus calles y menos eran los que volvían para después no querer mencionar ningún detalle sobre dichos dominios poniendo excusas tan vagas como decir que se les había olvidado todo. Había poca información y siempre se discutía si la existente era verdad o rumores inventados y alimentados por los doctores para asustar a la plebe y evitar que se adentrasen en sus calles, un barrio tranquilo centrado en las prácticas más científicas donde los eruditos podían dar rienda suelta a sus conocimientos y ansias de descubrir todos los secretos y posibilidades del cuerpo humano, animal y vegetal así como las sustancias de la realidad, teniendo el permiso completo del alcalde en realizar todo lo necesario para continuar con sus investigaciones, de ahí el miedo principal de que un visitante pudiera convertirse en objetivo, por no decir víctima, de los experimentos, y uno de los posibles motivos del no retorno de muchas personas ajenas a dicho distrito.El puente incurría respeto con su amplia calzada, su extenso recorrido y los altos pretiles que ocultaban el cauce del río. Prim abandonó el hechizo que provocaba una prolongada mirada perdida al notar la presencia de una oscuridad absoluta situada en medio del puente. Todo el paso estaba débilmente iluminado por la luz que llegaba de ambos lados de la ciudad pero, debido a la ausencia de farolillos en su recorrido y el cielo vacío de luna y estrellas, existía un pequeño tramo en su mitad con la peculiaridad de que no llegaba ningún haz de luz. Prim siempre había tenido miedo a la oscuridad y con el paso de los años no lo había superado, se preguntó qué podía esconderse en la penumbra ya que no recordaba ninguna historia popular que hablase sobre ello.Decidió encaminarse hacia su destino y respiró hondo, preparándose para cumplir su misión. Dio un paso, luego otro y así sucesivamente empezando a recorrer el temido puente. Su maestro bien podía haberle mandado en un momento que el sol iluminase el cielo y no dejase tramos ocultos pero primaba la inmediatez. Por orden suya debía entregar un paquete al doctor de la quinta casa del Barrio de los Avances en esa misma noche, con urgencia. Prim no comprendía lo que podía contener la pequeña caja de cartón forrada con papel de periódico que tenía entre sus manos ni la extremadamente necesaria inmediatez de la entrega ya que su maestro se encargaba únicamente de tapizar muebles.Prim empezó a acercarse a la parte oscura pero no se detuvo, siguió caminando. Anduvo más deprisa para estar poco tiempo bañado por la absoluta oscuridad y, unos segundos después, empezó a ser iluminado por la luz de los farolillos del Barrio de los Avances. Para su alivio, alcanzó el final sin ningún contratiempo. Empezó a cuestionar si lo había sobredimensionado demasiado. Con todas las historias que había escuchado nunca podía saber lo que era verdad y mentira, la prudencia no le haría ningún daño. Resopló tranquilo y giró la vista para ver la otra parte de la ciudad en una perspectiva que nunca había experimentado.Volvió su mirada al frente y notó que la arquitectura del Barrio de los Avances era bastante parecida, casi idéntica. Antiguamente los dos barrios no existían, siendo común en toda la urbe las labores usuales de la clase trabajadora. Con el florecimiento del interés por el progreso que llegó con las noticias de avances en otros puntos del país, el alcalde de la época mandó dedicar una parte de la ciudad a las bondades y novedades de las nuevas ciencias siendo la línea delimitante el río que cruzaba la ciudad. Debido a dicha anécdota, ambas divisiones compartían edificios altos de piedra beis y grisácea de techos puntiagudos adornados con arcos exteriores, vidrieras y demás ornamentación generosa, entradas de puertas enormes de gruesa madera y columnas bigardas estando algunas de ellas tumbadas formando inusuales bóvedas en ciertas calles. Recordando una frase de un antiguo poeta de la región, Tiróciva era una masa achatada de piedra fundida que poco a poco iba levantándose y tomando forma de ciudad, sin embargo aún no estaba en su proceso final y ese momento se veía aún lejano.La ausencia de personas y sonidos hacía ver que el Barrio de los Avances era ya una parte distinta pese a la similitud arquitectónica. Aun siendo de noche, el Barrio Ordinario siempre evitaba el silencio con ronquidos procedentes del interior de las casas, sonidos de la fauna urbana y pisadas de borrachos tanteando su regreso al hogar entre continuos vaivenes pero Prim no oía nada en ese momento, ni siquiera un tímido silbido provocado por el viento. Tras un tiempo parado se percató de que estaba en ese lugar por una razón y volvió a retomar el paso, aunque prudente y con cierto nerviosismo.Los adoquines redondeados e irregulares que formaban las calles asfaltadas aumentaban su inquietud. En cualquier segundo podían provocar un resbalamiento dificultando una posible huida en caso de encontrarse con algún peligro. Algunos estaban sueltos, viéndose en algunos tramos boquetes debido a la ausencia de varios adoquines. Se preguntó si ese era el motivo principal del escaso porcentaje de regreso de las visitas, el desnucamiento a causa de caídas por el mal asfaltado de las calles.Las casas no tenían indicación alguna, en sus entradas no había ningún azulejo o pintada que indicara su numeración. Un instante después de recorrer con la mirada todas las puertas de la calle notó que una de ellas estaba entornada y se encaminó hacia ella, con suerte podía encontrarse con alguien que le indicase el paradero de la quinta casa.Su interior estaba en penumbra pero notó un constante y plural zumbido además de un aroma dulzón y empalagoso. Prim apoyó la mano en la puerta, estaba pringosa la superficie pero empezó a empujar y abrir la entrada. Su cuerpo fue gobernado por temblores al ver como estaba todo oscuro. No se detuvo, recordó lo que guardaban sus bolsillos. Guardó el paquete en sus bolsillos para tener libre las dos manos. Dentro de la tela sus dedos chocaron con un encendedor, se le había olvidado que lo llevaba consigo. Lo sacó para iluminar la estancia. La boca abierta de un oso le dio la bienvenida tras reflejar sus dientes parte de la luz y deslumbrar por un instante a Prim. Tras el susto inicial se acercó curioso al ver como la insólita figura apenas se movía. El animal se encontraba inerte, colgado bocabajo cerca de la entrada del edificio a través de un gancho fijado en el techo que atravesaba una de sus piernas. Todo su pelaje estaba cubierto de miel y en algunas partes de su cuerpo se dejaba ver que en su interior escondía una colmena. El incesante trabajo de las abejas había reventando los músculos y la piel del enorme mamífero debido al constante aumento de tamaño de la colonia de los insectos.Prim olvidó el motivo de su visita y comenzó a curiosear buscando una respuesta a lo recién visto. El oso se encontraba en la entrada que daba paso a un enorme vestíbulo, o eso parecía al no poder alumbrarse en su totalidad con la luz que emitía el encendedor. Se repetía un patrón por toda la superficie, hileras irregulares de recipientes cilíndricos y metálicos de un metro de altura cuya ausencia de tapa dejaba ver un interior lleno de miel espumosa. Apenas había muebles salvo un sofá y dos sillones tumbados bocabajo y cubiertos de la sustancia producida por los insectos como la mayor parte de la vivienda. La moqueta del suelo estaba impregnada y en ella reposaban algunas abejas muertas, daba la sensación de caminar en un fango cubierto de hojas de árbol secas y crujientes. Las paredes también estaban mojadas por el líquido dorado salvo algunos huecos carentes de empapelado, parecía que había sido desgarrado en un ataque de furia. En uno de los laterales de la casa, unas escaleras llevaban a un piso superior iluminado y otras a un piso inferior que conducían a una oscuridad que la luz no lograba disipar. A Prim le llegó una sensación de agobio y temor por lo que decidió volver a la calle lo más rápido posible. Si alguien estaba en esa casa no deseaba llegar a conocerle.Afuera se encontraba una persona en el otro lado de la acera, de espaldas y agachado mirando con atención el punto que unía la pared del edificio con el suelo. Decidió que era su oportunidad para averiguar llegar a su destino.— Perdone — fue lo primero que se le ocurrió decir.El hombre giró la cabeza, sorprendido al no reconocer la voz. Irguió su figura y examinó al joven en silencio hasta que comenzó a acercarse. Prim se mantuvo cauto ante el andar parsimonioso del hombre, alto y delgado, con cierta elegancia sucia que le otorgaba una raída gabardina de cuero negro. Tenía el pelo resguardado con un bonete dos tallas por encima de la estimada por el tamaño de su cabeza aunque sus cejas canosas denotaban que su color no sería muy distinto.— Sí — le espetó el desconocido una vez que se encontró a dos palmos. Durante el proceso labial salpicó con saliva la nariz de Prim. Tenía una tez sin arrugas y unas pequeñas marcas de quemaduras cual pecas brotadas por el fuego.— Perdone — volvió a repetir —. ¿Conoce dónde está la casa número cinco?— Usted no es de aquí — dijo rápidamente. Su mirada cruzaba una y otra vez el cuerpo de Prim. Este pensó que quería ganar tiempo en el análisis visual que le estaba realizando.— No, vengo del Barrio Ordinario. Verá, mi maestro me ha pedido enviarle al...— Usted no es de aquí.— Sí, lo sé. Por eso no sé dónde está la casa número cinco.— No existe ninguna casa con número cinco. En estos lares no numeramos las casas ni nada por el estilo. Quizá se haya equivocado su maestro o usted al procesar tan ardua petición.Prim arqueó la ceja y se mordió el labio interior, su cuerpo estaba procesando una mezcla de confusión y resentimiento. Por un momento dudó si estaba burlándose de él o era una persona demasiado histriónica.El breve diálogo que habían tenido le había puesto de los nervios. Le entraron más dudas, empezó a cuestionar todo lo relacionado con el envío del paquete. Estaba la posibilidad de que su maestro le hubiese indicado mal o a lo mejor fue él quien se había confundido con la información. Influenciándose con los viejos rumores sopesó si todo era fruto de un contrato que habían acordado su maestro y un habitante del Barrio de los Avances para tener un nuevo sujeto humano para sus experimentos.— En todo caso — saltó el misterioso hombre —, puede ser posible que no exista una casa número cinco pero sí tenemos en este barrio una quinta casa.Prim se quedó callado, sin saber qué contestar. Durante un breve periodo de tiempo ambos se quedaron de pie mirándose en silencio reteniendo la mirada.— Los domicilios no están numerados pero sí ordenados — aclaró el hombre —. Seguimos el orden natural de las cosas. Pocas veces hay conflicto en la ordenación como puede ver en esta calle. Puede comprobar que solo hay una perturbación: ese edificio se construyó antes que aquel pero ese mismo se inauguró antes que el primero mencionado — señaló con una mano dos edificios, sin alterar su fijación permanente en Prim.— Entonces, ¿me podría indicar dónde está la quinta casa y algunas indicaciones para saber cómo ir?— No y sí. No al no ser ningún guía, ¿acaso existe algo parecido en nuestro barrio? Pero sí al sí pasar por dicha casa según la trayectoria que me he dispuesto a realizar esta noche. En caso de que quiera seguirme, llegará a su destino.Y comenzó a andar por la calle que se adentraba al interior del Barrio de los Avances, alejándose de un Prim perplejo sin saber lo que había pasado en dos minutos muy intensos.Prim decidió seguirle y dio unas zancadas hasta ponerse a su lado. Notó que en una mano sujetaba una enorme jeringa y en su espalda reposaba una aljaba provista de largas y gruesas probetas. Prefirió no preguntar su función aunque tenía mucha curiosidad.Cruzaron varias calles a un paso rápido que marcaba el desconocido. Seguía una trayectoria recta cual carril imaginario. Los cambios de dirección en los cruces los realizaba dibujando con sus pasos un ángulo perfecto de noventa grados. Giro a la izquierda, derecha, derecha, izquierda, noreste, derecha, atrás y otra vez derecha. Los edificios parecían siempre los mismos, fachadas monótonas con puertas cerradas y ventanas tapiadas. Prim ya no sabía como volver al puente y empezó a alterarse al desconocer donde le llevaba. Quiso saber más de él y decidió empezar a resolver el misterio.— Me llamo Prim, ¿usted es...?El desconocido bajó la mirada y le devolvió un gesto de desprecio volviendo su vista al frente.— Veo innecesario proporcionárselo, a fin de cuentas apenas llegamos a tener una relación interpersonal de conocidos siendo normal debido al tiempo que hemos compartido juntos añadiendo que, a los dos días siendo generoso, su nombre me resultará tan útil como una piedra pequeña y puntiaguda metida en mi calcetín.— Tendré que referirme a usted con algún nombre.— No creo que compartamos mucha conversación. Es más, ya me estoy arrepintiendo de mencionar que podía acompañarme en mi ruta. Como siempre, intento ser amable y al final me arrepiento — el desconocido resopló y cerró los ojos —. De todos modos, pensándolo bien, es bueno romper la monotonía de la vida diaria. Sí. Sí. Puedo soportarlo. Me hará bien — volvió a mirar a Prim —. Si así lo desea, llámeme de usted, o Usted. También Doctor al ser cierto. Como guste.Dicho esto, el doctor fijó su mirada en una casa y, por primera vez, cambió su trayectoria lineal. Se situó frente a la puerta y dio tres pasos a la izquierda. Se agachó y observó con curiosidad el punto que unía la pared del edificio con el suelo.— ¿Es su casa? —Prim se percató de que había molestado al doctor en algo importante al ver como agachó la cabeza en un gesto de frustración.— No —bufó.— ¿No es un poco raro observar con tanto detalle una casa que no es la suya?— ¿Qué hacía usted entrando en propiedad ajena? — preguntó el doctor refiriéndose al momento en que se habían conocido.— La puerta estaba abierta.El doctor seguía observando la parte baja del edificio, dando la espalda a Prim. Se mantuvo en silencio tocando con los dedos la última hilera de piedras de la fachada.— Sigue siendo propiedad ajena.— Esperaba encontrar alguien allí para preguntar sobre el paradero de la quinta casa.— No hubiese encontrado nada. Es una casa pero no un hogar, su propietario lo usa de almacén como forma extraordinaria.— ¿Y qué era lo que guardaba allí?El doctor giró su cabeza y miró a Prim.— Una mente curiosa mas lo curioso peca con frecuencia de ser entrometido, como ha sido al interrumpirme.Prim captó la indirecta y no continuó la conversación. Le parecía que el doctor era una persona muy íntima y cortante pero comprendió que tal vez sus preguntas eran inoportunas y molestas al estar complicando el trabajo ajeno. No era novedad al ocurrirle también con su maestro.El doctor se levantó y dobló su espalda hacia atrás crujiéndole la columna durante el proceso. Miró a Prim con indiferencia y, acto seguido, desabotonó parte de su gabardina dejando ver que debajo llevaba tres camisas harapientas, cada una de un color distinto. Beis, gris, blanca. Hurgó detrás de la pechera y sacó de su interior una espiral esférica que tenía rodeado al cuello sujeto con una cuerda raída de esparto. El doctor agitó el colgante y volvió a guardarlo, por el ruido parecía que en su interior guardaba varias piezas diminutas de metal. Al instante empezaron a sonar unos sonidos extraños que venían del final de la calle. Una figura alargada avanzaba con paso lánguido y pausado, acercándose poco a poco. Prim miró con los ojos desorbitados al doctor esperando un tipo de respuesta tranquilizadora, la ausencia de reacción no le bastaba para confirmar que era un ser inofensivo para él. No sabía si el doctor ya se había hartado de su presencia y quería eliminarle pero no se le ocurrió huir, solo podía mirar a la extraña criatura.Tenía forma humana femenina pero solo compartía parte de ese recuerdo. Sus extremidades eran el doble de largas, el torso también cual persona estirada de forma grotesca como si hubiese sido víctima de un potro de tortura. Su piel era albina y estaba enteramente cubierta por un velo blanco transparente, en algunas partes la tela estaba agrietada y sucia. Apenas se le podía ver las facciones de una cabeza ovalada carente de pelo, una cara caricaturizada con un maquillaje grumoso y negro que remarcaban unos enormes ojos inundados de oscuridad y exageraba una amplia y eterna sonrisa. La criatura apenas podía mantenerse erguida por la longitud de su tronco y se ayudaba por un enorme y grueso bastón de piedra que apoyaba al caminar. En su extremo sobresalía la punta de un puñal de doble filo.El ser paró a pocos metros y emitió los mismos sonidos que denotaron su llegada. A Prim le recordaban gritos ahogados de dolor y desesperación producidos por una voz muy aguda. Volvió su mirada al doctor y se percató de que no estaba de pie, había vuelto a agacharse y mirar minuciosamente los bajos del edificio. Tanteaba con una mano los bloques de piedra más pequeños que se encontraban en la base hasta que se paró en uno de ellos y lo sacó con facilidad. Detrás se escondía una masa grumosa de color rosado. Cogió una probeta de su aljaba y la insertó en la jeringa. Hundió la aguja en la masa y la probeta empezó a llenarse de un jugo celeste. Cuando rebosó se la ofreció a la criatura, que abrió su bastón cual paraguas fosilizado dejando ver una estructura de varillas que sujetaban varias probetas llenas del mismo jugo. Cogió el vidrio y lo colocó en el interior, cerrando el mecanismo.— Era la última muestra — dijo quitándose la aljaba de la espalda y ofreciéndosela junto a la jeringa —. Llévalas al laboratorio.La criatura asintió, recogió las dádivas de su amo y volvió a encaminarse hacia el final de la calle, desapareciendo con la misma pausada prisa de su llegada. El doctor miró con curiosidad a un Prim petrificado y comenzó a caminar en la misma dirección donde se dirigía la criatura.— Apúrese — el doctor se giró para dirigirse a su joven acompañante que seguía anclado en el mismo lugar —, si quiere llegar a la quinta casa.Prim reaccionó y siguió al doctor. En esta ocasión prefirió no ponerse a su lado ni preguntarle nada pese a que tenía una cantidad abrumadora de cuestiones. Lo primero que le gustaría saber era la naturaleza de esa criatura con apariencia de ser humano pero temía cual iba a ser la respuesta por lo que prefería no escuchar nada relacionado con ello en el caso de que el doctor contestase la pregunta.Cruzaron por varias calles acompañados solo por el sonido de sus pisadas. A veces un pequeño azulejo de mármol blanco aparecía en el marco de una puerta, rompiendo la monotonía del trayecto. Prim se fijaba en el número dibujado en ellas con pintura azulada por si en algún momento pasaban al lado de la quinta casa. De este modo comprobó que la decimoquinta casa estaba en la décima calle que habían recorrido después del encuentro con la criatura, que la cuarta casa se encontraba en la vigésimo novena calle y así hasta que a partir de la tercera casa se olvidó del número de calles que habían dejado atrás.La última calzada dio a una plaza circular que presidía una fuente con la forma de un ángel apoyado en sus alas mas era uno de los edificios que formaba el espacio lo que destacaba por la apertura de sus puertas, algo insólito en todo el trayecto que Prim había experimentado pero había algo más raro aún: una persona, un ser humano cualquiera con sus medidas correctas y bien vestido, sin esperpentos, que custodiaba la entrada inmóvil con una postura erguida.— Buenas noches, ¿ya ha comenzado? Olvidé mi reloj en mi despacho y la ausencia de luna me impide calcular el tiempo con la posición de las sombras — exclamó el doctor tras acercarse.— Faltan pocos minutos para su inicio — contestó impasible el guarda de la entrada con una voz áspera sin cambio tonal.Al doctor le bastó la respuesta y entró por la puerta. Prim le siguió con presteza para evitar que el guarda no le dejase entrar pero este apenas le prestó atención: tras atender al doctor continuó mirando al frente, ni siquiera le siguió por el rabillo del ojo.El edificio daba la bienvenida con un vestíbulo rectangular que se extendía a los lados. Las paredes estaban adornadas con cuadros cuya pintura estaba enmohecida contrastando con los marcos que presentaban un aspecto impoluto. Del techo colgaba una serie de candelabros con el fuego de las velas apuntando al suelo. Prim apenas pudo curiosear lo suficiente ya que el doctor entró directamente por la puerta que se situaba frente a la entrada, a pocos pasos de distancia.La siguiente sala parecía la principal del edifico. Formaba una enorme bóveda circular. Prim se dio cuenta que antaño realizaba las funciones de un teatro. Delatores eran las hileras de butacas de terciopelo azulado, el espacio escénico elevado unos metros por encima de los asientos y los palcos que sobresalían de las paredes. El público era escaso, apenas había veinte personas y todos eran hombres vestidos con la misma o similar apariencia que el doctor. Cada uno se había sentado para estar lo más alejado posible de las demás personas.El doctor avanzó hasta sentarse en medio de la última fila, vacía. Prim dudó si romper el equilibrio antes presenciado pero decidió sentarse a su lado.En el escenario descansaba una mujer apoyada en un atril, continuamente observada por los silenciosos presentes de la sala. Llevaba un pelo enmarañado carente de frescura y color que vibraba con cada respiración, unos hinchados ojos cerrados indicaban que estaba durmiendo. Prim se atrevió a preguntar al doctor sobre la naturaleza de la reunión y la mujer comenzó a hablar, impidiendo resolver su duda.— Buen novilunio temprano — revisó rápidamente la estancia—, gracias a todos por venir. En la anterior exposición no vimos muchos avances salvo los expuestos por el doctor Abacina, que nos deleitó con su progreso en la percepción ocular de la temperatura.— Perdón mi intromisión — se levantó uno de los sentados en las primeras filas — pero debo añadir que, lamentablemente, los sujetos experimentados siguen viendo solamente fuego, los demás valores del espectro térmico siguen sin ser captados. Solo quería agradecer la mención.—Sí, sí — la mujer realizó un insistente gesto con la mano para que volviese a sentarse —, como bien mencionó el pasado mes. Mas el tiempo ha pasado y la información aquí compartida es relacionada con el trabajo avanzado. Esperemos que en esta ocasión podamos escuchar novedades y aplicaciones prácticas. Como siempre se ha realizado, adelante quien quiera situarse detrás del atril.Dicho esto la mujer bajó del espacio escénico y dejó caerse en una de las butacas de la primera fila, vuelta a su descanso. El doctor comprobó que los botones de su gabardina realizaban su función y abandonó su asiento para dirigirse al escenario.— Saludos a todos — inició su exposición tras apoyar el peso de su cuerpo en el atril a través de sus manos, en una pose tensa —. Como es evidencia en todos los presentes, soy el doctor Damna de la vigesimocuarta casa y como es bien sabido estoy investigando la salida del Gran Atractor desde que se halló la singularidad y se creó el criadero para recolectar el material que expulsaba. Gracias a la mezcla condensada que adquiero estoy recopilando mucha información, demasiada si se me permite mi opinión. Estoy planteándome la adopción de aprendices para ayudarme en la identificación y clasificación del alto número de datos ya que la cantidad está volviéndose insostenible. Mi antigua sala de invitados es ahora un almacén de pilas de archivadores y papeles, y la mayor parte de información resulta incomprensible aunque tengo esperanzas en resolver varias incógnitas en las próximas semanas.— Doctor, si me permite — se puso en pie uno de los presentes en la octava fila, continuó sin esperar respuesta —. ¿Cómo lleva sus investigaciones sobre la quintaesencia? Según su última exposición era uno de los hallazgos que encontraba más cercano.— Aún es temprano para opinar sobre ello. Hace unos instantes he extraído unas muestras del criadero, cuando realice las pruebas pertinentes podré elaborar una respuesta satisfactoria. No ha habido mucho avance al respecto. De momento sería hablar sin fundamento siendo lo expuesto erróneo al cabo de una semana, mejor no precipitarse. La peculiaridad principal de la mezcla que recibimos es que en ella encontramos el todo. Debido a esto fue pura casualidad el encontrar quintaesencia en ella pudiendo haber sido confundida con otras sustancias, que ha sido así en varias ocasiones, siendo algunas conocidas y otras desconocidas e incomprensibles. Muchas veces los análisis no dan resultado y otras veces los datos recolectados son tantos que no puedo administrarlos todos, de ahí mis planes para que otras personas puedan ayudarme en las investigaciones.— Del mismo modo que se obtiene el todo — interrumpió otro de los presentes, tercera fila. En este caso no se molestó en levantarse para hablar —, también obtendrá parte de nada. ¿No sería más sencillo conocer el todo a través de la investigación de la nada dada la naturaleza negativa de ambos términos?— Es una solución idílica pero todo lo contrario en la actualidad ya que no podemos distinguir la nada del vacío aunque sabemos que son dos conceptos distintos. Además, resulta muy complicado extraer óptimamente nada y vacío; solo comparten el ejercicio arduo, el tiempo y la fuerza invertida para conseguir un pequeño volumen. Sí es cierto que tengo algunas ideas para intentar diferenciar ambos conceptos y lograr centrar la extracción de la nada pero prefiero no explayarme en este punto ya que primero quiero probar si es posible su realización y después si es satisfactorio su resultado.Las exposiciones parecían una prueba de supervivencia en vez de una oportunidad para compartir y debatir sobre el trabajo realizado. Quien subía al escenario era juzgado por todos los doctores, ávidos de conocer y poner en duda todo lo posible en el tiempo que duraba la exposición. El doctor se mostraba tenso pero continuó hablando y respondiendo preguntas, cada vez más exigentes y enrevesadas. El público cuestionaba, el doctor daba su aportación en tono taxativo y el público transigía para callar y no hablar nunca más. Así era la dinámica habitual, nadie realizaba dos preguntas seguidas. Llegó un momento que Prim no entendía nada si acaso había comprendido algunas de las primeras palabras de la exposición.Prim observó que algunos doctores llevaban enormes cuadernos o pequeñas libretas donde anotaban sus impresiones. Se preguntó qué pasaría con los doctores que fallaban o decepcionaban con los resultados de sus investigaciones, si eran relegados, convertidos en ayudantes o catalogados como muestras para experimentos ya que el objetivo de las exposiciones parecía comprobar si una persona era válida para una investigación. Otra cuestión era si los doctores elegían sus proyectos o eran asignados según sus cualidades o por mero sorteo. El Barrio de los Avances era una caja negra para el Barrio Ordinario. Pedía suministros al alcalde y, de vez en cuando, salía algún avance pero nunca se sabía lo que sucedía dentro de sus dominios.— Por tanto, y ya como punto final si nadie más tiene la necesidad de compartir sus preguntas, me gustaría solicitar una cantidad mínimamente generosa en recursos humanos. Quizá con cinco ayudantes podré solventar mejor los problemas descritos — realizó una pequeña pausa para tomar aire. Estaba sudando levemente —. Gracias a esta investigación podremos desarrollar la etimología de la realidad. Sin embargo, según mi experiencia, creo necesario la asignación de más personas para ayudarme ya que temo que conmigo solo el progreso será más lento. Nada más que añadir.El doctor bajó los tres escalones que daban acceso al escenario y volvió hacia la última fila. Se recostó en el asiento y soltó un suspiro eterno pero débil, casi inapreciable. Prim se preguntó si sus respuestas habían convencido al público. Tras finalizar su momento de relajación, el doctor se desabotonó la gabardina y de un bolsillo interior sacó una pieza de cuero enrollado. Tras abrirlo con delicadeza dejó ver que guardaba una pluma estilográfica y varios papeles con garabatos ininteligibles. Eligió una hoja que estaba en blanco y alzó la cabeza para escuchar al siguiente doctor que se colocó detrás del atril.— Espero que estén pasando un buen novilunio. Mi nombre es Norvégico y mis experimentos tienen lugar en la novena casa. Es la primera vez que expongo mi trabajo ante ustedes, esperemos que no decepcione. Como saben, hace unos meses se cortó al acceso a la antigua área comercial por fines científicos. Bien, he aquí el motivo. He provisto de suciedad dicha zona para ver como interacciona con el entorno. Montículos de excrementos, charcos de sangre coagulada y suelos untados de demás desechos, no enumeraré la naturaleza de la totalidad aunque puedo compartirlo si alguno de ustedes quiere llegar a conocerlo. Algunos tramos fueron provistos con suciedad grasienta y otros de suciedad reseca, aunque de momento no hay diferencia a remarcar en los efectos que conllevan los dos tipos. El proceso de recolección fue apasionante mas no estamos para hablar de lado recreativo de nuestras investigaciones — durante un breve periodo de tiempo cogió aire y humedeció sus labios con la lengua —. Cinco semanas después del inicio de la fase de experimentación, las ratas han sufrido un cambio apasionante en su naturaleza. Apareció un grupo de cinco ratas cuyas colas estaban entrecruzadas entre sí produciendo unos nudos casi imposibles de deshacer. Mi teoría es que este fenómeno se produjo en un espacio de pequeñas dimensiones ya que no encuentro otro motivo para que se produjera el entrecruzamiento. La causa principal de la fuerte adhesión es la suciedad que quedó impregnada en los rabos de las ratas convirtiéndose en un gran pegamento favoreciendo primero la adhesión y después aumentando la fortaleza de los nudos. Tras observar con minuciosidad el fenómeno en mi laboratorio decidí llevarlo de vuelta a las calles para seguir analizando su evolución. Una semana después el número ascendió siendo dieciséis el total de ratas que estaban unidas. El cúmulo de suciedad aumentó su tamaño y ya no impregnaba sus colas sino que había llevado a formar una estructura sólida cuyo volumen es similar a tres de estos animales. En algunas, sus patas traseras han sido atrapadas por dicho cúmulo. Lo más llamativo y fascinante es que han empezado a actuar como si fuesen un único ente, todas interactúan en una única dirección sin conflictos. Aún estoy intentando descifrar como pueden llegar a comunicarse para coordinarse con total precisión por lo que no tengo nada que ofrecer como respuesta y no quiero aventurarme compartiendo mis suposiciones.Prim bajó la vista para despejar su mente, estaba colapsado con tanta información difícil de procesar para un simple aprendiz de tapicero. No quería pensar en los retorcidos resultados del experimento por lo que sacó el paquete del bolsillo del pantalón y decidió observarlo con minuciosidad. Se preguntó qué contendría. No encontraba nada relacionado con el trabajo de su maestro que resultase útil para alguno de los habitantes de aquel lugar. Intentó leer alguna de las noticias que contenía el papel de periódico que forraba el paquete pero pronto se cansó al no encontrar ningún texto completo, la mayoría cortados por tijeras o pliegues.Dirigió su mirada hacia la parte superior del teatro, la totalidad de los palcos estaban ocupados pese a la escasez de público que ostentaba la zona de butacas. Le llamó la atención uno de los balcones: dos personas con un uniforme blanco y en medio un enorme cilindro metálico, en cuya superficie había una ventana circular que dejaba ver la presencia de un hombre en su interior. Tenía una cara marcada por arrugas y unos ojos hundidos. La carencia de pelo potenciaba la sensación de estar viendo una calavera humana forrada por un delgado velo de carne, estar detrás de un cristal amarillo le daba un carácter aún más enfermizo. El hombre notó la presencia del joven y de un rápido movimiento dejó de lado su atención en el escenario para fijarse en la mirada de Prim. Este volvió la vista al escenario con idéntica rapidez y quiso olvidar lo sucedido prestando interés en la exposición del siguiente doctor, el anterior había terminado y este ya había empezado a hablar. No creía haber pasado tanto tiempo desde que dejó de escuchar al doctor de las ratas.— ...situado en el hígado del animal para favorecer la segregación y combinación de sustancias. La mezcla adquiere parte de las cualidades de ambas pero destacan las características melifluas. Para lograrlo he tenido que mantener vivo al animal. Por fortuna, el veneno de los pinchazos provoca una parálisis del sistema nervioso perpetuo por lo que no hay algún problema en ese aspecto. En algunas ocasiones que he visitado la localización he notado pequeños movimientos en sus extremidades o cambios en la tensión de los músculos pero han sido casos aislados, la mayor parte del tiempo está inmóvil cual estatua.Subieron dos doctores más: un doctor que enseñó sus descubrimientos astrológicos y otro que habló sobre una teoría de mejora de rendimiento físico a través de órganos cambiados de posición. Tras sentarse el último nadie más subió pasados un par de minutos dándose por concluida las exposiciones. Prim suspiró, estaba a punto de dolerle la cabeza al no entender la mayoría de las frases pero tras el cruce de miradas optó por estar atento y no observar al público para evitar ser descubierto de nuevo. No podía olvidar los ojos del anciano del cilindro. A veces sintió como le observaba desde su alta posición, como si su mirada se convirtiese en una incorpórea barra de hielo presionando su cerebro.— Gracias a todos por colaborar y avanzar todos juntos — la mujer del principio había vuelto al escenario con unos ojos aún más hinchados —. Han sido muy interesantes todas las exposiciones. La fecha de la próxima reunión será revelada a través de una carta con el sello oficial como viene siendo usual, estén atentos y revisen con frecuencia los bajos de sus puertas.El doctor se levantó y Prim le siguió. Fueron los primeros en salir a la calle y pocos segundos después dejaron atrás el teatro tras girar en tres cruces con un paso más rápido del habitual que marcaba el doctor.Tras ver por primera vez a la criatura, Prim decidió no preguntar demasiado para evitar convertirse en una molestia y algo parecido a dicho ser pero en el teatro había encontrado signos de humanidad en el doctor y se animó a volver a hablar.— Una reunión muy intensa, ¿no? ¿Se hace muy a menudo?El doctor no contestó y siguió caminando hasta que aligeró el paso tras cambiar de dirección en otro cruce.— Era una reunión mensual para poner al corriente nuestros avances en el caso de que hayan. Es frecuente este tipo de eventos. Todos los habitantes del barrio acuden para escuchar, exponer y/o dar su opinión.Prim reflexionó sobre las últimas palabras del doctor.— ¿Entonces también estaba el doctor de la quinta casa?— Sí.— ¿Y por qué no me ha dicho quién era para darle el paquete?El doctor inclinó la cabeza para dirigirse directamente a Prim. Tenía interés en que este lograse ver su gesto de sorpresa e indignación.— Usted me dijo que quería ir a la quinta casa, no encontrarse con el doctor — y dicho esto, ambos continuaron caminando en silencio.Tras un largo paseo, más largo que el realizado antes de llegar al teatro, y recorriendo varias calles ligeramente diferentes a las anteriores o incluso las mismas, el doctor paró en seco y hurgó en los bolsillos interiores de su gabardina. Prim alzó la vista, la puerta que estaba al lado de su destino según la pintada plasmada en la superficie del azulejo que reinaba en la mitad del dintel. Un estilizado número cinco que se enroscaba en sí mismo le llenó de alegría, olvidándose del dolor de pies que sufría desde el vigesimotercer cambio de dirección.— Estamos al lado de la quinta casa — el doctor sacó del bolsillo un pañuelo de un blanco impoluto y deslumbrante. Lo colocó en la palma de su mano y alargó su brazo hacia Prim para invitarle a un estrechamiento de manos —. Le deseo una sincera suerte.Prim recibió con agrado la invitación y la efectuó con entusiasmo, aferrando con energía la mano del doctor pero esta no realizó movimiento alguno, quedando inerte e impasible. Tras diez segundos incómodos el doctor rompió el apretón, dobló el pañuelo para después guardárselo y siguió caminando sin cambiar su gesto petrificado en todo el proceso. Prim le siguió con la mirada hasta que desapareció tras doblar una esquina, quedando solo en el Barrio de los Avances.Sin pensárselo, llamó a la puerta dando tres golpes secos con los nudillos. Tras un tiempo sin recibir respuesta volvió a llamar y tras obtener el mismo resultado intentó abrirla, sin éxito. Prim llegó a la conclusión de que el doctor de la quinta casa aún estaba en la calle ya que ellos fueron los primeros en salir de la reunión por lo que apoyó su espalda en la pared del edificio y se dejó caer para esperar sentado y así poder descansar sus piernas entumecidas.La calle de la quinta casa seguía el mismo patrón que el centenar de calles que había cruzado desde que pisó por primera vez el barrio: dos fachadas de edificios grises y altos con puertas sin numerar y ventanas tapiadas. Salvo la plaza, todo parecía igual en ese lugar a pesar de que por fuera la arquitectura era similar al Barrio Ordinario, donde cada calle era distinta con la caracterización que otorgaban sus habitantes y tenderos. Quizá la ruta del doctor solo pasaba por zonas de bloques residenciales abandonados pero el dolor de sus piernas le recordaba que había andado demasiado, como si hubiese dado diez vueltas por toda la ciudad.Prim se preguntó cuánto tiempo llevaba allí. Debería faltar poco tiempo para que la oscuridad del cielo empezase a dar paso a la claridad celeste. Empezó a aburrirse, luego a meditar y, por último, a preocuparse. Llevaba mucho tiempo en ese lugar y aún tenía el paquete en su haber. Miró enfadado los dos lados de la calle como si dicha acción fuese a cambiar la situación. De ese modo se dio cuenta de la existencia de una figura en una esquina. Prim solo podía ver medio cuerpo sobresaliendo del último edificio, posiblemente llevaba vigilándole un buen rato. Pareció que había sido descubierto ya que dio un pequeño salto para después ocultarse completamente tras un fugaz movimiento.— ¿Hola? — se le ocurrió decir a Prim, extrañado. Pronto se arrepintió de ello ya que con frecuencia dicha pregunta suele ser respondida con un absoluto silencio. Tras una larga espera volvió a intentarlo — Tengo un paquete para el doctor de la quinta casa.Prim se levantó para que fuese visto con mejor claridad y alzó el paquete por encima de su cabeza. La figura volvió a sobresalir de la esquina y se atrevió a hablar.— ¿Quién lo envía? — elaboró una voz estridente.—El aprendiz del tapicero del Barrio Ordinario.La figura salió de su descubierto escondite y comenzó a acercarse. Las sombras dieron paso a un hombre de mediana estatura y generoso peso por lo poco que se podía atisbar según la postura que mantenía, encorvado y cabizbajo. Vestía un traje grisáceo de rayas beis y calzaba unas enormes botas que diferían con sus delgadas piernas. Encima de su cabeza descansaban unos prismáticos inclinados hacia delante que parcialmente se ocultaban en un espeso y alborotado pelo grisáceo. Sus andares eran ciertamente perturbadores con su mirada fijada en el suelo. A pesar de ello parecía conocer el trayecto de memoria ya que su paso era seguro y se encaminaba directamente a la dirección de Prim, sin corregir su dirección en ningún momento. A pocos pasos de su llegada empezó a gritar alterado mientras agitaba un manojo de llaves con vigorosidad.— ¡Quién seré yo para saber el motivo de que un desconocido me espere en la puerta de mi casa! En las reuniones la tensión suele dominar los cuerpos de varios doctores, no sería la primera vez que se materializan en ciertos actos primitivos conllevando unos funestos resultados.El doctor de la quinta casa abrió la puerta después de equivocarse de llave cinco veces y tras un breve forcejeo entró en el edificio a la vez que gritaba sobre la falta de calidad de las exposiciones realizadas en la reciente reunión. Mientras criticaba con excesiva euforia la investigación del doctor Damna debido a su carencia de resultados, giró unas válvulas situadas en la pared más cercana a la puerta principal hasta que empezó a iluminarse el interior a través de un sistema de tuberías y lámparas de parafina que colgaban del techo y las paredes. Como en la casa donde encontró al oso, el piso bajo era un vestíbulo enorme carente de habitaciones y, al igual que su predecesora, no mostraban ningún estigma de orden aunque en esta ocasión parecía medianamente habitable. Había sofás, sillones y otros muebles tapados por sábanas blancas además de cajas de madera que amontonaban pilas enormes de material de laboratorio. Lo que más proliferaba era multitudes de mesas rectangulares provistas de laberínticas estructuras de tubos de vidrio que formaban diversas formas geométricas, uniones y ramificaciones durante su recorrido, empezando cada uno en barriles de diferentes colores y acabando su trayectoria en un enorme recipiente de vidrio. Algunos tenían un líquido blanco con una ligera fosforescencia, otros estaban vacíos o su contenido era una masa azul que aparentaba ser viscosa.Tras llenar la sala de luz, el doctor dio un grito acompañado de un pequeño salto para después avanzar con rápidas zancadas hacia una de las mesas cuya solución acuosa era amarilla. Cabizbajo, inclinó ligeramente los prismáticos de su cabeza para dirigirlos al recipiente que contenía el resultado final. Después cogió un cuaderno situado encima de la mesa y lo levantó con ambas manos para situarlo delante de las lentes.— ¿Sucede algo grave? — preguntó Prim con prudencia. Como el doctor siguió con su postura sin musitar ninguna palabra no lo intentó otra vez ya que comprendió que la parquedad en el diálogo era una fomentada costumbre en el Barrio de los Avances, por lo menos ante los visitantes.Cinco minutos más tarde el doctor se había convertido en una estatua viviente, algo loable al aguantar tanto tiempo en una posición de brazos tan incómoda de mantener sin una mísera muestra de movimiento. Prim se percató de que los prismáticos estaban en la parte superior de la cabeza del doctor mientras su cara seguía mirando al suelo. No parecía estar leyendo de esa forma así que intentó volver a llamar su atención.— Le recuerdo que tengo un paquete para usted.Ante la ausencia de respuesta, Prim empezó a molestarse por la gran pérdida de tiempo. Quería entregar el envío lo antes posible para volver a su casa y dormir en esa extraña noche. Se le ocurrió que una forma de ser escuchado era realizar una pregunta que activase la fácil irascibilidad del doctor.— ¿Llevaba mucho tiempo esperando en la esquina?— Lo suficiente para perder demasiado tiempo — empezó a gritar y a realizar aspavientos con los brazos —. Pasa demasiado rápido si no estás enfocado en avances, ¡maldita sea! Ya no volverá, nunca vuelve.Tiró el cuaderno encima de la mesa y se dirigió al fondo de la sala para subir unas escaleras. Prim se mantuvo quieto sin saber como reaccionar ante dicha respuesta. Esperó varios minutos observando la habitación sin saber qué hacer hasta que decidió subir y encontrarse con él.Prim calculó que el doctor solo había subido una planta por el sonido de sus pisadas por lo que empezó a buscarle en el piso de arriba. Le recibió un pasillo estrecho y largo que albergaba una extensa sucesión de puertas, todas cerradas menos la sexta de la pared de la izquierda. Prim se dirigió directamente hacia ella.Detrás había una sala enorme. Extrañado, miró la pared del interior y comprobó que todas las puertas llevaban a la misma habitación, una amplia sala rectangular que se extendía de derecha a izquierda. La iluminación era poco generosa por la escasa presencia de lámparas, apenas podía ver como el suelo estaba atestado de enormes recipientes vacíos. Algunos bocabajo y otros divididos en varios trozos de vidrio, parecía que habían sido tirados de mala manera. Prim revisó toda la sala, con cuidado de no pisar ningún recipiente para no avivar más el enfado del doctor, pero no lo encontró.Regresó al pasillo y abrió una de las puertas de la derecha. Se encontró con una habitación similar a la anterior salvo que una esquina estaba pintada de blanco, un blanco tan puro que parecía irradiar luz propia. Prim se dirigió a dicho punto, intrigado y asombrado para verlo con más detalle. A cada paso que daba comprobaba que el relieve era completamente liso sin marcarse las líneas donde se cruzaban las dos paredes que formaban la esquina. Al tenerlo a dos metros comprobó que tenía una profundidad propia y paró de andar, le resultaba demasiado inquietante. Inclinó su cuerpo para fijarse mejor, la mancha de blanco parecía formar una entrada a un inmenso espacio diáfano. Se acercó lo suficiente para estirar un brazo y poder tocarlo pero no lo consiguió, encontró el vacío. Si fuera una mera pintura en la pared ya debía de haber palpado algo con sus dedos. Sin duda, era el opuesto de una boca de túnel llena de oscuridad.Un punto negro apareció frente a Prim. Notó que estaba a pocos centímetros de su cara, parecía una mosca que avanzaba en línea recta dando pequeños saltos. Intentó atraparla con las manos pero no lo consiguió. No estaba cerca de él, estaba dentro de la blancura. Lejos.El punto empezó a crecer hasta transformarse en una mancha difusa. Aumentaba su tamaño progresivamente pero para Prim parecía estar siempre cerca de él. El efecto óptico le mareó y apartó la vista durante unos segundos. Al volver a mirar la mancha se había convertido en el doctor, que avanzaba hacia él apoyando sus pasos en el aire o eso parecía, no proyectaba sombra alguna en ese espacio de blanco infinito.— ¿Qué hace aquí? — preguntó el doctor tras pasar a la habitación.Prim no supo qué contestar y calló, sin parar de observar la esquina, intentando descifrar su peculiaridad espacial.— ¿Qué es eso? — fue lo único que se le ocurrió decir sin desviar la vista.— Una puerta. Lleva a donde tú quieras. En mi caso, a un estado de relajación.El doctor palpó los prismáticos situados en la parte superior de su cabeza hasta inclinarnos en dirección a Prim.— Cuando guste puede darme el paquete que lleva entre sus manos.Prim dejó de observar la esquina y dirigió su mirada al inclinado doctor. Los cristales de los prismáticos dejaban ver que detrás había unos ojos humanos inyectados de sangre. Sorprendido, Prim miró la característica postura del doctor y se extrañó al ver que su cara estaba dirigida hacia el suelo. Le entró un escalofrío.— Si quiere puede acompañarme para efectuar el intercambio de bienes.El doctor cruzó la habitación hasta su salida, pisando despreocupado los trozos de los recipientes rotos acompañando su paso con los crujidos del vidrio y dando patadas a aquellos que estaban íntegros. Prim lo siguió, evitando imitar el paso destructivo que había observado. Ambos pasaron por el vestíbulo hasta volver al tramo de las escaleras. El doctor paró en seco y bajó con precaución. Tras llegar al cuarto escalón, se dio la vuelta y agarró la madera del primer peldaño con ambas manos, zarandeándola hasta que se levantó. El interior guardaba un cúmulo de plantas secas, hojas de papel arrugadas y cubertería de alpaca, o eso dejaba ver la superficie de dicho caos. El doctor hundió su mano en el desorden y sacó una manzana arrugada. La acercó a sus lentes, observándola con detenimiento para después tirarla a sus espaldas. Sacó otras piezas de fruta, algunas ensartadas con astillas de madera, lanzando con desprecio los descartes y convirtiendo la escalera en una avalancha frutal. Dicho ritual se repitió durante varios minutos hasta que encontró un ovillo de papel moneda, ofreciéndoselo a Prim.— Aquí tiene cuarenta, lo acordado.Prim deshizo la bola de dinero y empezó a contarlo para comprobar que era la cantidad que debía recibir según su maestro. Confirmando que no le había engañado, guardó el dinero en un bolsillo del pantalón y le dio el paquete al doctor. Este volvió a poner su pose de brazos estirados para situarlo frente a los prismáticos. Parecía examinar la envoltura con mucho interés.— ¿Está todo en orden? — preguntó Prim, ya que empezó a recordar el largo periodo de tiempo que estuvo en la misma postura cuando cogió el cuaderno.El doctor asintió con la cabeza o eso le pareció a Prim, por lo que decidió salir de la sala al haber finalizado el intercambio. Bajó las escaleras esquivando al embobado hombre y las piezas de fruta que habían cubierto el suelo del piso inferior.Una vez fuera de la quinta casa, Prim respiró con tranquilidad. Por fin había cumplido con su deber pero la alegría fue fugaz al percatarse de un hecho de vital importancia: no sabía volver al puente. Descartó regresar adentro y preguntar al doctor ya que con total seguridad no obtendría una respuesta constructiva por lo que intentó decidir por cuál dirección de la calle debería empezar a caminar ya que también había olvidado por donde había venido con el primer doctor. La confusión se incrementaba al descubrir como las fachadas de los edificios de los dos lados eran idénticas, salvo el azulejo que indicaba el número de la quinta casa. Prim intentó guiarse con la posición de la luna y las estrellas pero el cielo seguía manteniendo la completa negrura. De todos modos, no conocía el modo de orientarse con dichos métodos.Resignándose, decidió avanzar por el lado izquierdo para empezar a moverse y no quedarse quieto. Con suerte, encontraría alguna calle que le sonase del viaje de ida o preguntaría a algún transeúnte sobre el camino correcto para llegar al puente.Prim avanzó y, como siempre había sucedido con el primer doctor, viraba cada vez que se encontraba con un cruce de caminos. Nunca se mantenía recto en un intento de emular el camino de ida. Tras diez minutos sin encontrarse con ninguna calle que le sonase decidió mantenerse en la misma en vez de cambiar de dirección. Se percató que, de esa forma, llegaría a uno de los extremos del Barrio Ordinario. Norte, sur, este, oeste o sus puntos intermediarios pero por lo menos comenzaría a orientarse si llegaba a uno de los límites.De este modo pasó el quinto cruce y apreció la peculiaridad de un hueco amplio entre dos edificios que existía en la siguiente calle. Parecía que había desaparecido un edificio o nunca había sido construido en esa hilera. Avanzó precavido ya que dicha parte estaba oscura y, al ser un elemento nuevo en la estructura del barrio, no sabía lo que podía albergar. Aminoró el paso intentando no hacer ruido al pisar por si la oscuridad escondía a alguien o algo entre sus sombras. Intentó respirar lo más suave posible, siempre con la mirada fija en el hueco. Al ritmo que andaba tardaría una eternidad. Pensó en dar la vuelta y continuar por otro camino pero ya no quería dar la espalda a aquello que le perturbaba.Una sonora inhalación de aire ahogada por un trapo sonó cerca de Prim. Paró en seco, quedándose rígido como una estatua. Mantuvo su mirada en el hueco y entrecerró los ojos para apreciar alguna figura en la oscuridad pero nada parecía moverse. El sonido volvió a sus oídos, más fuerte aún. Miró al final de la calle y a sus espaldas pero no había nadie. Estaba solo.Una sombra cayó en sus ojos y por fin se percató: el sonido venía de arriba. Alzó la mirada y perdió el equilibrio. Intentó alejarse caminando hacia atrás pero sus piernas tropezaron y cayó de espaldas al suelo. No podía dejar de mirar a la criatura alargada, descendiendo boca abajo por la fachada del edificio agarrándose a la arquitectura saliente con sus amplias manos y flexibles pies. Su cabeza miraba en todo momento a Prim, que no podía más que contemplar como lograba llegar al suelo. La criatura se acercó y mantuvo una distancia prudente dando vueltas alrededor de él con pasos armoniosos. Ya no llevaba el extraño utensilio parecido a un paraguas con el que apoyaba su peso pero su espalda encorvada no se había agravado. Su cuerpo seguía manteniendo un ángulo cercano a los noventa grados aunque la ausencia de bastón había propiciado un movimiento errático de los largos brazos que antes no mostraba, doblados para no rozar el suelo pero meciéndose débilmente como si se uniesen al baile de un viento inexistente.Prim seguía con nerviosa atención los rodeos que realizaba la criatura. El temor llegaba cuando le daba la espalda. Creía que en esos instantes iba a ser atacado al romper el contacto visual.Tras perder la cuenta de las vueltas que había dado el ser, dedujo que no quería hacerle nada malo y pensó en preguntarle por la localización del puente.— Perdona — así se dirigió a ella de la forma más amable posible — ¿me podrías decir cómo llegar al puente que lleva al Barrio Ordinario?La criatura se detuvo tras escuchar su voz y situó su cabeza frente a la de Prim. La longitud de su cuerpo formaba la figura de un semicírculo que rodeaba al joven, aún tirado en el suelo.Prim se percató de que la cara de la criatura era completamente lisa, no tenía ningún rasgo facial salvo unos orbes negros que sobresalían de la carne y se asemejaban a unos ojos saltones. La sonrisa exagerada que remarcaba el maquillaje era solo pintura, no tenía labios ni ninguna otra abertura. La primera vez que se encontró con la criatura sí se percató de la ausencia de nariz pero no de los rasgos humanos que intentaba imitar u ocultar el maquillaje negro.La cabeza del ser tembló y emitió otro sonido ahogado, parecía sentirse molesta por la mirada de sorpresa y desolación que estaba recibiendo.—Lo siento, no era mi intención —intentó corregir Prim, trabándose varias veces al decirlo — pero estaría muy agradecido si me indicases como llegar allí.La figura alargada se irguió, girando a su vez sobre sí misma para dar la espalda a Prim. Dejó caer su cuerpo para volver a su postura habitual y empezó a dirigirse por el camino que el joven había recorrido.Estupefacto por el movimiento que había presenciado, Prim se quedó sentado en el suelo viendo como la criatura se alejaba. Pensó que ya era habitual para él no saber reaccionar ante las acciones de los habitantes que se había encontrado durante esa noche. En este caso dudaba si se había ofendido, cansado de él o aceptado su petición. Se levantó y, como también era frecuente en él, decidió seguirle para ver donde le llevaba y evitar quedarse estancado en el mismo lugar.Dejaron atrás varias calles hasta llegar a la plaza del teatro, ya cerrado y sin el inquietante guardia custodiando la entrada. Prim se ilusionó al ver por fin una localización conocida, estaban por el buen camino. Notó que llegaron ahí demasiado rápido, con el primer doctor tardaron lo suficiente para sentir un fuerte dolor en las piernas de tanto caminar. Pensó si era frecuente en él ir a sus destinos por el camino más largo o si lo hizo adrede por burla y regocijo de perturbar a un extranjero de la zona. Concluyó que quizá lo hizo sin mala intención y que era una práctica habitual en esos lares ya que en su breve estancia todo el mundo compartía un aura caótica y un comportamiento estrafalario.Durante los diez minutos que estuvo navegando en sus pensamientos recorrieron el trayecto final, llegando por fin al puente. Prim observó el Barrio Ordinario, los altos edificios parecían oscilar para darle la bienvenida.La criatura siguió caminando e ignoró el puente, se desvió de la calzada y bajó por la ladera que llevaba a la orilla del río. Desconcertado, Prim paró de seguirle hasta ver que debajo del puente había una pequeña playa, lugar donde se encaminaba la criatura. Animado de estar cerca del río se dispuso a acompañarle.La ladera no era muy extensa ni estaba empinada pero la mitad de su recorrido estaba asfaltada de igual manera o peor que las calles, con huecos en el suelo y adoquines mal colocados que incitaban a bajar la cuesta rodando al mínimo descuido. Con cuidado y paciencia llegó abajo donde le esperaba la criatura, sentada con las piernas cruzadas en la arena de la playa mirando la otra orilla con su espalda inclinada hacia adelante y los brazos caídos.Prim se acercó a ella y se sentó a su lado. Notó que la arena estaba húmeda, empapándose sus pantalones pero no le importaba, le pareció que estar al lado de la criatura durante ese instante de calma y paz era un gesto especial de agradecimiento por haberle llevado hasta allí.El río de la ciudad tenía un caudal que permitía la navegación de varios barcos pero no era frecuente el tránsito de ningún tipo de navegación. El Barrio Ordinario no tenía playa y, salvo el puerto, no había ningún acceso para estar cerca de su cauce debido a la disposición de los edificios, convirtiéndose en una muralla que cerraban el acceso al río. Nadie podía verlo a menos que se asomasen por la ventana de uno de los edificios y Prim solo lo había visto una vez, cuando apenas tenía cuatro años.La oscuridad de la noche y la emoción del momento le habían nublado la memoria, se acordó de que el río tenía fama de estar contaminado. Se levantó de un reflejo y se quedó quieto, recordando las aguas marrones y los cuerpos sólidos y viscosos que asomaban por la superficie, a veces animales muertos y otras veces objetos que no sabía identificar. El inquietante río de Tiróciva, aquel que arrastraba los desechos y descartes del Barrio de los Avances. Con seguridad, la humedad que sintió en la arena era la perturbadora espuma roja que delimitaba los bordes del río. Se sacudió los pantalones intentando secarlos y limpiarlos pero no pudo al entrarle un fuerte escalofrío, le daba asco tocar con las manos el agua enrojecida. Decidió que era hora de volver.Sin mostrar ningún atisbo de nerviosismo posó una mano en uno de los brazos de la criatura como gesto de despedida. Su piel era blanda y suave y su cuerpo desprendía mucho calor. Si Prim tuviese la mano demasiado tiempo seguramente se quemaría.—Gracias por llevarme hasta aquí — dijo. La criatura no reaccionó, siguió con la mirada fija en la otra orilla.Prim se alejó y subió la ladera con el mismo cuidado que tuvo en bajarla, logrando volver a la calzada llana sin sufrir ningún traspié. Por fin estaba frente al puente, ese extenso puente que unas horas atrás le incurría un gran respeto por su amplitud y penumbra. Miró por última vez el Barrio de los Avances y empezó a cruzarlo.Cuando su maestro le mandó la tarea de entregar el paquete empezó a recordar los rumores que siempre había oído sobre dicha zona de la ciudad. Por suerte ninguno se hizo realidad, solo encontró personas de comportamiento inusual pero sin ningún ánimo de experimentar con él, aunque sí era cierto que había sentido en ciertas ocasiones miedo por su integridad física pero solo eran reacciones debido al miedo ante lo desconocido. Lo único que le inquietaba era la alargada criatura que rompía con los esquemas que tenía de la naturaleza humana pero resultó ser igual de inofensiva. Siempre le quedaría la duda de saber si era una nueva especie de animal o antes había sido otro ser viviente.El puente seguía vacío y silencioso como era habitual. Con cada paso el trayecto era más oscuro, las luces del Barrio de los Avances estaban cada vez más lejos y los farolillos del Barrio Ordinario aún no llegaban a iluminarle. Para desgracia de Prim volvieron sus temores iniciales. Extrañamente reconoció que si le hubiese acompañado la criatura estaría más tranquilo. Echó la vista a los lados para comprobar si seguía en la orilla del río pero la altura de los pretiles no le dejaban ver nada.Empezó a adentrarse en el espacio de sombras donde no llegaba la iluminación de ambos lados de la ciudad. Aunque ya lo había cruzado antes, su temor a la oscuridad era más fuerte que su experiencia e intentó tener la mente ocupada para evitar los miedos que acechaban en la penumbra. Pensó que ese tramo oscuro era una división artificial del puente y la parte iluminada por un barrio le correspondía su posesión. Esperó que cuando llegase a casa de su maestro aún recordase la ocurrencia para comentársela y confirmar si era verdad.Tras finalizar su breve reflexión un intenso frío cruzó todo su cuerpo empezando por sus pies y acabando en la cabeza donde notó un fuerte dolor, como si se congelasen sus pensamientos y fragmentasen en débiles estrellas de hielo.La sensación se fue tan pronto había surgido pero Prim apreció que el aire era más denso, como si la oscuridad se hubiese transformado en una niebla negra y, lleno de pánico, aumentó el ritmo dejando atrás la zona de sombras. Tranquilo vio como la débil luz que llegaba de los farolillos del otro extremo empezaron a iluminar su alrededor.Paró de andar. Le resultaba demasiado familiares esos edificios. Extrañado miró a sus espaldas y vio que detrás estaba el Barrio de los Avances. No tenía sentido para él, no estaba dirigiéndose donde debía. Se preguntó cuándo había girado para cambiar de dirección. Le temblaron los dedos y notó que no tenía nada en las manos: el paquete había desaparecido. Nervioso empezó a buscar por el suelo pero no recordaba que se le hubiese caído. Se metió las manos en los bolsillos del pantalón y, para su asombro, encontró la misma cantidad de dinero que debía recibir por el paquete. Prim no entendía nada, estaba asustado.Deambuló durante unos minutos entre los laterales del puente intentando repasar lo que había sucedido: su maestro le había ordenado llevar un paquete a la quinta casa del Barrio de los Avances y estaba cruzando el puente para dirigirse allí pero de repente desapareció el paquete y su dirección había cambiado, ahora estaba volviendo al Barrio Ordinario con el dinero exacto que debía recibir.No tenía ningún sentido. Había sucedido algo que no había notado pero Prim no comprendía lo que podía haber sido. Empezó a ponerse nervioso y tiritar. Sus piernas le fallaron y cayó al suelo pero apoyó el brazo a tiempo para no sufrir un fuerte golpe. Empezó a sentarse en sus rodillas al no tener fuerzas para estar de pie pero se sobresaltó al sentir que parte de su pantalón estaba húmedo. Se levantó de un salto para palpar su parte trasera intentando encontrar una respuesta. Confirmó que estaba empapada pero no lograba entender por qué. Prim miró las palmas de sus manos y la escasa luz que llegaba le reveló que estaban teñidas de rojo al igual que gran parte de sus pantalones. Mientras comprobaba que no tenía ninguna herida le vinieron varias ideas de lo que podía haber sucedido e, impulsado por el más puro de los temores, corrió hacia la casa de su maestro para abandonar cuanto antes el puente que llevaba al Barrio de los Avances.
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El Barrio de los Avances
FantasyEl Barrio de los Avances es una temida zona de la ciudad. Está aislada, al otro lado del río, y solo se puede entrar y salir cruzando un puente. No se sabe mucho de ella. Allí viven y experimentan los científicos con tranquilidad y total libertad. E...